La casualidad determina que me
organice este minifestival Danielle Darrieux, porque en las distintas páginas
en las que hallo películas, ponen casi simultáneamente tres films con esta gran
estrella francesa de los años 40, 50 y 60 del siglo pasado. La chica nació en
1917 y por suerte todavía está entre nosotros. La última vez que la vimos por
estos parajes en la gran pantalla fue en ese delicioso homenaje a las divas que
armó François Ozon intitulado 8 mujeres.
Comienzo mi festival con Madame de… de Max Ophüls (La ronde, Le plaisir), el hombre que más
sabía cómo se vivía en el siglo XIX. Después de ver su cine, se podrían
escribir tratados sociológicos sobre la vida de los privilegiados y sus
sirvientes en aquellos tiempos. Creo no haber visto esta película y de a poco
voy descubriendo que sí, que se trataba de esas películas que los mayores te desaconsejaban
ver en la temprana adolescencia, no porque tuviera nada inconveniente para
nuestras dulces mentes, sino porque manejaban temáticas que nos excedían, pero
que igual veíamos con la soberbia tonta de los que creen saberlo todo y apenas
saben atarse los cordones. Hoy con canas, achaques y unas cuantas cicatrices
sabemos que hay relaciones más densas que el barro y que no hay conducta humana
que se abarque en una oración por brillante que sea. Danielle está casada con
un militar noble, Charles Boyer. Tiene todo lo que una chica puede pedir, pero
su corazoncito díscolo se enamora de un diplomático italianísimo, el gran
Vittorio De Sica. La trama gira alrededor de unos aros de diamante que Charles
le regaló para un aniversario y que Danielle vendió para pagar deudas
contraídas a escondidas de Charles. Los aros terminarán en manos de Vittorio,
que volverá a regalárselos a Danielle, quien no podrá lucirlos porque había
dicho haberlos perdidos. Max Ophüls, como todo gran maestro, nos hace
simpatizar con personajes francamente detestables. Danielle es coqueta y boba,
Charles, un manipulador tremendo y Vittorio, un hipócrita mañoso. Sin embargo,
mientras vemos el film, nos preocupamos por ellos y sólo después, una vez
terminado, caemos en cuenta de la pobre catadura moral de los protagonistas.
Danielle aquí andaba por los treinta largos y luce espléndida. Recordemos que
se filmó en 1954 y por entonces no había los artilugios que hay hoy para
postergar los efectos del paso del tiempo. Es bella, pero no tiene la
perfección de una Catherine Deneuve, por ejemplo, aunque la cámara ama su
rostro despejado y amplifica los matices de sus cambios de humor y emoción.
Charles Boyer se pinta solo para ser más sinuoso que la cuesta del Totoral y
Vittorio De Sica que, aparte de un director de la puta madre, era un actor
espléndido seduce hasta quienes lo odian. Max Ophüls, maestro de la puesta en
escena, escribe con la cámara. Y no exagero ni miento, en la primera escena se
ven sólo unas manos de mujer que escarban cofres de joyas y desbaratan las
pieles de un ropero y tras unos cuantos minutos vemos recién a Danielle frente
al espejo de un tocador probarse los aros que venderá. Troesma total. Y hay
más, Boyer le escapa a una discusión corriendo cortinas y cerrando ventanas y
la cámara lo toma siempre desde afuera de la casa, y queda clarísimo que cierra
el problema enterrándolo. Y no insisto para no abrumar y porque creo que aclaré
el punto.
Sigo con Marie Octobre (1959) del también maestro Julian Duvivier (Pépé le Moko, Un carnet de bal, La fin de
jour, Sous le ciel de Paris, L'affaire Maurizius, etc). Aquí Danielle es la
chica del título, única mujer de una célula de la Resistencia contra la
ocupación nazi. La célula se disolvió la noche que fueron atacados y mataron a
su jefe. Unos quince años después, los integrantes de dicha célula se
reencuentran en la casona en que transcurrieron los hechos fatídicos. Marie
Octobre, devenida una especie de Cocó Chanel o sea diseñadora y dueña de una
casa de modas, tuvo de cliente a un alemán que confesó haber pertenecido a la
SS y que le contó que fueron traicionados por uno de los integrantes del grupo.
¿Quién? Se desata pues una intriga fascinante que revela personalidades duales,
motivaciones oscuras y secretos más o menos inconfesables. Salvo la secuencia
de los títulos, toda la película se resuelve en el interior de esta casona
campestre y es tal la maestría de Duvivier que nada parece teatral ni
extrañamos otras locaciones (Bergman, no sos el único maestro de los ambientes
cerrados). Danielle está soberbia y entre el numeroso elenco masculino se lucen
algunos nombres insignes del cine francés: Lino Ventura, Bernard Blier y Serge
Reggiani.
Termino con Meurtre en 45 tours (Muerte a
45 revoluciones) (1960) de un tal Etienne Périer (¿?). Aquí Danielle es una
cantante exitosa casada con un compositor no menos exitoso, que la cela porque
cree que lo engaña con el pianista que la acompaña. Paranoia no infundada ya
que Danielle de verdad le mete los cuernos con el rascateclas. El compositor
cree también que están complotados para matarlo, idea que tampoco resulta
trasnochada porque al rato muere en un accidente automovilístico de lo más
sospechoso. Esta película tiene su importancia porque en la historia del cine
policial o de misterio es un claro antecedente de esos films tramposos que se
realizarán en gran cantidad en los noventa, tipo Malice/Daños corporales (1993) de Harold Becker con Nicole Kidman,
Alec Baldwin, Bill Pullman, etc. La trama va cambiando de punto de vista a cada
rato y el culpable puede terminar siendo el boletero que mató para implicar a
la acomodadora porque lo dejó por el proyeccionista. Es decir, el argumento da
más vueltas que un círculo para hipnotizar, los personajes cambian de
motivaciones más que una modelo de ropa en un desfile y la historia se cierra a
presión, dejando unos cuantos cabos sueltos que se usaron de cebo para
despistarnos un rato, como el ovejero alemán que desaparece y aparece a
voluntad del guionista. Entretiene, claro, deslealmente, a puras trampas. Danielle como Doris Day en Encaje de medianoche está a punto de
perder la razón, y al igual que Doris, por más desequilibrios psicológicos que
padezca, no se olvida de peinarse, maquillarse y llevar trajes último modelo.
Qué se le va a hacer, las divas enloquecen así. Pierden la cordura pero no los
maquilladores, peluqueros y vestuaristas.
Demás está decir que con estas tres
películas la pasé mejor que Perrito en un paseo.