Para su suerte, gloria y beneplácito, en esto, no como en tantas otras cosas, no estoy solo: amo a Soledad Silveyra. Desde siempre. Estuvo en la primera obra de teatro profesional que vi (antes había visto a actores catamarqueños de radioteatro representar la versión teatral de un radioteatro anterior): Víctor o los niños en el poder de Roger Vitrac. Dirigía Renan y aparte de Silveyra estaban Ana María Picchio, Víctor Laplace y otros actores ya retirados. Era una obra del absurdo. Ella y la Picchio hacían de nenas de una familia acomodada y en un momento se les pedía que hicieran una gracia y uno esperaba que tocaran el piano o recitaran un poema, pero no, agarraban unas maracas y arremetían con el bolero aquel de si la mujer que al amor no se asoma, etc. Una delicia. Para mi cumpleaños 14 o 15 pedí permiso para que me dejaran ir solo a Buenos Aires al teatro. Me lo concedieron y en un domingo me armé un doble programa y vi primero Sabor a miel de Shelagh Delaney con ella, la gran Elsa Berenguer, Alterio, Jorge Mayor y Hugo Arana, dirigía Renan otra vez y el programa de mano tenía un hermosísimo dibujo de Renata Schussheim. La segunda obra que vi esa noche fue la Yerma lorquiana dirigida por Víctor García con Nuria Spert, of course, pero ésa es otra historia. Como se ve, en mi historia de espectador teatral, la chica marcó dos hitos. Entre Víctor y Sabor a miel, como todo el mundo o medio país que tuviera televisor la vi en Rolando Rivas, taxista. Iba los martes a las 22 y literalmente no había nadie en las calles. Al año siguiente no pudo o no quiso estar en la segunda parte, en la que la enamorada fue Nora Cárpena, pero reaparecería en otro Migré: Pobre diabla, en la que me enamoré, como todo el mundo, nada original lo mío, de una tal China Zorrilla. (Con China llegaría a tener una relación epistolar-telefónica-de café, bueno, más bien de té, pero ésa también es otra historia). A Solita después la vi en casi todo lo que hizo, fuera teatro, cine o televisión. Para no apabullar con datos y recuerdos, citaré las dos obras que me hicieron tenerle un respeto eterno: La malasangre de Griselda Gambaro y Perdidos en Yonkers de Neil Simon. En esta última obra que dirigía la Zorrilla, había un momento en que pedía que la abrazaran y era tal la sensibilidad y desprotección que le daba a su personaje, una joven medio retrasada, que me hizo soltar el moco, lo cual en teatro es muy incómodo para los hombres, no hay tanta oscuridad como en el cine. Fue un momento glorioso y me emociona cada vez que lo recuerdo. En teatro Solita se planteó todos los desafíos que pudo y buscó ser dirigida por los directores más innovadores. Ahora, por ejemplo, viene de ser dirigida por Javier Daulte, está en una producción comercial de una obra de Woody Allen que dirige Luis Romero y estrena Nada del amor me produce envidia bajo el mando de Alejandro Tantanián. Esta obra de Santiago Loza, también cineasta, ya conoce una versión anterior muy aplaudida con María Merlino en el protagónico y dirección de Diego Lerman. Me muero de ganas de verla, va sólo los lunes en el Maipo. Transcribo a Télam: “La obra cuenta la historia de una costurera que debe decidir a quién le da su vestido, si a Libertad Lamarque o a Eva Perón”, sintetizó Silveyra entre bambalinas, a minutos del estreno. Que vaya nada más que los lunes me complica la vida porque tengo clases en la nocturna. Bueno, siempre se puede faltar. Pero son clases con adultos, se cierra el cuatrimestre y si falto, perderán la oportunidad de redondear o concretar la eximición, con un poco de suerte, recién podré ir el lunes 8 de julio, que gracias a Dios es también feriado. Vi una escenita por ahí y sé que me va a gustar. Después les cuento. Y titulo este post como lo titulo porque me da bronca no estar enamorado. Amo, que es distinto, reconfortante, sí, pero más trabajoso y paciente. Estar enamorado es, no sé, sentir nueva la piel, cantar porque hay nubes, esas cosas. Ustedes me entienden. Ah y no se trata solamente de estar enamorado de alguien, se puede estar enamorado de un trabajo, una idea, una música, un cuadro, una mascota y un largo etcétera. Ay, es tan hermoso (¡y breve!) estar enamorado que lo extraño.
jueves, 20 de junio de 2013
Todo del amor me produce envidia
Para su suerte, gloria y beneplácito, en esto, no como en tantas otras cosas, no estoy solo: amo a Soledad Silveyra. Desde siempre. Estuvo en la primera obra de teatro profesional que vi (antes había visto a actores catamarqueños de radioteatro representar la versión teatral de un radioteatro anterior): Víctor o los niños en el poder de Roger Vitrac. Dirigía Renan y aparte de Silveyra estaban Ana María Picchio, Víctor Laplace y otros actores ya retirados. Era una obra del absurdo. Ella y la Picchio hacían de nenas de una familia acomodada y en un momento se les pedía que hicieran una gracia y uno esperaba que tocaran el piano o recitaran un poema, pero no, agarraban unas maracas y arremetían con el bolero aquel de si la mujer que al amor no se asoma, etc. Una delicia. Para mi cumpleaños 14 o 15 pedí permiso para que me dejaran ir solo a Buenos Aires al teatro. Me lo concedieron y en un domingo me armé un doble programa y vi primero Sabor a miel de Shelagh Delaney con ella, la gran Elsa Berenguer, Alterio, Jorge Mayor y Hugo Arana, dirigía Renan otra vez y el programa de mano tenía un hermosísimo dibujo de Renata Schussheim. La segunda obra que vi esa noche fue la Yerma lorquiana dirigida por Víctor García con Nuria Spert, of course, pero ésa es otra historia. Como se ve, en mi historia de espectador teatral, la chica marcó dos hitos. Entre Víctor y Sabor a miel, como todo el mundo o medio país que tuviera televisor la vi en Rolando Rivas, taxista. Iba los martes a las 22 y literalmente no había nadie en las calles. Al año siguiente no pudo o no quiso estar en la segunda parte, en la que la enamorada fue Nora Cárpena, pero reaparecería en otro Migré: Pobre diabla, en la que me enamoré, como todo el mundo, nada original lo mío, de una tal China Zorrilla. (Con China llegaría a tener una relación epistolar-telefónica-de café, bueno, más bien de té, pero ésa también es otra historia). A Solita después la vi en casi todo lo que hizo, fuera teatro, cine o televisión. Para no apabullar con datos y recuerdos, citaré las dos obras que me hicieron tenerle un respeto eterno: La malasangre de Griselda Gambaro y Perdidos en Yonkers de Neil Simon. En esta última obra que dirigía la Zorrilla, había un momento en que pedía que la abrazaran y era tal la sensibilidad y desprotección que le daba a su personaje, una joven medio retrasada, que me hizo soltar el moco, lo cual en teatro es muy incómodo para los hombres, no hay tanta oscuridad como en el cine. Fue un momento glorioso y me emociona cada vez que lo recuerdo. En teatro Solita se planteó todos los desafíos que pudo y buscó ser dirigida por los directores más innovadores. Ahora, por ejemplo, viene de ser dirigida por Javier Daulte, está en una producción comercial de una obra de Woody Allen que dirige Luis Romero y estrena Nada del amor me produce envidia bajo el mando de Alejandro Tantanián. Esta obra de Santiago Loza, también cineasta, ya conoce una versión anterior muy aplaudida con María Merlino en el protagónico y dirección de Diego Lerman. Me muero de ganas de verla, va sólo los lunes en el Maipo. Transcribo a Télam: “La obra cuenta la historia de una costurera que debe decidir a quién le da su vestido, si a Libertad Lamarque o a Eva Perón”, sintetizó Silveyra entre bambalinas, a minutos del estreno. Que vaya nada más que los lunes me complica la vida porque tengo clases en la nocturna. Bueno, siempre se puede faltar. Pero son clases con adultos, se cierra el cuatrimestre y si falto, perderán la oportunidad de redondear o concretar la eximición, con un poco de suerte, recién podré ir el lunes 8 de julio, que gracias a Dios es también feriado. Vi una escenita por ahí y sé que me va a gustar. Después les cuento. Y titulo este post como lo titulo porque me da bronca no estar enamorado. Amo, que es distinto, reconfortante, sí, pero más trabajoso y paciente. Estar enamorado es, no sé, sentir nueva la piel, cantar porque hay nubes, esas cosas. Ustedes me entienden. Ah y no se trata solamente de estar enamorado de alguien, se puede estar enamorado de un trabajo, una idea, una música, un cuadro, una mascota y un largo etcétera. Ay, es tan hermoso (¡y breve!) estar enamorado que lo extraño.
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