domingo, 25 de noviembre de 2012
Soledad en Canciones a la carta
Yo iba a ir de todos modos, pero que fuera acompañado fue obra de la causalidad. Mi amigo Horacio me había invitado a ver Lo que vio el mayordomo de Joe Orton con Pinti, Luque, Flechner dirigidos por Carlos Rivas en el Coliseo Podestá. Como es de público conocimiento, el camión con los técnicos fue asaltado camino de La Plata y la función se suspendió a último momento. Nosotros nos enteramos cuando llegamos al teatro. Le reintegraron el importe de las entradas, pero como Horacio quería que la invitación fuera efectiva, me dijo que eligiera otro espectáculo de entre los que figuraban en la cartelera. El recital de Vitale-Baglietto era tentador, pero, parafraseando a Cole Porter, llevo a Soledad bajo la piel, así que opté por Canciones a la carta.
Conté con ansiedad los días que faltaban para el espectáculo y cualquier contratiempo por severo y desgastador que fuera se dulcificaba y aliviaba porque la vería pronto, la Sole me fascina. De todas las cantantes argentinas que admiro, Soledad me da seguridad como espectador. Las demás, que no nombraré, me generan reconcomio. En los lejanos tiempos en que estudiaba canto compartí con ellas profesoras. Todas tienen talento, técnica, recursos, oficio, pero sus voces están terminadas de construir y permanecen siempre pendientes de algún yerro que se les pueda escapar. Un par de pifiadas leves puede demoler su seguridad y desbarrancar la función en una pelea por dominar una perfección que sienten que se les escapa. Soledad no. Es lo que los anglosajones llaman una “natural”. Nació para cantar, lo hace con la naturalidad con la que yo vivo metiendo la pata y encima perfeccionó su instrumento lo que redundó en un placer que no se acaba y crece. (Los que se quedaron con la impresión de que sigue cantando igual a cuando irrumpió el fenómeno de la Solemanía se están perdiendo una artista madura, sólida, carismática, inquieta y creciente. Son los menos, pero como profeso la fe Pastorutti suelo lidiar con ellos). A lo que voy es que tiene la seguridad de los que nacieron con talento y aunque sabe que es una elegida no cree tener la vaca atada y la labura constantemente.
Horacio me regaló una vez un concepto que creo encierra verdad. Me dijo: Cantar es un acto de soberbia. En un principio la palabra soberbia me pareció un poco fuerte y busqué reemplazarla con otra menos punzante. Hoy creo que soberbia es la palabra justa. Cualquiera puede actuar, escribir, componer, pintar con un mínimo de talento y convencer al mundo de que se merece ser tildado de genio. Basta con superar autoestimas endebles, lograr alguna proeza técnica, desatar el exhibicionismo escénico, que no es más que ganas de seducir, y regodearse por hacer malabares que podrán ser simples pero que mantienen al menos por un rato las pelotas sin caerse. Cantar es eso y algo más. Someterse al examen permanente de ser oído y no sonar como el chirrido de una puerta, el croar de los sapos, el vapor penetrante de las pavas silbadoras o el quejido insoportable de la uña contra el pizarrón. Hay que sonar siempre a tiempo, a tono, a agrado. Y no basta con la seguridad, la seducción, la maña, no, hay que tener además una actitud desafiante, beligerante, que se parece mucho a la jactancia, y sí, digámoslo clarito, a la soberbia. Resumirlo en una oración sería algo así como: El escenario no admite débiles, pero cantar es sólo para los fuertes.
Soledad me da tranquilidad porque no terminó de construir su voz si no que fortificó la que la naturaleza le dio. No la pifia casi nunca y si lo hace (es tan humana que hasta sabemos que viene de Arequito) comprende que es un descuido y no el derrumbe del castillo.
Canciones a la carta es un espectáculo en tres partes. Al entrar se invita al público a elegir en una hoja-menú, una canción como entrada, otra como plato principal, otra como postre y otra entre las sugerencias del chef. Se pide además que dejemos el nombre, establezcamos la ciudad donde vivimos, consignemos la edad y pongamos una dirección de mail. En la primera parte del show, Soledad canta un repertorio elegido por ella misma, en la segunda hace entrar una urna con las hojas-menuces y sortea dos entradas, dos platos principales, dos postres y una sugerencia del chef, o sea siete personas subirán al escenario y se sentarán en una especie de living que se ha armado y ella les cantará las canciones que han elegido. (Participamos, pero nosotros ni ningún otro hombre salió favorecido en el sorteo). En la tercera y última parte repasará algunos de sus grandes éxitos. Después, claro, vendrán los bises.
En el programa de mano declara que se refugia en un teatro para lograr más intimidad, estar más cerca de su público. Y sí, la chica está acostumbrada a las multitudes, a los espacios abiertos, a públicos épicos que desalentarían a los menos fogueados en lides descomunales. En ese contexto se podría decir que Canciones a la carta es “íntimo”. Como toda cantante popular tiene su liturgia que debe respetar sino sus fans no percibirían que es ella. Hay un clima de fiesta, su público de toda la vida reparte e infla globos, tira papelitos, exhibe carteles, ejecuta con los brazos movimientos coreográficos concertados y en el ya mítico e ineludible a Don Ata revolea lo que tenga a mano.
Como las verdaderamente grandes la Sole trasciende las candilejas y uno en la fila 15 siente que canta sólo para uno. Se mueve en escena con la facilidad y la gracia de quien se halla en su lugar de pertenencia. Y que canta como los dioses es una realidad tangible y objetiva como sólo las realidades pueden serlo. Puede no gustar su repertorio o el modo de encararlo, pero nadie con buen oído puede negar que sabe cantar bien.
Creo que para Horacio era la primera vez que la veía en vivo. La conocía por sus grabaciones, claro. Creo que también disfrutó de su talento. Digo creo porque en la cena de después hablamos de otras cosas, nos pusimos un poco al día, porque ya no nos vemos con tanta frecuencia. Antes, después de ver un espectáculo, lo desmenuzábamos, lo viviseccionábamos y sacábamos conclusiones. Extraño eso. Ganarte la vida duramente te hace perder cosas. Me pierdo, por ejemplo, que su lucidez me regale otros conceptos iluminadores.
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Cada tanto pasa esto, me mencionás en algún comentario y además de sentirme orgulloso me hacés poner colorado hasta la raíz del pelo. Por supuesto que lo disfruté, muchísimo. No me decepcionó para nada, y la volvería (volveré) a ver cada vez que se presente por estos pagos, más aún si me acompañás.
ResponderEliminarSólo le hago justicia, mire
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