martes, 20 de noviembre de 2012

Calle 13



El horario del recital de Calle 13 en la plaza Moreno era todo un misterio. Una página web de Cultura de la Municipalidad decía que era a las 17, un diario de Buenos Aires decía que empezaba a las 18:30 y una amiga en el Facebook decía que comenzaría a las 20. Descarto el de las 17 por muy temprano y el de las 20 por impreciso y decido confiar en el del diario. Craso error, mientras algunos medios sigan más interesados en operar contra Cristina que en informar no hay que creerle ni los muertos. Ay, de haberle llevado el apunte a la sugerencia de mi amiga, habría salido ganando…
 


Llego a eso de las 18:40. La plaza está vallada y unos policías te cachean antes de entrar. Me pongo en la cola y cuando llega mi turno, levanto los brazos como los jóvenes que me precedían, el cana me mira, me pone la mano en el hombro y dice: Por favor, adelante…  Me sentí Matusalén. Me consuelo pensando que por mi edad o por mi aspecto inocente podría haber pasado un arma blanca, porros, pastillas o una  petaca. Consuelo inútil porque jamás pasaría esas cosas y soy lo que parezco: un señor mayor inofensivo…
 


Decido ubicarme en la vereda frente a las escalinatas de la catedral porque allí no da el sol, no quiero que me empujen y hay parlantes a los costados. Mientras espero que empiece, me entretengo mirando pasar la gente, que no es una de mis ocupaciones favoritas, pero otra no se me ocurre, salvo repasar las tablas o comprobar qué poemas me acuerdo todavía de memoria. Me saludo con alumnos, colegas, vecinos y conocidos. La espera se alarga y pasamos de la expectativa al hartazgo. Esta vez no nos ponían música para aligerar la espera. A las 8 menos cuarto, un locutor anuncia que falta menos. Se le entendía poco y nada. El sonido se empastaba y la voz del hombre pasaba de una amalgama sonora informe que semejaba una alocución a una palabra nítida y perdida que se colaba y daba un probable sentido a lo que decía. Fue una advertencia que desoí. Me dije: suena así porque le dieron sólo un canal y no habilitaron todas las bandas disponibles. Iluso de mí.
 


A las 8 y cuarto comenzó, el escenario se inundó de expresiva luz y atractiva multimedia. René algo pareció decir y comenzó a contorsionarse con el torso desnudo como acostumbra. Nosotros allá atrás no entendíamos nada de lo que cantaba ni distinguíamos si eso que sonaba era música. Era como cuando uno procuraba sintonizar una emisora con música en una radio de onda corta y no lo lograba. Ya sé, la comparación es de un viejazo indisimulable, pero como ya conté, el cana acabó con toda pretensión de juventud que pudiera tener. Giré para ver cómo reaccionaban los demás, seguían caminando, charlando, comiendo, bebiendo como si nada pasara en el escenario y estuvieran allí para tomar el fresco. Tampoco aplaudieron cuando la canción terminó. Sabrá Dios por qué habrán ido, pero para ver el espectáculo aparentemente no. Arrancó la segunda y esperé que se produjera un milagro, que alguien girara una perilla, apretara un botón y que la música surgiera nítida y diáfana, no pasó porque Dios se reserva los milagros para cuestiones menos técnicas. En tiempos de tanto avance tecnológico espera que nos la arreglemos por nuestra cuenta. Por momentos el volumen aumentaba y se adivinaba algo como No hay nadie como tú mi amor, y los que estaban sentados en las escalinatas se arrobaban, más por adivinar la canción que por percibirla. Comencé a moverme y buscar dentro de la vereda en la que estaba una posición que me permitiera oír mejor, me dije: por ahí estoy parado en un agujero negro que se chupa el sonido y si me corro se corrige. Pero por más que intenté transformarme en una antena humana, no pasaba nada. Por ahí, en otros lugares de la plaza se escucha mejor, me dije, después de todo los que estaban en frente al escenario parecían pasarla bomba. Descartaba llegar tan cerca, pero no perdía la esperanza de encontrar otro lugar desde el que se oyera algo parecido a un sonido inteligible. Me metí por la vereda interna de la plaza que comunica con la calle 51, se oía un poco mejor a la voz cantante o sea René, pero a la banda no mucho, sobresalía de vez en cuando un saxo. Pasábamos entonces de una radio onda corta a una spica. Sigo con los viejazos, toda ilusión de juventud ya está perdida. Me pregunté ¿me quedo aquí y escucho mal pero escucho, me voy a casa o me acerco a la parte central en la que parece oírse bien? Junté coraje y me acerqué. Llegué a la parte central de la plaza, la que da al palacio municipal hacia el frente y por los costados a trece, de ahí a 12 era imposible acercarse. Oír se oía, no muy bien pero se oía. Decido quedarme aunque me empujen, pero no va y se me instala al lado un grandote de voz estentórea que conversaba a los gritos prácticamente en mi oreja. Fue la orden de partida. Derrotado, frustrado, desencantado me fui. Ni los fuegos artificiales que me encantan me invitaban a quedarme.
 


Los diarios nada dicen que hubo problemas de sonido. Prefiero no ser desconfiado o malpensado y creer que es porque estaban cerca del escenario. En los diarios que habilitan comentarios de lectores, estos hablan de lo que cobró la banda, de la ideología de la banda, de si había gente humilde y drogados (sic, en lo de drogados, para “humildes” usan otra palabra despectiva que ni en pedo repito porque podré tener muchos defectos pero discriminar ni ahí), en fin, hablan de lo que les interesa y del sonido, nada. 


Creería que me ataca la hipoacusia o la sordera si no me hubiera chocado en la salida con un flaco que estaba cerca de mí en la explanada de la catedral y que me dijo: Tanto esperar para no oír carajo. Menos mal. Juro que era joven y no parecía tener problemas de audición.

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