Como dije por ahí, a esta altura ya habría que
declarar a Michael Caine Patrimonio Cultural de la Humanidad. El hombre es como
un Faro de Alejandría que ilumina nuestras conductas con la severidad y la
piedad de un humanista curtido.
Y al igual que todos los que han estado en el mundo del
cine el tiempo suficiente ha visto producirse remakes de sus películas más
emblemáticas. Se rehacen porque son buenas, pero sobre todo porque ellos
estuvieron allí. Caine ya vio que reformularon su Alfie, su Gambit, su Get Carter, él mismo revisitó su Sleuth ahora como el viejo con
Jude Law, que fuera el nuevo Alfie,
en el papel que él antes había interpretado junto a Laurence Olivier.
Los que nos criamos con él, los que seguimos su
carrera primero en tardes de matiné, atesoramos su cuarto opus de 1969 (el
señor estaba en el apogeo de su carrera y corría de film a film) The Italian Job con dirección de Peter
Collinson. Un trabajo en Italia se la
bautizó por aquí y no la olvidamos más. La recordamos con detalle en aquellas
épocas en que no había ni siquiera un ahora antediluviano video para verificar
su existencia. Incluso si se la ve ahora después de tanta parafernalia que
anestesió la capacidad de asombro, deslumbra, imagínense lo que era para una mente
casi virgen en una siesta robada o escabullida.
Charlie Croker (Michael Caine) sale de la cárcel y la
viuda de Beckerman (Rossano Brazzi en corta y fulgurante aparición) le cede la
idea para un golpe genial. Como necesita financiación busca el mecenazgo de Mr.
Bridger (Noël Coward) distinguidísimo jefe del hampa que conoció en la cárcel.
Junta un equipo de siete secuaces, entre los que se distinguen un ascendente
Benny Hill y un muy incipiente Robert Powell, tan tímido que parece pedirle
permiso a la cámara para cruzarse delante de ella. El atraco será en Turín y el
botín unos cuantos, muchos, lingotes de oro. Y no solo deberán sortear a la
policía sino también a la mafia, comandada por Altabani (Raf Vallone).
Dos elementos alborotaron nuestra imaginación: el uso (o
el abuso) en el escape de unos fabulosos Mini Cooper y un final, insidioso como
pocos. El final en realidad era una trampa que prefiguraba una secuela, que
como nunca se hizo nos permitía discutir si se salían o no con la suya.
Entre las curiosidades que oculta toda película, hoy
sabemos que no les dieron ni un solo Mini Cooper, aunque el film los glorifica,
y en cambio Fiat cedió todos los otros autos que aparecen y hasta ofrecieron
capital si en la fuga reemplazaban a los Mini Cooper, propuesta no aceptada por
la producción, porque el film entre otras cosas era también sobre el orgullo
inglés. En tiempos pasados, hasta los productores eran idealistas… en estas
contemporaneidades tan cínicas hasta le hubieran cambiado el Italian del título por The Fiat Job.
Ni soy el único que quiere que Michael Caine sea
patrimonio de la humanidad, ni fui el único niño con mente impresionable en
matinés iniciáticas, este Trabajo en
Italia tenía destino de revisión y remake.
Gracias a los dioses del cinematógrafo, más que una
remake produjeron una reformulación. Dejaron eso sí los rasgos distintivos: el
atraco en la calle, el oro y la fuga en Mini Cooper. Todo lo demás lo cambiaron
e hicieron bien, porque ahora se pueden ver una a continuación de la otra sin
que se vislumbren las sorpresas y con una
apreciación mejor de las diferencias.
Este nuevo The
Italian Job es de 2003, se bautizó aquí como La estafa maestra y la dirigió F. Gary Gray.
Estamos a fines del siglo XX y la banda, integrada por
Jason Statham, Edward Norton, Seth Green y Mos Def (ahora actúa con el nombre
de Yaslin Bey) comandados por Mark Wahlberg y apadrinados por Donald
Sutherland, acomete con éxito un robo de lingotes de oro en la siempre
fotogénica Venecia. Hay una traición y una venganza se impone. Años después, en
2003, con la participación añadida de Charlize Theron y un musculosísimo (no es
exageración) Franky G, la banda intentará recuperar el oro en las calles de la
siempre pujante Los Ángeles. Habrá sorpresivas vueltas de trama que volverán
apasionante la visión, que no en vano el decálogo del género de robos y
ladrones prescribe alteraciones e improvisaciones sobre los planes perfectos
que nos hicieron conocer.
La derecha, por desgracia el status quo mundial más
constante, concibe las peores penas por los delitos contra la propiedad, a
pesar de esto, o gracias a esto, nos deleitan los cuentos de robos e hinchamos
siempre por que triunfen los ladrones, puede que moralmente esté mal, pero como
somos más los que no somos dueños de bancos, la presunta inmoralidad no nos
restringe el gozo.
Gustavo Monteros
The Italian Job puede verse en Netflix. Y La estafa
maestra puede verse en Qubit.tv
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