Si alguna vez se inaugura el nicho de Películas para
el Día del Padre en el cable, en ciclos de cine o en reediciones especiales de
DVDs y Blu-Rays, este film figuraría entre los infaltables. Por los nombres
involucrados en el proyecto y porque pocas películas tienen en su epicentro la
relación padre-hijo con tanta precisión y claridad. Dado que más allá de la
trama policial, el film se centra en cómo ser padre o en cómo ser hijo, que no
hay una cosa sin la otra.
Jessie (Sean Connery) es un irlandés que, terminada la
Segunda Guerra Mundial, se instala con una esposa napolitana en la siempre
mítica New York. Comenzará rompiéndose el lomo, pero como astucia y calle no le
faltan, se entregará después a una vida de delincuencia, en la que no habrá
robo ni estafa que le quedarán por probar. Iniciará en esta vida a su hijo,
Vito (Dustin Hoffman) quien, tras ser atrapados y pasar un tiempo en la cárcel,
decidirá abandonarla para siempre. Vito se casará, se convertirá al judaísmo, pondrá
un negocio “honesto” y luchará para que su hijo, Adam (Matthew Broderick) sea
“recto”. Pero Adam tiene más sangre de su abuelo que de su padre, y después de
abandonar un futuro universitario brillante traerá a la familia un ardid con
robo “que no puede fallar”. Pero en las tramas de robo, el diablo, la
casualidad o el destino meten baza, y los planes no siempre salen según lo
acordado.
El maestro Sidney Lumet sabía tomarle el pulso a los
tiempos. En los cincuenta, cuando comenzó su carrera, hubiera tratado este material
como un gran drama y no hubiera parado hasta acercarlo a la tragedia, pero como
estamos en 1989 decide tratarlo con ligereza, con la filosofía que la historia
le adjudica al personaje de Connery, o sea, las cosas son como son, hay buenas
y malas, la vida fluye y la muerte es solo un paso, y sobre todo: No cometás el
delito si no estás dispuesto a pagar años de prisión si te agarran.
Connery y Broderick están deliciosos en clave menor y
contrastan armoniosamente con la intensidad de Hoffman. Lumet era también
magistral dirigiendo actores y se le nota dicha sabiduría al incluirlo a
Hoffman en este personaje. Hoffman es muy competitivo, trata de quedarse
siempre con la escena, desplazar de la luz a sus compañeros, y cuánto más
estelares son, más ganas de relegarlos le agarran. Es como si no pudiera
evitarlo. Al igual que los viejos divos teatrales no tiene paz hasta que no
opacar a quienes están en escena con él. Aquí elige la intensidad, cuando más
leves son sus compañeros, más reconcentrado se pone Dustin. Pero Lumet le ha
dado el personaje ideal para hacer eso y no quedar expuesto. Y de paso conmover
mucho.
Porque el personaje de Hoffman se equivoca
permanentemente. No sabe ser padre, no sabe ser hijo. Su error trágico es haber
olvidado los valores del hampa y haberlos reemplazados por los de la clase
media. Otro irlandés, el genial George Bernard Shaw, en más de una
extraordinaria obra de teatro, expuso la siguiente contradicción ética. La
clase media confunde valores con prejuicios, y contribuye a la vida social con
más hipocresías que las otras clases, más atentas a sus necesidades y a cómo
defenderlas.
En esta etapa de su carrera, Lumet llamaba a
compositores de Broadway para las bandas sonoras, en este caso a Cy Coleman (Sweet Charity entre otros hitos del
teatro musical) quien entrega temas muy “show”, muy teatrales que ironizan
trama y personajes y dan un original respiro a tanto violín lloroso.
Los velatorios que jalonan la trama de tan irlandeses casi
hasta dan ganas de morirse para tener uno así.
Negocios de Familia / Family
Business cuenta con guión de Vincent Patrick, sobre su propia novela, y se
halla en la plataforma de contenidos Netflix. Entre tanta oferta puede pasar
desapercibida, no lo merece.
Gustavo Monteros
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