Y no porque la haya visto muchas veces, un par en cine, una como atracción principal, la otra como relleno, más alguna que otra visión parcial por televisión en esos sábados de matiné, y después se perdió. No llegó a video y no paseó mucho por el cable. (Para los que ven las películas solo una vez, lo que cuento puede que les parezca una exageración de veces, pero un cinéfilo no me juzgará así, sabe que las películas se repiten, al igual que las comidas que disfrutamos, si te gustan, nadie come milanesas solo una vez).
La hicieron en 1969, cuando estaban de moda las películas corales y de episodios. La dirigió Mel Stuart, cuyo único otro mérito es haber dirigido en 1971 la primera versión de Willy Wonka y la fábrica de chocolate con el inolvidable Gene Wilder. O sea no era ni un Robert Altman ni Alan Rudolph, que hicieron unas cuantas películas corales más que estimables. La escribió con más profesionalidad que arte, David Shaw, un prolífico guionista cuyo mayor mérito es haber concebido la idea de A foreing Affair/La mundana, 1948, que dirigió Billy Wilder y que se suponía sería un vehículo de lucimiento de Jean Arthur, pero no, porque estaba también Marlene Dietrich que en plena madurez daba pelea como una recién llegada y se robó la película.
Era también una sátira a la manera en que algunos yanquis hacían turismo. “Conozca 9 países en 18 días a solo $448, 50”.
El contingente estaba integrado por Harve (Norman Fell) e Irma (Reva Rose), señora de colon muy irritable, lo que la convertía en una maníaca del papel higiénico, afición que le contagió al marido, y por huir de una prueba de quesos se subirá por error a un bus de turistas japoneses con un recorrido similar aunque no igual al que pertenecía, y las veces que se cruce a la distancia con su marido, lo verá en situaciones “supuestamente” comprometidas con otras mujeres.
Jack Harmon (Michael Constantine) es un solterón sobreviviente a la Segunda Guerra Mundial ansioso por visitar de nuevo los sitios que conoció en combate y reencontrarse quizá con su novia de guerra, Gina (Marina Berti). Constantine es un actor astuto, sugiere que su personaje en un gay enclosetado, partiendo del dato que no puede superar la obsesión por la perdida mujer “ideal”.
John Marino (Sandy Baron) es un hombre de ascendencia italiana que quiere conocer a sus parientes, en Venecia huirá de una boda imprevista con una adolescente linda pero obesa a la que lo quieren someter por la ventana de un baño cayendo en pleno canal, y en Roma se hará negar ante una prima insistente, a la que finalmente conocerá cuando trepa al bus camino del aeropuerto y que resulta ser nada más ni nada menos que una Virna Lisi, fogosamente afectuosa, de quien, claro, no debió negarse.
Fred (Murray Hamilton) al contrario de su esposa, Edna (Peggy Cass) tiene tantas ganas de hacer este tour como de domar leones en celo, pero acepta hacerlo porque quiere alejar a su apasionada hija adolescente, Shelly (Hilary Thompson) de un novio más que predispuesto al sexo.
Demás está decir que Shelly conocerá en el tour a Bo (Luke Halpin, que no es otro que uno de los pibes de la serie Flipper, convenientemente crecido, of course) un activista político, que en una escapada la llevará a una soporífera reunión (soporífera de sopor de alcohol y drogas, se supone) en la que un siempre saludable Donovan canta una canción en mi opinión horrible.
Bert Greenfield (Marty Ingels) va en viaje sexual, se conformará con sacar fotos y filmar a deslumbrantes señoritas, como mandaba la moda o la posibilidad de la época, el humor radicaba en la frustración sexual, piénsese en la picaresca de Olmedo y Porcel durante la dictadura, se suponía “gracioso” que estos personajes no concretaran sus ambicionados celos amatorios.
Dos viudas muy desaprovechadas Freda (Pamela Britton, una buena comediante que no podría desarrollar todo su potencial porque moriría prematuramente por culpa de un tumor cerebral en 1974) y Jenny Grant (la inmensa Mildred Natwick, que venía de reverdecer fama y lograr nominaciones con su gloriosa participación en Descalzos en el parque (Gene Saks, 1967).
Harry Dix (Aubrey Morris) es un cleptómano que arranca con un valijón vacío que ira llenando de recuerdos arrebatados en hoteles y restaurantes, cleptomanía que permitirá en los títulos finales un gag muy logrado con el infaltable The end.
Y last but not least, not in the least, Samantha Perkins, vendedora de una tienda que se embarca en este viaje para pensar en si quiere casarse con George (Frank Latimore) y que tras rechazar todos los avances del mujeriego guía, Charlie Cartwright, caerá finalmente en sus brazos en la última parada, Roma, donde deberá decidir si se queda con Charlie o si vuelve a la tienda. Como Samantha está Suzanne Pleshette, una hermosa mujer de ojos pícaros y deslumbrantes que era por entonces omnipresente en toda comedia que se precie. Y como Charlie está Ian McShane, talentosamente impecable como siempre.
Para hacer más atractiva la propuesta hay cameos o brevísimas
participaciones de encumbradas estrellas como Joan Collins, Robert Vaugh, John
Cassavetes, Elsa Martinelli, Ben Gazzara, Anita Ekberg, Catherine Spaak, Senta
Berger y la nombrada Virna Lisi.
Dejo
afuera de esta lista al hombre que tal vez hizo que no olvidara jamás esta
comedia más amable que graciosa, Vittorio de Sica, a quien por entonces veneraba
con cada cosa suya que conocía, tanto como actor como director. Aquí hace de un
zapatero veneciano que no sabe una palabra de inglés y que recibe a un cliente
yanqui que no sabe una palabra de italiano. El yanqui quiere zapatos a medida
de color tostado, “tan” en inglés, el zapatero terminará creyendo que pide
zapatos a dos colores, marrón y blanco. El honor de codearse con De Sica le
tocará a Murray Hamilton, que ya había pasado a la historia del cine como el Sr
Robinson, el marido del personajes de Anne Bancroft en El graduado (Mike Nichols, 1967) y que ratificaría su historicidad
como el alcalde del pueblo atacado por el escualo en Jaws/Tiburón (1975) de un tipo sin ningún talento para el cine, un
tal Steven Spielberg.
Eso sí, no era gratuito que el guionista David Shaw
fuera tan prolífico, si bien este trabajo no es el colmo de la brillantez, por
aquí y por allá, hay alguna que otra línea feliz. Ejemplo, el guía presenta el
paseo por Londres de la siguiente manera: “World Wind Tours se enorgullece en
presentar dos mil años de historia británica, así que intenten no cabecear o se
perderán un siglo”.
Tampoco
fui el único en no olvidar esta película. En 1971, en el documental que ganó el
Óscar The Hellstrom Chronicle/Los
herederos de la Tierra sobre la lucha de los insectos por quedarse con el
planeta, se usan escenas de Si es martes…
para ejemplificar (¿?) Y en 1987, casi 20 años después del original, la
televisión hizo un film que en algunos países se pasó en el cine, If it’s Tuesday, it still must be Belgium o
sea Si es martes, todavía debe ser
Bélgica con Claude Atkins, Courteney Cox, Peter Graves y Lou Jacobi entre
otros. Y en la serie de dibujos animados Captain
Planet and the Planeteers, que se emitió entre 1990 y 1996, hubo un
episodio en 1992 que se llamó If it’s
Doomsday, this must be Belfast, o sea, Si
es el Día del Juicio Final, debe ser Belfast.
Ah, y una línea del diálogo fue premonitoria. En una
de las discusiones entre Samantha y Charlie, Suzanne Pleshette, que ya no está entre nosotros, se hizo
eterna en 2008, le dice al personaje de Ian McShane: “¿Cuánto crees que va a
durar tu encanto de grandulón?”, a lo que él responde: “El resto de mi vida si
tengo suerte”. La tuvo, el inglés, que en estos tiempos protagoniza la serie American Gods, tiene 135 proyectos en su
haber y sigue tan pagador del tiempo invertido en su persona como el primer
día.
Gustavo Monteros
Si es martes, debe ser Bélgica puede verse en Qubit.com
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