No sé absolutamente nada de Bollywood, salvo el lugar
común de que las películas que produce son exageradas, largas, coloridas y que
cualquier excusa es buena para que todos se pongan a bailar. Más alguna que otra escena, entrevista en
películas de otros géneros y orígenes, en la que se atestigua a personajes
solazarse en un cine con chicas frente a diosas de varias manos o que luchan
contra monstruos imprecisos con algo de lagartos. De allí que en noches de
insomnio me tienten los títulos de Bollywood que ofrece Netflix. (Aclaración
necesaria, como cinéfilo de ley vi películas indias, casi todas de cine arte,
hablo aquí de las producidas por la industria con intención de provocar grandes
impactos y repercusión inmediata en las boleterías).
Una noche decido aventurarme con Raees, protagonizada por Shah Rukh Khan súper-astro indio que el
cine de Hollywood usó en Mi nombre es
Khan (Karan Johar, 2010).
El resumen dice: Durante
la década de los ochenta, el astuto Raees se convierte en el rey del
contrabando de Gujarat y, para equilibrar su vida criminal, ayuda a la gente.
O sea estamos ante un maleante medio culposo que se vuelve un Robin Hood. No el
más apasionante de los argumentos, pero hemos visto peores, y si los beggars
can´t be choosers, los insomnes menos.
La dirige Rahul Dholakia, a quien no tengo el gusto de
conocer, y que bien podría ser el mejor director del mundo o un pariente de Ed
Wood (que también era excelente aunque en el sentido opuesto). Arranca hablando
de un territorio y usa el estilo épico a
la manera de Lean en Lawrence de Arabia.
Seamos claros, homenaje… en versión copia fiel. Y por eso ya me cae bien don
Dholakia, dije no hace mucho que los directores que copian son como esos
transformistas obsesivos que terminan por ser iguales a las estrellas que
copian de puro amor e infatigable repetición de sus trucos. O sea, después de
mucho trabajo y disciplina. Pero mucho, mucho de verdad. Lo cual debe
respetarse o apreciarse, sobre todo en épocas en que todo se compra hecho y
baratito en la sala de montaje digital.
El protagonista, el Raees del título, en versión pibe
al inicio tiene que usar anteojos y la madre no tiene plata para comprarlos, de
allí que Raees con la ayuda de un amiguito, Sadiq (Mohammed Zeeshan Ayyub en la
versión adulta y que permanecerá en categoría de adjunto y no ascenderá a coprotagonista)
le robaran los anteojos a una estatua de… Gandhi. Ya la cosa más que gustarme,
me entusiasmaba. Los dos pibes se convierten en distribuidores de alcohol para
un contrabandista local. Hay una Ley Seca, (la acción trascurre por los ochenta,
digo para que no se confunda con la famosa de los EEUU) de allí que el alcohol
sea ilegal.
Ya adulto, Raees querrá tener su propio negocio de
contrabando y pretenderá que, el en un principio reacio, Sadiq sea su socio. Cuando
lo convenza, comenzará una nueva etapa en sus vidas. Para entonces, cada
transición da pie a ¡sí!... un número musical. Espectacular, grandioso,
colorido y muy, muy alegre.
Habrá, por supuesto, un interés romántico para el
héroe, Aasiya (Mahira Kahn) con la que se terminará casando, pero a la que no
veremos besar en los labios, porque por algún lado hay una restricción para ver
o hacer eso en público, y no se ve en los filmes, beso a una mujer, parece,
porque en Bombay Talkies, película en
episodios, otro producto Bollywood, en una de las subtramas hay un romance
homosexual y se ve un beso entre dos hombres.
Pero no nos perdamos, los muchachos abren su negocio,
triunfan, en el medio hay otro número musical, claro, y enfrentan las primeras
envidias que solucionarán a los tiros. A esta altura, el director Dholakia ya
ha perdido toda vergüenza y dirige no ya como David Lean, sino como el
mismísimo Sergio Leone, y si Leone celebraba la unión de la historieta con la
ópera, poniendo el acento en la ópera, su discípulo copiador Dholakia lo pone
en la historieta, y si el cine de Leone no sería tan notorio sin la música de
Ennio Morricone, Dholakia recurre a un parecidamente melodioso Ram Sampath.
La trama, siempre sencilla, avanza con una asociación
del protagonista con políticos, que posteriormente derivará en enemistades
irreconciliables, también se ganará un marcado antagonismo con un policía,
indeclinable como el Javert de Los
miserables o como el Tommy Lee Jones de El
fugitivo. Habrá también traiciones varias de examigos y citas afanosas a Matrix (Wachowskis, 1999), El tigre y el dragón (Ang Lee, 2000), El mariachi (Robert Rodríguez, 1992) y Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003), entre
las más notorias y evidentes. Son tan claras las citas/robos que uno no hace
más que disfrutarlas en su esplendor.
El film dura dos horas 23 minutos que se pasan en un
santiamén. No sé si voy a tener tanta suerte con los próximos títulos Bollywood
que elija, pero empecé de lo más bien y no hay mejor impulso para perseverar.
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario