Dije por ahí, en algún momento, que un cinéfilo es un
traficante de recuerdos. Pocos ejercitan tanto la memoria como un cinéfilo. El
olvido y la desmemoria le están prohibidos. Le deben ser tan ajenas como la
duda al fanático. Y sin embargo el cinéfilo es también un ser humano y por lo
tanto se olvida. Ocasionalmente, claro, sino debería abandonar la membrecía de
la cinefilia. Y así, a veces, no recuerda haber visto este o aquel film, que sí
ha visto. Se da entonces explicaciones plausibles para la temida anomalía. Se
dice que debió haberlo visto en una seguidilla de filmes que ganaron
preeminencia y se registraron en su memoria, relegando el film en cuestión a
ese apartado rincón de la conciencia que se parece al olvido. Que debió haberlo visto ganado por circunstancias
preocupantes que le impidieron imprimirlo en su elástico registro de datos. Que
su desinterés por ver dicho film en aquel momento dado era tan marcado que no
sobrevivió al trámite de la visión. Lo que sea, menos admitir que lo olvidamos
porque estamos viejos o perdemos la pasión.
Como muchos, hago en Netflix Mi lista, o sea, agrupo aquellas opciones que me gustaría ver. Las mías
abarcan algunas películas que ya he visto, pero que me gustaría revisitar, y
otras que todavía no vi. Sin embargo hay noches en que me gusta saltearme Mi lista y ponerme a pescar. Un cinéfilo
busca siempre el tesoro innominado y desconocido que habrá de seducirlo, de
encantarlo, de deleitarlo, de desvelarlo (mientras vuelve a proyectarlo en el
cine de su cabeza para que se quede a vivir ahí). Como todo cazador, disfruta
tanto de la caza como de la presa. Y así
voy de una opción a otra, me digo que no tengo que persistir si no encuentro
algo pronto, que tengo que evitar que la búsqueda se transforme en neurosis.
Doy con algo que dice llamarse Así es la
vida, lo que me divierte porque tiene el mismo título de un clásico del
teatro argentino llevado al cine ya dos veces. Y corroboro que nada tiene que
ver con este legado argentino cuando pido más información y me dice que se
trata de una película de 2010, dirigida por Richard Levine, de 1h 33m, y me la
resume así: Harto de su empleo como
escritor en un pésimo programa de TV, Ned cree que su vida no podría ser peor…
hasta que su hijo adolescente le confiesa que es homosexual. El elenco es
de primera y me pregunto cómo no la vi todavía, de modo que sin dudarlo más le
apunto al play y aprieto.
Como suele suceder el resumen miente, no es que el enterarse
de la homosexualidad de su hijo sea la gota que rebalsa el vaso, sino que Ned
(Liev Schreiber) el guionista en cuestión, cuando la trama empieza, ya conoce
la sexualidad de su retoño adolescente, y está más preocupado por satisfacer
las exigencias de su jefe, Garrett (Eddie Izzard) el coordinador de historias
de la serie televisiva para la que trabajan.
Así es la vida, Every Day,
en el original, es una comedia amarga, pero amable (no es un contrasentido, las
comedias amargas suelen ser crueles) que funciona por acumulación de problemas.
Por un lado los de Ned, en el trabajo, en el que su
jefe favorece a un guionista de menor experiencia, Brian (David Harbour, en
breve participación) y dado que el pobre Ned sigue sin dar pie con bola, el
jefe Garrett lo obligará a trabajar en colaboración con Robin (Carla Gugino)
que ofrecerá, aparte de ayuda, alivios sexuales a los que Ned se niega primero
y acepta después. En casa, Ned debe responder a las preguntas peligrosas de su
hijo menor, Ethan (Skyler Fortgang) un aprendiz de violinista, mientras lidia
con la intención de Jonah (Ezra Miller) de asistir a un baile LGBT, al que Ned
no quiere que vaya.
Su esposa, Jeannie (Helen Hunt) mientras tanto,
traslada a su padre Ernie (Brian Dennehy) que ya no puede manejarse por sus
propios medios desde Nueva York a vivir con ellos. El problema es que padre e
hija apenas se toleran. Ernie, viudo más o menos reciente, arrastra, sin
superar, la tragedia de haber perdido a su hijo varón que no llegó a
desarrollar un promisorio potencial.
No hay villanos en esta historia, aunque Ernie y
Garrett se apunten para serlo, no, todos están equivocados o son débiles. Eso
no impide que infrinjan daños, que arañan lo irreparable.
Como la buena peli indie que es, todos actúan de
maravilla, pero es imposible no destacar a Brian Dennehy y Helen Hunt. Sin que
el guión lo diga en ningún momento, Brian Dennehy se las arregla para
comunicarnos con claridad que no es que no quiera a su hija, sino que tiene
miedo de asumir ese cariño, una vez lo hizo y perdió al objeto de su afecto, su
hijo, el hermano de Jeannie/Hunt. Por su parte Helen Hunt con admirable
economía de recursos exhibe una humanidad palpitante a la que uno no puede
sustraerse, nos mete así en la historia y nos hace partícipe, es una pena que
no tenga una carrera más prolífica.
Acabo de verla, apago la luz y me dispongo a dormir.
Antes de conciliar el sueño no puedo evitar preguntarme ¿qué hacía o me pasaba
en el 2010 que me impidiera recordar haber visto una película tan buena y cercana?
No llego a la respuesta definitiva, pero no me engaño, la clave del misterio
quizá radique en la cercanía. Más de una
vez el olvido o la desmemoria nos ayudan a escapar de la nitidez de algunos
espejos.
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario