jueves, 7 de enero de 2016

La tristeza no tiene fin



Los dos estrenos de esta semana (El precio de un hombre, La gran apuesta) revelan los flagelos de esa peste mundial conocida como NEOLIBERALISMO (sí, debería ir así con mayúsculas como si se tratara de AIDS y esas cosas). Vi El precio de un hombre a poco de su presentación en Cannes el año pasado, por mayo o junio, o sea lejos de la elección general o del ballotage. Sí, fue como ver una película sobre el desamor cuando uno está enamorado y correspondido. La vi con esa lejana angustia de algo que pasó y que forma parte de pesadillas apenas recordadas. Sí, sí, fue horrible, pero ya está, ya fue, ya pasó. Tampoco había peligro de que volvieran, las pesadillas, digo, las encuestas daban ganador a quien las mantenía a raya, ¡andá a creerles a las encuestas! Hoy, vuelvo a ver El precio de un hombre, ya no como un retrato de horrores olvidados sino como un recordatorio de lo que vendrá… pasado mañana.


En la Crónica que hago sobre La gran apuesta en el blog de al lado, cometo una injusticia que procuro corregir aquí. (http://cronicas-de-cine.blogspot.com.ar/2016/01/la-gran-apuesta.html) Digo que los yanquis no aprenden, que todo vuelve a empezar como si nada hubiera pasado. Bueno, no es privativo de los yanquis. Tampoco nosotros aprendimos nada, no puede ser que una gran parte del electorado, a pesar de nuestras insistentes advertencias, haya votado el regreso al ¡¡¡NEOLIBERALISMO!!! Nos hundieron en el infierno, no hace mucho, apenas 12 años atrás, y ¡¡¡ya lo olvidamos!!! Y no es que intentaran confundirnos, volvieron con la misma gente, ¡¡¡los mismos nombres!!! responsables del hundimiento anterior. ¿Cómo?


Fácil. Hay en gran parte de la población un antipopulismo de base, que se lleva en los genes, en los tuétanos, en los dobladillos de los pantalones, en los pliegues del vestido, un antiperonismo prejuicioso que se nutre de las peores visiones de una clase media que se cree tanto a salvo de la necesidad como del mal gusto, que cree que aislándose, no reconociéndose como clase, no solidarizándose se pondrá a salvo de todo. Cree que no le debe nada a nadie, ni a vecinos, ni a gobiernos, ni a humores sociales. Y se cree que está más cerca de los de arriba, adonde aspira arribar, que los de los de abajo, que es de dónde viene, y no hace mucho. Gente que vive de un salario y se comporta como si tuviera una cuenta en Suiza. Gente que reacciona más por las ganas de ser, que por lo que verdaderamente es.





Y a esas ganas apuntan los grandes medios, a incentivarle esa pertenencia que nunca tendrán, a incrementarles la ofuscación, el escándalo. La emoción, bah. Y esa emoción los vuelve inabordables, irreductibles, irracionales. Y los más politizados caímos y caemos en el error de querer razonar con ellos, de querer explicarles. ¡No!, si hablamos dos idiomas distintos, ellos no hablan de política, ellos expresan su ofuscación, su crispación, su insatisfacción. No se puede razonar con alguien que grita, que no quiere oír razones, que solo quiere que lo calmen con el alejamiento de lo que provoca su disgusto, la yegua, el modelo, el dólar, las cadenas nacionales, el índice de precios, todas esas cosas, que se vayan, que desaparezcan, ya, ya, ya. Realidades a lo sumo, muy a lo sumo, cuaternarias, que el monopolio mediático les ha hecho creer que es primaria, esencial para su vida. Porque desde siempre a estas personas les gusta prender la radio y la televisión y que les digan qué creer, qué pensar, qué decir. Les gusta pertenecer a ese sector “ideal”, que no es “negro”, ni “choripanero”, y, ojo, no vayan a decirles que son prejuiciosos, porque te salen con que adoran a Denzel Washington y bien que en los asados se comen un choripan…


Y en el camino, con su voto, aunque es más un empate técnico que otra cosa, porque no ganaron por afano, aunque gobiernen como si lo hubieran hecho, retomo, repito, subrayo, con su voto, les guste o no les guste, nos cagaron a todos. En una nota a propósito de la obra que protagoniza en Mar del Plata y de la marcha de la temporada veraniega, el Puma Goity dice: “Hay una mitad del país que está triste y otra mitad que está expectante. Feliz no está nadie.” Y lo cito, claro, porque coincido. Nadie está feliz. Y los expectantes, o sea los que los votaron, ¿están expectantes de qué? ¿De hasta dónde van a llegar a cagarnos? ¿Dónde termina el atropello? ¿Hasta dónde van a favorecer a los suyos, que no son, por supuesto, los que los votaron, los que los llevaron al poder?


Y así llegamos a la suprema ironía, les decís que se equivocaron, que con su voto nos CAGARON a todos, y encima… los tenés que contener. Porque si no se encaprichan, como se manejan con la emoción y no con el raciocinio, endurecen la postura, como los chicos persisten en el error. Te dicen: “Lo que me decís, me ratifica más en mi postura”. Y vos contás hasta mil y pensás, no se trata de que todo, todo, todo, lo hagas pasar por tu ego. No se trata de quién se siente superior, no me importa en lo más mínimo, porque esto es política, algo objetivo, mensurable, que te beneficia o te perjudica directamente. Es sencillo, los anteriores nos beneficiaban, nos daban mayor poder adquisitivo, así comprábamos y calentábamos la economía, nos incentivaban a que nos fuéramos de fines de semana largos y gastáramos, así beneficiábamos a los de tal o cuál lugar, en tal o cuál provincia, aumentábamos nuestra calidad de vida durmiendo con aire acondicionado, yendo al teatro, cenando afuera, y esas cosas. Estos, los de ahora, nos perjudican, quieren que toda esa calidad de vida sea patrimonio exclusivo de unos pocos, los que son como ellos, que los demás volvamos a vivir mal, como siempre, de acuerdo al lugar que ellos nos otorgaron desde el principio de los tiempos. La eterna ley del gallinero, con ellos arriba, claro.





Te juro que no me importa tener razón, ni sentirme superior, porque no es eso lo que busco, ni la política es campo para hallar eso. La política es como la matemáticas, donde no hay razón ni superioridades, hay datos, números, estados, menos dos es menos dos, y cuatro es cuatro. No digamos que te equivocaste, solo que votaste a alguien que nos está perjudicando a todos, bueno, a la inmensa mayoría, para ser precisos, porque a los que siempre fueron dueños del país, a esos les están haciendo bien. Retomo, votaste a alguien que perjudica a la mayoría, a vos incluido/a. Por favor, date cuenta rápido, cuando más rápido te des cuenta, menos daño va a hacer y más pronto se va a ir, y ojo, no soy golpista por desear que se vaya, ¿o acaso querés proteger al que te golpea, te maltrata, te avasalla?


Un par de meses atrás El precio de un hombre y La gran apuesta hubieran sido casi piezas de museo. Hoy tienen una vigencia que asusta. No solo la tristeza no tiene fin…


(Si bien dejé para que llenes los puntos suspensivos con lo que se te ocurra, te cuento que lleno los míos con optimismo: La esperanza también es infinita. Aunque más no sea porque no me queda otra, apuesto a que antes de que el agua nos llegue al cuello, los que votaron a estos impresentables reaccionen y nos ayuden a sacárnoslos de encima. Después de todo… ¿a quién le gusta ahogarse en una cloaca?)



Las fotos corresponden a Umberto D (1952), paradigma de los desprotegidos si los hay. Vittorio de Sica contó la historia de su abuelo con la esperanza de que no se repitiera. 60 años después el problema no se solucionó sino que recrudece cada vez que gana la derecha. Si tan solo se acordaran de los Umbertos D a la hora de votar…

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