Tengo el honor y el orgullo
de declarar que pertenezco al club Wallander. He leído y más de una vez todas y
cada una de las novelas que lo tienen de protagonista (salvo aquella en que su
autor lo condena a la demencia del Alzheimer, porque sé que mientras no la lea,
Wallander siempre estará en control de sus facultades). No he sido tan fiel con
las otras novelas de su creador Henning Mankell. Y si no hubiera cometido el
desatino de darle al detective, que aprendimos a querer, con el que convivimos,
en quién nos vimos a veces reflejado, un destino tan temible y definitivo,
lamentaría con pureza, sin reconcomios, su deceso.
De todos modos la historia
de su partida nos deja una moraleja: carpe diem total, viví cada día porque si
bien puede no ser el último, quizá sea uno de los últimos. El hombre sentía un
dolor de cuello y fue a hacerse ver creyendo que se trataba de una tortícolis y
hete aquí que el diagnóstico fue muy pero muy grave: un cáncer de pulmón con
metástasis hasta la nuca.
La filosofía del carpe diem
no tiene por qué ser lúgubre. Se trata de vivir con la humildad de no creer que
uno tiene a Dios agarrado de las bolas. No te guardes nada, decí lo que pensás
sin crueldad, reíte, gozá, mandá al carajo lo que te amarga, que si te toca la
misma de Mankell, al menos no tendrás la pena de no haber aprovechado la vida y
haber intentado ser feliz.
A modo de homenaje a
Mankell, arriba, los dos rostros más famosos de Kurt Wallander hasta la fecha,
el de Krister Henriksson para la televisión sueca y el de Kenneth Branagh, para
la televisión británica.
Abajo, una versión clásica
de Gaudeamus igitur con su
correspondiente traducción y una de las canciones que mejor expresa esto del
Carpe diem y del Gaudeamus: But the world
goes ‘round de Fred Ebb y John Kander, cantada por Liza Minnelli en el film
de Scorsese: New York, New York.
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