miércoles, 24 de septiembre de 2014

Solo 80


El paso del tiempo te quita muchas cosas, pero te da también algunas ventajas, amplía tu horizonte, profundiza tu perspectiva. Yo, por ejemplo, puedo decir con orgullo que vi todas, o casi todas, las películas con Sophia Loren, incluso las de su período inicial en Italia en algún ciclo perdido de la cinemateca o del instituto de cultura italiana. Está bien, no es un logro que pueda incluir en el currículum, pero engrandece mi pequeña historia individual, colorea mi pie de página. En clases con jóvenes, más como broma interna que otra cosa, suelo mencionar ejemplos con Sophia. Casi siempre me preguntan con extrañeza ¿Y esa quién es? Entonces digo alguna estupidez del tipo: Era la Angelina Jolie de su época. Símil desproporcionado si los hay. Porque, seamos francos, Angelina es una divina, pero en comparación, pierde por goleada.

Cuando empecé a ver cine, a edad tempranísima, Sophia era una estrella instalada, consolidada, y, ahora, a propósito de su cumpleaños número 80, entre escuelas, me puse a pensar ¿cuál fue la primera película con Sophia que vi? Después de mucha introspección, concluí que o La caída del imperio romano o La condesa de Hong Kong. O sea la Sophia más bella y deslumbrante de todas. Siempre fue bella, pero cerca, durante y después de La condesa de Hong Kong fue bellísima. Las estrellas sufren transformaciones, algunas quirúrgicas, y otras, menos cruentas, de maquillaje y peluquería. Algún artista de estas dos últimas disciplinas (que muere en el anonimato) descubre en algún momento que si las depilan así, si les delinean los ojos asá, si amplían o achican la frente aquí u acullá, si acentúan u opacan los pómulos con tal o cual base, si les cortan el pelo en este estilo o se lo levantan según aquel otro, la natural belleza de la estrella se realza. Y con Sophia por aquel momento, alguien descubrió el cómo y ella lo mantuvo hasta ahora. 

Esta vez no recurriré a los datos duros para hablar de su carrera sino que me remitiré a mi memoria afectiva. Si de niño que todavía tomaba la leche a la salida de la escuela (más bien mate cocido con leche porque estaba en Catamarca) la descubrí en La condesa de Hong Kong, es comprensible que después me perturbara los sueños, porque acariciada por resbaladizo  raso o ladina seda blanca, cubriéndose de repente las desnudeces con sábanas blancas o toallas rosadas, la señora era una experiencia arrebatadoramente erótica, y me quedo corto. 

Desde entonces, si ella está, la película no es mala (o sí), pero nunca, ni en el peor de los jamases es aburrida, porque me entretengo concentrándome en ella, mirándola adorándola, memorizándola, guardándomela para los momentos crudos, los duelos, los insomnios, el desamor, la ingratitud, la soledad y el fracaso. Si se la evoca, no hay hora oscura que no se ilumine un poco. 

Como todo cinéfilo con  pretensiones, tengo mi Sophias favoritas, como la de Una giornata particolare, la de Los girasoles de Rusia, la de Lady L, la de Ayer, hoy y mañana con ese inolvidable strip-tease para Marcello (Mastroianni, of course), que repetiría 31 años después, igualmente espléndida en Pret-a-porter para otro Marcello, siempre atractivo pero ya no tan espléndido, la de Matrimonio a la italiana, sobre la bellísima Filumena Marturano del gran Eduardo De Filippo, (Madonna santa), el vestidito negro de tul que se pone cuando hace de prostituta cura hasta el mal de ojo, la de Amor, muerte, tarantela y vino, la de Mortadela, la de Arabesque y (Dios la bendiga y le dé salú), la de la piel lustrosa de sudor de El hombre de la Mancha y la de (Ave María purísima) Y vivieron felices

Y a los 80 sigue en actividad, en el Cannes de este año, presentó La voz humana, un medio metraje de 25 minutos, dirigido por su hijo Edoardo  Ponti, sobre el monólogo de Jean Cocteau, hablado esta vez en dialecto napolitano y ambientado en 1950. (¡Qué manía la de las actrices por este monodrama telefónico en las que el amante las deja para casarse con otra! ¡No me explico cómo mujeres hechas y derechas, que podrían tener los hombres que quisieran y sacárselos de encima como quien escupe el carozo de la aceituna, gustan de identificarse y sufrir con la última conversación con un fulano que las termina de patear… por teléfono! Misterios del alma femenina).

Seguiré mencionando a Sophia en las clases, más que nada porque es parte de mi vida, de lo que soy, y cuando los alumnos me pregunten ¿Y ésa quién es?, sentiré pena por ellos y pensaré que el tiempo me quitó muchas cosas, pero me dio a la Loren. Un consuelo vano, dirá usted de entrada, pero si la conoce y si se le ha aparecido también en sueños, rotunda, sensual, deslumbrante, con esa pícara e invitadora mirada napolitana, convendrá conmigo en que después de todo, si se lo considera bien, el consuelo no sea en vano para nada y que solo por estupidez semántica parezca serlo.