Catherine
Deneuve hasta la fecha ha participado en 119 películas, ha recibido 27 premios
y ha estado nominada para otros 16 de los que se retiró sin lauro, incluida una
nominación para el Óscar en 1992 por Indochina
de Régis Wargnier. Ha trabajado con todo director que cuenta (o no) en el
universo cinematográfico, para no apabullar mencionaremos solo los very best,
tales como Luis Buñuel, Roman Polanski o François Truffaut. Ha sido la “damita
joven” (o no tanto) de Jean-Paul Belmondo, Marcello Mastroianni, Jack Lemmon,
Gerard Depardieu, Robert De Niro, Gene Kelly, Gene Hackman, Alain Delon, entre
muchos otros, misceláneos inclusive como Terence Hill. A los 70 años sigue tan
bella como el primer día y no es que haya luchado para permanecer incólume como
Nacha Guevara, no, que su cuerpo y su rostro registran los vaivenes del tiempo.
Con una ventaja, si todos con los años nos ponemos más lindos o más feos de
cuando éramos jóvenes, ella sigue reflejando la misma belleza de sus
principios. ¿Luminosidad interior? ¿Genética privilegiada? ¿Buenas operaciones
estéticas? Un poco de cada cosa, quizá. Como sea puede pararse con nobleza al
lado de un retrato de juventud sin que sintamos el aguijón de los estragos de
los años.
Ella
ya andaba por las pantallas cuando comencé a ver cine, y me alegra de que
todavía ande cuando yo aún no pierdo las ganas de ver cine. De algún modo nos
mantenemos fieles. Yo soy uno más de sus tantos admiradores, y ella es una más
de las diosas de mi Olimpo privado. Ella no es celosa (¿cómo podría? si hasta
ha besado y etcétera a una de las partenaires de mi Olimpo, a la mismísima
Susan Sarandon) y yo tampoco (¿cómo
podría? si como todo cinéfilo tengo mi propio harén de estrellas).
La
edad nos ha asentado, nos ha vuelto compinches. Ella sigue y yo también. Las
nieves del tiempo nos habrán plateado las sienes, atenuado algunos ardores,
pero no nos apagaron el deseo.
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