Michael Billington, el crítico teatral de The
Guardian, sostiene que el musical más
que buenas canciones requiere un buen libro, que si el libro es de verdad
bueno, aunque las canciones sean mediocres, el musical puede ser efectivo.
Otros dicen lo contrario, que si las canciones son buenas se sale adelante
incluso con un mal libreto. Anything goes
(Vale todo) más que zanjar la discusión, la profundiza.
Tiene algunas de las más bellas canciones de Cole
Porter, muchas son hoy estándares del jazz, pero viene flojito de libreto.
(P.G. Wodehouse y Guy Bolton firman el original.) En sucesivos reestrenos lo
pulieron un poco, pero más que mejorarlo, fortalecieron sus debilidades (valga
el oxímoron). Hoy se ve en la versión de Howard Lindsay y Russel Crouse.
Tal como está es un ejemplo arqueológico de cómo se
concebían los espectáculos musicales en los años treinta del siglo pasado.
Salvo a Ethel Merman y a Vivian Vance, desconozco los talentos del elenco
original, pero es obvio que el espectáculo se armó para lucir sus habilidades
en la comedia. Si bien apunta a los enredos de lo que nosotros llamamos
vodevil, más que una trama, hay aquí una sucesión de esquicios cómicos unidos
con bellísimas canciones.
Transcurre en un transatlántico de lujo que viaja de
Nueva York a Londres. Hay un cuarteto protagónico con amores cruzados compuesto
por una cantante de cabaret de práctica filosofía (Peña), un galán tan
encantador como voluble (Ramos), un noble inglés excéntrico que procura manejar
el slang (lunfardo, en este caso) (Salazar) y una bella niña casadera
(Scaglione), más la madre desesperada por casar a su hija para salir de
apremios económicos (Gago), un millonario corto de vista muy amigo de la
botella (Catarineu), un gánster perdedor que es el Enemigo Público número trece
(Pinti), un capitán (Musó) y un
sobrecargo (Bossio) obsesionados por tener celebridades entre los pasajeros,
una chica muy proclive a satisfacer las necesidades sexuales de todos los
marineros (Pachano), y un par de chinos afectos al juego. Todos ellos, más que
personajes, son arquetipos cómicos muy en boga en la época en que el
espectáculo se generó.
Nuestro crítico experto en musicales, Pablo Gorlero,
escribió en la reseña del estreno de la presente versión que en la visión
general del espectáculo se extraña a Darío Víttori, quien como actor o director
le hubiera sacado el jugo a este material. Coincido plenamente. Se extraña el
oficio que daba la tradición cómica para brindar cohesión teatral hasta a las
tramas más endebles. Alejandro Tantanián hace the second best, o sea lo que
sigue en orden de mérito. Como cuenta con un dream team de la comicidad (Florencia
Peña, Enrique Pinti, Martín Salazar, Roberto Catarineu, Noralih Gago) los deja
recurrir a las herramientas que les dieron efectividad y sabiduría cómica. No
habrá cohesión, pero sí muchas carcajadas cada vez que puedan despuntar el
oficio. Diego Ramos por suerte está más cerca del galán paródico de Los 39 escalones que de su envarado
Capitán Von Trapp en La novicia rebelde.
Josefina Scaglione, que fuera la María del último Amor sin barreras (West side story) en Broadway, como es la damita
joven hace lo que menos le cuesta, ser hermosa, elegante y lucir el caudal
vocal que Dios le ha dado. La sorpresa, al menos para mí porque nunca la había
visto, fue Sofía Pachano, la chica despliega una bienvenida soltura. Leo Bossio
y Mariano Musó ratifican sus encomiables condiciones para el género. Es muy
pero muy hermoso el vestuario de Pablo Battaglia y espectacular y bella la
escenografía de Oria Puppo. Y de primera el resto de los rubros técnicos, los
arreglos, los músicos, los bailarines, las coreografías, las luces, el sonido.
Ah, y aunque no se le dé tanta relevancia a su trabajo en el programa de mano,
mi reverencia al auténtico héroe de la velada: Marcelo Kotliar, el adaptador de
las letras de las canciones. Pocas cosas más difíciles que serle más o menos
fiel en la traducción a un buen letrista de musicales. Y si el letrista es
Porter, uno de los reyes del género, más todavía.
Pese a todas las virtudes que el show ofrece, quien
hace que este viaje valga la pena es Florencia Peña. Se extraña que no tenga
aquí un protagónico absorbente como en Sweet
Charity, porque cada vez que está en escena, el musical se eleva a otro
plano, el de la armonía, ya que conjuga como pocas la actuación, el canto y el
baile. El aserto que afirma que Broadway adora por sobre todo a las
personalidades se refiere a eso que hace o tiene Peña. “Ángel” combinado con
dominio técnico de las disciplinas involucradas, más la voluntad ecuménica de
calzarse el espectáculo al hombro y llevarlo a buen puerto para devolver con
creces el precio de la entrada y el
tiempo invertido. Hablando estrictamente, su fuerte es la actuación, en las
lides del canto y baile, quizá haya otras con más voz (aunque ella hace buen
uso de la propia y como el Gardel del mito cada día canta mejor) o que muevan
las tabas con más destreza (sin embargo navega tanto las sinuosidades de Bob
Fosse (Sweet Charity) como el zapateo
americano estilo Hermes Pan (aquí) con grácil desenvoltura), a lo que voy es
que ninguna fusiona actuación, canto y baile con la luminosa organicidad con
que lo hace ella. Una genuina protagonista de musicales, porque como también
dice Michael Billington, y esto nadie le
discute, el musical ante todo es teatro.
A mis compañeras y compañeros de aventuras teatrales
les aclaro que como con Sweeney Todd
decidí ir la primera vez solo para dejar a mi mente divagar. Pero no implica
que los haya dejado por su cuenta y riesgo. Encantado los acompañaré de a uno o
a todos juntos. Como con Sweeney Todd
iré todas las veces que me permita el bolsillo. Y si bien no amo a Cole Porter
tanto como a Stephen Sondheim, cerquita nomás le anda. Sondheim es un gusto
adquirido y Porter es la música de mis primeros musicales de Hollywood que
vienen con gusto a tamal y a olor de pichanilla de la cuesta del Portezuelo
porque los vi en la Catamarca de mi infancia.
(En la
foto se ve, de pie a Roberto Catarineu, Enrique Pinti, Florencia Peña, Diego
Ramos y Noralih Gago, sentados a Mariano Musó y a Martín Salazar, y en
cuclillas a Josefina Scaglione, Leo Bossio y Sofía Pachano)
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