La representación teatral es un arte efímero. Chocolate por
la noticia. Ninguna función es igual a otra. Chocolate por la noticia, bis. Se ensaya
para cimentar el trabajo actoral y mantenerlo más o menos incólume a las
contingencias cotidianas.
Cuenta la inmensa Maggie Smith que años atrás hacía una obra
en Los Ángeles. Sus hijos, pequeños por entonces, pasaban las vacaciones con
ella. Una tarde volvían a casa después de una función. Manejaba la niñera,
Maggie iba a su lado y los chicos, sentados atrás. Toby, de cinco años, le
preguntó a su hermano: ¿Qué le pasa a mamá? Y Chris, de siete, le contestó:
Nada, es una matinée, a la noche le saldrá mejor. Maggie se quedó de una pieza
y dijo para sí: Dios mío, se dan cuenta.
Y sí, querida Maggie, por ser hijos de actores y haberse
criado en teatros y sets, a esa corta edad sabían más de interpretación que
Stanislavsky en toda su vida.
Conclusión: Un padre puede venderle zaraza a toda la
humanidad, menos a un hijo perspicaz.
Fue otro capítulo de Zen al paso
(En
las fotos, Maggie, su esposo por entonces y padre de sus hijos, el actor Robert
Stephens y los niños, Chris y Toby)
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