Asistimos
el domingo a la última función de Hamlet
en el teatro Presidente Alvear. Entra Hamlet, o sea Mike Amigorena, compungido
por la muerte de su padre. Habla bajo, para adentro. Estamos en la fila 7 y
escuchamos a duras penas. Desde la platea alta una señora pide: "Más alto,
por favor". Amigorena hace una mínima pausa y sigue hablando bajo. Sus
compañeros en escena, levantan el tono. Minutos más tarde, otra señora, la voz
parece venir de más arriba, de la tertulia quizá, dice educadamente: "No
se oye". Amigorena termina la escena hablando bajo. La próxima escena en
la que interviene es más vivaz y todos oímos. Cuando llega la escena de la
entrada de los cómicos que harán la obra con la que pretende desenmascarar a su
tío, Amigorena dice sus líneas, pero subraya lo que transcribiré con
mayúsculas: "Espero que no tengan las voces cascadas para QUE LOS PUEDAN
OÍR LOS QUE ESTÁN MÁS LEJOS". Incomprensiblemente, parte de la platea
aplaude el exabrupto.
Soy
tímido y nunca me atrevería a decirle a un actor que levante la voz. Más de una
vez me he quedado con parlamentos a la mitad por dicciones viscosas y voces
susurradas, pero comprendo a la gente que tiene la valentía de expresarlo. Sí,
claro, es un acto de violencia, como retar a alguien en público, pero ¿qué
hacer, soportar estoicamente no oír nada o decírselo al actor para que procure
corregir la falencia?
Al viejo teatro Ópera, Miguel Ángel Solá vino a hacer Greta Garbo, quién diría, está bien y vive en Barracas; empezó muy bajo y alguien de atrás le pidió que hablara más alto. Solá, sin perder la concentración, simplemente levantó el tono y siguió con la escena. En una función de El protagonista en el Coliseo Podestá, Oscar Martínez empezó bajo, bajo. Una señora en el gallinero le dijo con poca paciencia: "Más alto". Martínez, con simpática humildad, dijo: "Perdón, querida", y levantó el tono. En el San Martín de Buenos Aires, en una función de Los caminos de Federico, unipersonal con Alfredo Alcón sobre textos de García Lorca, cuando arrancó con el monólogo de la vejez de Doña Rosita, la soltera, bajó muchísimo el tono, encima la luz se ponía penumbrosa lo que aumenta la sensación de que oímos poco, una señora dijo para sí, no fue su intención informárselo a Alcón, pero por el silencio de misa que provoca Alcón, se oyó un: "Lástima que no se oiga bien". Alcón se interrumpió y comenzó de nuevo el monólogo, esta vez en voz más alta.