miércoles, 7 de octubre de 2015

Carpe diem total




Tengo el honor y el orgullo de declarar que pertenezco al club Wallander. He leído y más de una vez todas y cada una de las novelas que lo tienen de protagonista (salvo aquella en que su autor lo condena a la demencia del Alzheimer, porque sé que mientras no la lea, Wallander siempre estará en control de sus facultades). No he sido tan fiel con las otras novelas de su creador Henning Mankell. Y si no hubiera cometido el desatino de darle al detective, que aprendimos a querer, con el que convivimos, en quién nos vimos a veces reflejado, un destino tan temible y definitivo, lamentaría con pureza, sin reconcomios, su deceso.

De todos modos la historia de su partida nos deja una moraleja: carpe diem total, viví cada día porque si bien puede no ser el último, quizá sea uno de los últimos. El hombre sentía un dolor de cuello y fue a hacerse ver creyendo que se trataba de una tortícolis y hete aquí que el diagnóstico fue muy pero muy grave: un cáncer de pulmón con metástasis hasta la nuca.

La filosofía del carpe diem no tiene por qué ser lúgubre. Se trata de vivir con la humildad de no creer que uno tiene a Dios agarrado de las bolas. No te guardes nada, decí lo que pensás sin crueldad, reíte, gozá, mandá al carajo lo que te amarga, que si te toca la misma de Mankell, al menos no tendrás la pena de no haber aprovechado la vida y haber intentado ser feliz.

A modo de homenaje a Mankell, arriba, los dos rostros más famosos de Kurt Wallander hasta la fecha, el de Krister Henriksson para la televisión sueca y el de Kenneth Branagh, para la televisión británica.

Abajo, una versión clásica de Gaudeamus igitur con su correspondiente traducción y una de las canciones que mejor expresa esto del Carpe diem y del Gaudeamus: But the world goes ‘round de Fred Ebb y John Kander, cantada por Liza Minnelli en el film de Scorsese: New York, New York.
 

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