miércoles, 8 de octubre de 2014

Los caminos que desandamos



Robert De Niro es el opuesto perfecto de Moria Casán y no porque no sea mujer ni se haya puesto jamás un conchero o un espaldar de plumas, ni tenga tetas que fueron de ensueño de las que supuestamente todos se cuelgan, sino porque es la reserva personificada, mientras que la diva ex ortomolecular, de lengua que hace karate, no se calló nada, ante prensa y público, que le haya pasado por la cabeza u otra parte de su cuerpo.


Robert rompe ahora parte de esa reserva con el documental de 40 minutos para la HBO, dirigido por Geeta Gandbhir y Perri Peltz, con música de Philip Glass, Remembering the artist, Robert De Niro, Sr (que no es “señor” sino “senior” o sea “padre”).


Sabíamos que Robert De Niro, padre, era un pintor de talento, hasta de genio según algunos, eso sí, ignorábamos cuán “maldito” era.


En 1942, mientras Robert De Niro, padre, estudiaba pintura con el maestro Hans Hoffmann en Massachusets, conoció a Virginia Admiral, también talentosa pintora. Se enamoraron, se casaron y el 17 de agosto de 1943 nació Robert, hijo. Ella fue la primera en triunfar, con exhibición propia, críticas laudatorias y ventas promisorias. Pero para el segundo cumpleaños de Robert, hijo, se separaron. Virginia abandonó la pintura para asegurarle al pequeño Robert, hijo, una existencia económicamente estable. Robert De Niro, padre, prosiguió con la pintura y triunfó a mediados de los cuarenta. Brevemente. Ya que no tardó en imponerse el expresionismo abstracto. Robert, padre, era un figurativo o sea hombre de retratos, paisajes y naturalezas muertas.


Alguien, en uno de los testimonios que registra el documental, dice que la primera tragedia de Robert, padre, fue descubrir su estilo, es decir su particular versión del mundo, su qué y su cómo, tempranamente, sin las experimentaciones varias por las que otros artistas atraviesan hasta encontrar su “voz”. Y sí, qué se le va a hacer, Robert, padre, encontró pronto su estilo y no lo cambió. El problema es que pasado el expresionismo, irrumpió el pop con Andy Warhol y demás secuaces.


Robert, padre, se deprimió y se fue a Francia, no a darse a conocer sino a admirar a sus ídolos, Matisse, Courbet, etcétera. La pasó mal, lo rescató un Robert, hijo, de 18 años que lo embarcó de vuelta a Nueva York. Alguien enuncia también una metáfora teatral, dice que el spot te halla en el escenario, se detiene un rato en vos y pasa de largo, y que cuando haya pasado por todos los que están en escena, volverá a vos y mejor que te halle trabajando. El irónico drama de Robert, padre, fue que cuando el spot volvió a pasar por el arte figurativo, el pobre ya estaba muerto. Se había jubilado a la eternidad en 1993.


Robert, padre, además de pintar, escribía diarios. Y según parece, estos diarios nada tienen que envidiarle a los del gran novelista y cuentista, John Cheever, comparación válida ya que ambos eran homosexuales. Y no es que Robert, hijo, saque a Robert, padre, del clóset, porque si bien no era vox pópuli su preferencia sexual, era un secreto a voces, o sea, que ahora lo diga no es revelación sino una mera constatación. Robert, padre, vivía su homosexualidad con culpa, era un católico practicante. En una parte del documental, Robert, hijo, lee una entrada del diario en el que el padre le pide a Dios que le muestre cómo amar a una mujer y no desear más a los hombres. Robert, hijo, lee también cuando expresa “celos profesionales” por la plata que hace el pintor De Kooning. Y hablando de envidia…


Robert, hijo, confiesa no haber leído todos los diarios de su padre (¡qué querés!... mirá que tenés que estar preparado para bancarte una cosa así…) Dice que los da a leer a sus amigos, allegados y a los de su padre. En los escritos parece haber referencia a la envidia que le tenía a su hijo no solo por haber triunfado sino también por haber sido saludado como el mejor actor de su generación. Y el que se llamara igual que él ayudaba poco.


Llegamos entonces a la culpa que atormenta a Robert, hijo. Robert, hijo, estaba muy ocupado a fines de los ochenta (bah, desde que asomó la cabeza, Robert, hijo, está siempre, para beneplácito del público, muy ocupado) cuando se le diagnosticó a Robert, padre, un cáncer de próstata. Robert, padre, lo negó, lo desestimó, resolvió no hacer nada y cuando quiso hacer algo, ya era tarde. Ahora Robert, hijo, dice que de no haber estado tan ocupado, podría haber intervenido, podría haberlo obligado a tratarse, y que si lo hubiera hecho, hoy su padre seguiría vivo. El único consuelo que le queda es mantener vivo su legado, de ahí este documental que intenta una aproximación a su vida y obra.


Robert De Niro, padre, fue un “maldito”. En su arte, nació “tarde”, el figurativismo ya había conocido sus mejores días cuando él emergió. En su sexualidad, nació “temprano”, la homosexualidad hoy ya no es el tabú ni la vergüenza que era en su tiempo, todavía falta para la completa aceptación, pero se está en eso.


Robert De Niro, hijo, aquí literalmente parte el alma. Quiere hablar sin emocionarse y no puede. Y uno, está vez, no tiene la disculpa de decir que es una ficción. El hombre al que aprendimos a respetar, a admirar, a querer se desarma, se aparta de su natural reserva y nos cuenta, con mucho afecto, quién era su padre.


En este link, podrán apreciar el arte de Robert De Niro, padre:



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