Robert
De Niro es el opuesto perfecto de Moria Casán y no porque no sea mujer ni se
haya puesto jamás un conchero o un espaldar de plumas, ni tenga tetas que
fueron de ensueño de las que supuestamente todos se cuelgan, sino porque es la
reserva personificada, mientras que la diva ex ortomolecular, de lengua que
hace karate, no se calló nada, ante prensa y público, que le haya pasado por la
cabeza u otra parte de su cuerpo.
Robert
rompe ahora parte de esa reserva con el documental de 40 minutos para la HBO, dirigido
por Geeta Gandbhir y Perri Peltz, con música de Philip Glass, Remembering the artist, Robert De Niro, Sr
(que no es “señor” sino “senior” o sea “padre”).
Sabíamos
que Robert De Niro, padre, era un pintor de talento, hasta de genio según
algunos, eso sí, ignorábamos cuán “maldito” era.
En 1942,
mientras Robert De Niro, padre, estudiaba pintura con el maestro Hans Hoffmann
en Massachusets, conoció a Virginia Admiral, también talentosa pintora. Se
enamoraron, se casaron y el 17 de agosto de 1943 nació Robert, hijo. Ella fue
la primera en triunfar, con exhibición propia, críticas laudatorias y ventas
promisorias. Pero para el segundo cumpleaños de Robert, hijo, se separaron.
Virginia abandonó la pintura para asegurarle al pequeño Robert, hijo, una
existencia económicamente estable. Robert De Niro, padre, prosiguió con la
pintura y triunfó a mediados de los cuarenta. Brevemente. Ya que no tardó en
imponerse el expresionismo abstracto. Robert, padre, era un figurativo o sea hombre
de retratos, paisajes y naturalezas muertas.
Alguien,
en uno de los testimonios que registra el documental, dice que la primera
tragedia de Robert, padre, fue descubrir su estilo, es decir su particular
versión del mundo, su qué y su cómo, tempranamente, sin las experimentaciones
varias por las que otros artistas atraviesan hasta encontrar su “voz”. Y sí, qué
se le va a hacer, Robert, padre, encontró pronto su estilo y no lo cambió. El problema
es que pasado el expresionismo, irrumpió el pop con Andy Warhol y demás
secuaces.
Robert,
padre, se deprimió y se fue a Francia, no a darse a conocer sino a admirar a
sus ídolos, Matisse, Courbet, etcétera. La pasó mal, lo rescató un Robert,
hijo, de 18 años que lo embarcó de vuelta a Nueva York. Alguien enuncia también
una metáfora teatral, dice que el spot te halla en el escenario, se detiene un
rato en vos y pasa de largo, y que cuando haya pasado por todos los que están
en escena, volverá a vos y mejor que te halle trabajando. El irónico drama de
Robert, padre, fue que cuando el spot volvió a pasar por el arte figurativo, el
pobre ya estaba muerto. Se había jubilado a la eternidad en 1993.
Robert,
padre, además de pintar, escribía diarios. Y según parece, estos diarios nada
tienen que envidiarle a los del gran novelista y cuentista, John Cheever,
comparación válida ya que ambos eran homosexuales. Y no es que Robert, hijo,
saque a Robert, padre, del clóset, porque si bien no era vox pópuli su
preferencia sexual, era un secreto a voces, o sea, que ahora lo diga no es
revelación sino una mera constatación. Robert, padre, vivía su homosexualidad
con culpa, era un católico practicante. En una parte del documental, Robert,
hijo, lee una entrada del diario en el que el padre le pide a Dios que le
muestre cómo amar a una mujer y no desear más a los hombres. Robert, hijo, lee
también cuando expresa “celos profesionales” por la plata que hace el pintor De
Kooning. Y hablando de envidia…
Robert,
hijo, confiesa no haber leído todos los diarios de su padre (¡qué querés!...
mirá que tenés que estar preparado para bancarte una cosa así…) Dice que los da
a leer a sus amigos, allegados y a los de su padre. En los escritos parece
haber referencia a la envidia que le tenía a su hijo no solo por haber
triunfado sino también por haber sido saludado como el mejor actor de su
generación. Y el que se llamara igual que él ayudaba poco.
Llegamos
entonces a la culpa que atormenta a Robert, hijo. Robert, hijo, estaba muy
ocupado a fines de los ochenta (bah, desde que asomó la cabeza, Robert, hijo,
está siempre, para beneplácito del público, muy ocupado) cuando se le diagnosticó
a Robert, padre, un cáncer de próstata. Robert, padre, lo negó, lo desestimó,
resolvió no hacer nada y cuando quiso hacer algo, ya era tarde. Ahora Robert,
hijo, dice que de no haber estado tan ocupado, podría haber intervenido, podría
haberlo obligado a tratarse, y que si lo hubiera hecho, hoy su padre seguiría
vivo. El único consuelo que le queda es mantener vivo su legado, de ahí este
documental que intenta una aproximación a su vida y obra.
Robert
De Niro, padre, fue un “maldito”. En su arte, nació “tarde”, el figurativismo ya
había conocido sus mejores días cuando él emergió. En su sexualidad, nació “temprano”,
la homosexualidad hoy ya no es el tabú ni la vergüenza que era en su tiempo,
todavía falta para la completa aceptación, pero se está en eso.
Robert
De Niro, hijo, aquí literalmente parte el alma. Quiere hablar sin emocionarse y
no puede. Y uno, está vez, no tiene la disculpa de decir que es una ficción. El
hombre al que aprendimos a respetar, a admirar, a querer se desarma, se aparta
de su natural reserva y nos cuenta, con mucho afecto, quién era su padre.
En este
link, podrán apreciar el arte de Robert De Niro, padre:
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