viernes, 20 de diciembre de 2013

Queremos tanto a Tom


Tom es un “natural” (pronúnciese en inglés porque me refiero a la palabra de origen latino adoptada por el idioma anglosajón), es decir tiene un talento genuino, innato. Conjuga el verbo actuar con la naturalidad con que el pez nada, el pájaro canta o la noche sigue al día. Como nuestro Darín hace cosas dificilísimas con la fluidez del río. Jamás (ni en su actuación más armada, la de Filadelfia hasta la fecha) alarga una pausa o un gesto para comunicar: “Ven lo bien que actúo, lo genial que soy”, según el ejemplo de otros grandes que subrayan su pericia en el juego, tales como DeNiro, Pacino, Nicholson, Hoffman. Él no. Eso hace que uno, por ejemplo, después de ver The green mile / Milagros inesperados, se detenga en y se deslumbre por los demás integrantes del elenco y dé su talento por descontado, por tan establecido que ya no es necesario destacarlo. Es que con él, uno se siente cómodo, su talento es muy amigable. Por suerte no ha sido ignorado, ha ganado premios y es nominado con frecuencia para otros. Aunque cuando nos preguntan quiénes en nuestra opinión son los mejores actores contemporáneos, repetimos los apellidos antes mencionados y nos olvidamos de él. Pero si nos preguntan quiénes son los actores más entrañables del cine actual, su nombre figura entre los primeros. Creo que no es una mala conclusión, es más querido que admirado.

Y él cultiva esa mística. El año pasado debutó en Broadway; allí al lado de los grandes teatros hay callejones que sirven como salida de incendios y como la mítica entrada de artistas; después de la función uno puede esperar contra unas vallas y obtener autógrafos y fotos de los artistas; para acceder a ese espacio hay que mostrar la entrada para la función del día, los que presenciaron el espectáculo y son gustosos van, y los que no fueron a la obra por no poder pagar la entrada (más o menos onerosa) manguean los tickets usados a los que no tienen interés de foto o autógrafo. Normalmente, sin importar la estación, el público espera entre 40 minutos y una hora y algo a que las estrellas salgan. Tom sorprendió desde la primerísima función, como era invierno y hacían temperaturas bajo cero, no bien recibía el aplauso final, bajaba del escenario, se desmaquillaba y se cambiaba rápido para salir a dar autógrafos y aparecer en las fotos. Sus compañeros se reían porque había noches en que llegaba antes que el público.

Todo este ditirambo sobre el bueno de Tom viene a cuento porque acabo de ver la película por la que está nominado para los Globos de Oro: El capitán Phillips. Es un buen film de Peter Greengrass sobre el capitán de un barco carguero que termina secuestrado por unos piratas somalíes. Hay unas cuantas escenas antológicas en las que Tom pule su talento con la ya habitual naturalidad y modestia, pero que al desarmarlas uno comprende lo difíciles que hubieran sido para cualquier actor, menos para Tom, claro, que las hace como si se rascara una comezón.

En el cuento de Cortázar del que parafraseo el título: Queremos tanto a Glenda, los fanáticos de Glenda (presumiblemente Jackson) terminaban por eliminar a la estrella para que se acabaran los debates sobre cuál era su mejor trabajo y ponerla a salvo además de elegir proyectos que no estuvieran a su altura. Eso jamás podría pasar con Tom, porque al contrario de Glenda no hace alarde de su genialidad ni desata idolatrías, eso lo pone a resguardo de soberbias inconducentes y lo devuelve incluso más entrañable.

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