Así como hay actores que se la pasan
esquivando premios, otros no reciben los que merecen.
Joseph Cotten fue uno de los actores menos
valorados del mundo a pesar de tener un talento notable y envidiable. En toda
su larga y prolífica carrera solo recibió el León de Oro del festival de
Venecia de 1949 por su actuación en Portrait
of Jenny (William Dieterle, 1948)
Y eso que era ubicuo y proteico como pocos.
Alto, delgado, de cintura estrecha y anchas espaldas, de no muy mal ver, con
una agradable voz baja, formado sólidamente podía darle a Hitchcock un villano
lleno de aristas en La sombra de una duda
(Shadow of a doubt, 1943) o ser un agradable
héroe inesperado en El tercer hombre
(The Third Man, Carol Reed, 1949)
para mencionar solo dos hitos imperecederos que lo tuvieron de glorioso
protagonista.
Amigote de Orson Welles desde antes de que recalaran
en Hollywood, tuvo el honor y la suerte de estar en la ineludible y
revolucionaria El ciudadano (Orson
Welles, 1941), muy comentada por estos días debido a Mank (David Fincher, 2020)
Decido hacerme un programa doble con
películas suyas por culpa de que me cruzo en Facebook con una foto de I’ll be seeing you a la que acompaña una
párrafo que informa que se trata de un film navideño romántico entre dos
personajes con permisos especiales por las fiestas, el de él otorgado por un
hospital psiquiátrico, el de ella por la prisión.
Recuerdo vagamente haberla visto, pero se me
olvidó el motivo por el que Ginger Rogers podría haber terminado presa. Me
prometo averiguarlo a la primera ocasión, que decido sea verla de nuevo y no
buscar solo el dato.
I’ll
be seeing you / Te
volveré a ver es como El retrato de
Jenny, mencionado antes, una película dirigida por William Dieterle (con
colaboración no reconocida de George Cukor) y pertenece a la etapa en que
Cotten estaba bajo contrato de otro amigote, David O. Selznick.
Cotten es un soldado traumado de la Segunda
Guerra de permiso, como dijimos, de un hospital psiquiátrico. En un tren conoce
a una chica, Ginger Rogers, también de permiso navideño, de una prisión en su
caso, aunque no se lo dice, si no que le miente un trabajo de viajante. La
chica le gusta y decide bajar en su estación, después de todo a él no lo espera
nadie en ninguna parte.
La chica va a casa de sus tíos, padres de una
adolescente que no es ni más ni menos que Shirley Temple ídem.
La ex niña adorable, como sabemos, se
convirtió en una adolescente poco agraciada, pero el público como le tenía
cariño a la nena eterna que desataba sonrisas, no dejaba de interesarse por
ella (hasta que registraron la magia perdida y no insistieron más y la ex niña
prodigio se retiró)
Aquí hace de una adolescente bastante
detestable que, a pesar de “su inocencia”, no hace más que provocarle angustias y dolores
a la pobre Ginger, (ay, Shirley, Shirley, si te agarra Freud, se hace una
panzada.
La cuestión es que Ginger invita a Joseph a
comer en casa de sus tíos, salen y terminan por enamorarse. Ella no le cuenta
que está presa, pero Shirley sí, entonces…
Es una variante del romance tristón de
películas hechas durante la guerra, en la línea de El reloj / The clock con
Judy Garland y Richard Walker (Vincente Minnelli, con colaboración no
reconocida de Fred Zinnemann, 1945), mi favorita de este sub-género.
Joseph está muy bien como acostumbra y saca a
relucir el galán que no solo debe seducir sino hacer sobresalir a la estrella
que lo acompaña, virtud que le permitiría más tarde resaltar a Marilyn Monroe (Niágara, Henry Hathaway, 1953) o a Bette Davis (Beyond the forest / Perfidia
de mujer, King Vidor, 1949), cuando él más que galán era co-estrella
característica.
Ah, last but not least, Ginger estaba presa
no por robar como suponía, sino por haber matado accidentalmente a un fulano
que pretendía violarla.
Como de todo hago un programa doble, elijo September Affair, también de William
Dieterle (un talentoso alemán que triunfó primero como actor) de 1950, película
que siempre olvido por motivos que explicaré oportunamente.
Estos dos filmes con los que armo mi programa
doble, valga la redundancia, tienen mucho en común, toman el título de
canciones emblemáticas que son usadas como leit motiv. En el caso de I’ll be seeing you, la homónima con
letra de Irving Kahal y música de Sammy Fain. Y en September Affair o Sinfonía
Otoñal, usan September Song con
música de Kurt Weill y letra de Maxwell Anderson.
Aquí Joseph es un ingeniero muy exitoso,
dueño de fábricas y esas cosas, de viaje por Italia para aclararse las cosas,
ya que arrastra un matrimonio mal avenido con una joven por entonces Jessica
Tandy. Le ha pedido el divorcio, pero ella que, en un principio estaba de
acuerdo, le pide al final de una carta que lo intenten otra vez para beneficio
del hijo post adolescente que tienen.
Él ha decidido anticipar el regreso para ver
si pueden recomponer la relación.
En el avión de regreso conoce a Joan
Fontaine, aquí una reconocida pianista.
El avión hace un aterrizaje de emergencia en
Nápoles y ellos, mientras lo arreglan, se van a ver paisajes, lo bien que
hacen. Pero, claro, regresan al aeropuerto justo cuando el avión ya está en
vuelo.
Deciden quedarse unos días más para conocer
mejor Italia, eso sí, como amigos. Los días que comparten son tan hermosos que
ella, para no enamorarse más de él y romper la alianza de amistad, opta por
volver a los Estados Unidos.
Mientras están en un café, compran el New
York Times que les informa que el avión que perdieron se accidentó y que
tripulación y pasajeros murieron.
O sea que llevan días dados por muertos. Se
disponen a informar a familiares y representantes que están vivos, pero
comprenden que si se callan podrán tener la oportunidad de rehacer sus vidas. Elijen,
claro, esto último.
Además él tuvo la suerte de hacerse enviar
una fortuna en los días previos, mientras paseaban, a la cuenta de una
amiga/mentora/maestra de ella, de modo que pueden vivir a lo grande, y alquilar
un “Castelo” en Florencia, from all places!!!
Hasta aquí el planteo es rico, por lo
fantasioso, pero Tandy, una pesada, quiere saber por qué él decidió regresar,
¿volvía porque estaba convencido de reintentarlo, por amor quizás o solo por
compromiso? Así que hacia Italia parte acompañada del hijito. El amigo Freud,
de nuevo, se hubiera hecho una panzada.
El resto me enoja sobremanera porque Joan,
hasta ese momento una apasionada a morir, a la altura de un personaje de Ingrid
Bergman, de repente se vuelve una histérica de libro.
La cosa es sencilla, Joan, lo amás o no lo
amás al Joseph, lo querés con vos para siempre jamás o no lo querés, lo demás
es verso de mina de mierda, con el perdón, no es mi intención ser discriminador
o misógino, diría lo mismo si fuera hombre, o no binario. Por eso es que me
olvido de su argumento y si me apuran digo que no me la acuerdo mucho.
Gustavo Monteros