Me hago un programa doble con Jacqueline
Bisset (dicho así hasta suena erótico, pero es más inocente que jugar a la
mancha, porque se trata solo de dos películas con Jacquie).
Veo primero la que coprotagonizó con Charles
Bronson, St Ives (J. Lee Thompson,
1976)
A Bronson le gustaba hacer películas con el
amor de su vida, Jill Ireland, pero como en la variedad está el gusto, de vez
en cuando optaba por otras actrices hermosas para acompañarlo.
Sorprende su buen gusto, o no tanto. ¿Quién
no hubiera optado por Liv Ullmann o Dominique Sanda o Jacqueline Bisset de
haber podido?
No era casual que eligiera musas del cine
arte, ni tampoco que ellas aceptaran.
Costaba lo mismo hacer buenas o malas
películas, que fuera cine industrial, popular, de entretenimiento no
significaba necesariamente hacerlas malas o vulgares.
Y así él se codeaba con actrices de prestigio
y ellas se daban un baño siempre bienvenido de popularidad.
Liv Ullmann está con Bronson en un Terence
Young, De la part des copains, 1970,
mientras que Dominique Sanda y Bisset están en sendos J. Lee Thompson, St Ives, Bisset y Caboblanco (1980) Sanda.
St
Ives, conocida aquí como El temerario Ives, se basa en una novela de Ross Thomas y es un
buen policial.
Bronson es Raymond St. Ives, un ex policía
que escribe una novela policial que ninguna editorial quiere publicar.
Acepta entonces llevar un montón de dinero
para que el millonario Abner Procane (John Houseman) recupere unos cuadernos
con notas que le robaron.
Como se sabe hacer de intermediario no es
fácil ni sale bien.
Procane tiene una asistenta, Janet Whistler
(Jacqueline Bisset) y como padece del corazón, un ¡psiquiatra!, el Dr. John
Constable (Maximilian Schell).
Vista hoy, dos detalles sobresalen, en una
escena, un par de maleantes quieren pasar al otro mundo al pobre Bronson (sin
lograrlo, claro, porque Charles es el protagonista y todavía falta mucha
película). Los maleantes (muy jóvenes ellos por entonces) son Robert Englund
(que hallaría fama imperecedera como el Freddy Krueger de las Pesadillas) y
Jeff Goldblum que entre otros muchos logros escaparía de los dinosaurios de
Spielberg.
Y el otro detalle es John Houseman, muy
mentado en estos meses por ser un personaje prominente de Mank (David Fincher, 2020), interpretado por Sam Troughton es el
intermediario de Orson Welles, que se le aparece al convaleciente Mank con
órdenes, paquetes y algún que otro ultimátum. El hombre Houseman antes de
triunfar como actor en su vejez fue un artífice del famoso Ciudadano
Wellesiano.
Completo mi programa doble con La escalera de caracol (Peter Collinson,
1976) remake innecesaria del clásico The
spiral staircase de Richard Siodmak de 1946.
Hay una mudita a proteger de un asesino
serial que mata discapacitadas. La chica, en el original de 1946, que
transcurre a principios del siglo XX, trabaja de dama de compañía de una
anciana postrada en una casona, en la que también viven sus dos hijos, uno de
ellos con una secretaria, más una enfermera, una cocinera y su marido, un
hombre fuerte para todo tipo de trabajos.
La casona está apartada y la visita más
frecuente es el médico que atiende a la anciana, novio para casarse de la
mudita.
Nada cierra mucho, ni los personajes ni las
relaciones, pero Siodmark la volvió un clásico ineludible por la creación de
climas, con muchas sombras expresionistas, puesta en escena intensa y una
capacidad para transformar en ominoso hasta el ventanal más anodino.
En 1976 los productores decidieron que
transcurriera en la actualidad de su hechura o sea los setenta.
Y si la historia no cerraba en tiempos
pre-Freudianos, en los setenta post-Freudianos cierra menos. Tampoco funcionan
las relaciones entre el personal que puede que fuera ligeramente lógico para un
caserón de principios de siglo, pero para los setenta, alejado, pero no aislado
de zonas más urbanas suena a despropósito.
Obviamente la mudita es Bisset, la anciana es
Mildred Dunnock, el hijo con secretaria es Christopher Plummer, la secretaria
es Gayle Hunnicutt, el otro hijo, díscolo él, es John Phillip Law y la
enfermera es Elaine Stritch, en una de sus participaciones para el cine, la
señora fue fundamentalmente un mito teatral en todo su derecho.
La película, como adelantamos, es mala. No
tan mala como para ser un hito, pero si lo suficientemente mala como para
preguntarse ¿Por qué?, ¿con qué necesidad?
Gustavo Monteros
No hay comentarios:
Publicar un comentario