Uno de los críticos teatrales de The Guardian
dice que un musical es bueno si su libro lo es. No es que la música no importe,
pero un buen libro garantiza que un musical perviva mejor que al revés, uno con
un repertorio de excelentes canciones insertadas en un obra mediocre.
Me he pasado incontables horas discutiéndole
en mi cabeza. No es que no le reconozca autoridad al señor que, por ser un
crítico en una de las capitales teatrales más activas del mundo, ve casi un
centenar (a veces quizá más) de musicales por año.
Pero no me gusta darle la razón (o negársela)
a nadie sin haberla considerado o analizado antes.
El primer problema que uno enfrenta es que, en
el cine que se basa en producciones que vienen del teatro, aprendimos a amar
musicales que son ejemplares en su perfección (Mi bella dama, Sweet Charity, El violinista en el tejado, Hello, Dolly,
más otras con grandes cambios en sus transcripciones cinematográficas como Cabaret, En un día claro se ve hasta siempre y La novicia rebelde). En estos títulos proverbiales hay un
equilibrio perfecto entre libro, letras y música.
Si quiero darle la razón al señor, elijo Oklahoma y Carrusel. El primero tiene canciones inolvidables que cantaron Dios
y María Santísima, con un primer acto atractivo y colorido. Todo parece ir para
el lado de la comedia romántica o de costumbre o de personajes, pero cerca del final
introduce un personaje nefasto, oscuro y siniestro, como salido de otra obra,
que domina el segundo acto en el que hay más drama de sangre que canciones
luminosas. Eso quizá haga que nunca pase del primer acto, me da siempre muy
pocas ganas de ver el segundo, al que me obligo a ver para tener una
perspectiva de toda la obra. Carrusel
más que un mal libro, tiene uno con marcada moraleja, que me resulta poco o
nada atractivo para seguirlo con fruición, eso sí, la partitura es preciosa,
con canciones que también no en vano cantó casi todo el mundo.
Con el cine que filmó musicales del teatro no
se me ocurren otros ejemplos.
Hasta que llegué a The Prom (bautizada El baile
para su estreno). La obra que se estrenó en talleres en el 2016 y en el 2018 en
Broadway, no fue hecha en nuestros escenarios y no la conocía ni por disco.
La esperaba con ansías porque Netflix y su
director/productor Ryan Murphy le habían dado una realización grandiosa y un
elenco de excepción. Descansé como un niño porque sabía que cuando me
despertara ya estaría disponible. Tanta era mi expectativa. Sin dudas, mi
predisposición era la mejor.
Y por la mitad le daba la razón al crítico de
The Guardian y con creces, hasta le pedía disculpas por haber dudado de sus
palabras. El libro es muy bueno, lo musical es, para decirlo amablemente,
dudoso.
El inicio es promisorio y atrapante. Por un
lado, en un pueblito de Indiana, la presidenta de la liga de padres, la Sra.
Greene (Kerry Washington) ha conseguido coartarle el baile de fin de curso al
director de la secundaria, Hawkins (Keegan-Michael Key) que pretende que sea
inclusivo para que la alumna Emma (Jo Ellen Pellman) pueda ir con su novia.
Por el otro, dos súper figuras de Broadway,
con más ego que cerebro, Dee Dee Allen (Meryl Streep) y Barry Glickman (James
Corden) fracasan estrepitosamente con un musical delirante sobra vida y milagro
de Eleanor Roosevelt. Terminan la fatídica noche con el “bar tender” de donde recalaron,
Trent Oliver (Andrew Rannells) un actor que conoció tiempos mejores y que ahora
atiende el bar entre proyectos, y más tarde se les une Angie Dickinson (Nicole
Kidman) una corista de toda la vida a la que pasan por alto siempre para cubrir
el rol de Roxie Hart en la eterna, por longeva ya, temporada de Chicago.
Para mejorar la imagen narcisista de Dee Dee
y Barry, buscan una causa noble para capitanear. Se cruzan en Twitter con el
revuelo de Emma y hacia allá parten los cuatro en un micro con el elenco de una
versión de Godspell cuya gira
organiza Trent. Una vez llegados, no todo será tan fácil como imaginaban…
No hagamos misterio, Ryan Murphy sabe armar
elencos y esta vez no fue la excepción. Meryl está, como acostumbra, ma-ra-vi-llo-sa, lisa y llanamente. Nos
entrega otros dos o tres momentos antológicos para nuestra colección de “escenas
inolvidables de Streep”. Todos los demás no le van a la zaga.
Me emocioné hasta las lágrimas con la escena
de los recuerdos de amores contrariados de Dee Dee (Streep) y Barry (Corden).
Kidman y Rannells (que no nacieron con el protagónico sino que llegaron a él) saben
hacer reparto y esperar con paciencia sus momentos de lucimiento, sin robar ni
interferir las escenas ajenas. Nicole está deliciosa en su escena de chica
Fosse y Rannells se luce en el momento en que desarma los argumentos puritanos
de los compañeros de Emma.
Conmigo todo bien con la parte no musical,
disfrutaba los chistes, me emocionaba a tiempo, me sorprendía con las vueltas
de argumento, pero por primera vez compartía en los números musicales lo que
sienten los que detestan el musical, imploraba que no se pusieran a cantar o
bailar (¡yo que creía amar el género por sobre todo traspié!) porque las
canciones son HORRIBLES. Y van trabajando por acumulación un hartazgo
indigerible. Con las primeras uno se dice, bueno, es mala, pero la letra no
tanto, o las melodías son medio berretas pero efectivas. Pero promediando el
film se vuelven irremediablemente insoportables. Solo el libro fluido y el
encanto imperecedero sobre todo de los cuatro representantes de la comunidad de
Broadway hacían que uno no mandara todo al diablo.
Cuando la vean ojalá digan que exagero, que
las canciones no son tan malas, que alguna que otra se puede rescatar.
Yo por mi parte concluyo con que el crítico
teatral de The Guardian tenía razón, un musical con canciones espantosas pero
con un libro decente puede hasta llegar a ser un film de gran producción con
Streep, Kidman y Corden.
Hoy, viernes 11 de de diciembre, a la tarde
pude resarcirme del mal gusto que me dejó en la boca The Prom / El baile con la versión de Gypsy filmada en un teatro londinense y protagonizada por Imelda
Staunton que ofrece la página The Show Must Go On gratis en YouTube solo por 48
horas. Gypsy pertenece también a la
categoría de musical perfecto. Se basa en las memorias de la reina del strip
tease, Gypsy Rose Lee. En Gypsy, libro
y música se integran para gloria del género, del teatro, de la actuación,
porque regala unos cuantos personajes inolvidables por los que los actores son
capaces de todo para conseguirlos.
Una de cal y una de arena.
Una partitura olvidable por lo mala, otra
inolvidable por lo excelsa. No siempre se gana, pero con The Prom / El baile ni la magia de Meryl (devolvedora de precios de
la entrada si las hay) disimula una ristra de canciones tan maaaalas.
Gustavo Monteros
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