Debo haberla escuchado antes, fue muy popular y
prodigada, pero no me quedó en la memoria. Mi primer recuerdo surge de La última locura de Mel Brooks, allá por
el 76. Para la primera aparición de Bernardette Peters en el film, Mel Brooks y
sus secuaces, Dom DeLuise y Marty Feldman, van a un club nocturno a conocer la
bomba sexy del momento, Vilma Kaplan (la Peters, claro). La chica hace de
banana, porque los bailarines que la acompañan desgajan la cascara de una
banana de utilería para descubrirla y entonces ella hace su mohín, en el que
los labios adoptan la forma de una corazón, ella puede hacer eso, no se me
ocurre quién más puede y en la pantalla aparece el intertítulo, no el
subtítulo, porque es una película muda, que dice Ba-ba-loo, así en inglés, y la
banda sonora mezcla acordes de Babalú Aye
con el tema más famoso de Ary Barroso. Y ella se mueve como las viejas vedettes
argentinas, poco y nada, mientras los bailarines dejan la vida en una
coreografía esclavizadora de tan demandante, pero ella va a coronar la actuación,
previo redoble de tambores, con una oscilación pélvica que va a hacer saltar
por los aires a las mesas, sillas y espectadores de la primera fila, algo más
hilarante que el gas famoso, que no en
vano Mel Brooks inspirado es una maravilla mundial. Y como se la vi a la
Peters, creí que era una canción de mujer, escrita para que la cantara una
mujer, quiero decir. Después, alguien me regaló un long-play, sí, eran los
tiempos del vinilo, de Ney Matogrosso en la que estaba. Ney la cantaba con los
géneros correctos, pero lejos de corregir el error, me lo acentuaba, porque ya
se sabe, Ney hace con los géneros, lo que corresponde, o sea un estropicio, y
al poco rato ya no nos importa si es masculino, femenino o neutro, que de tan
libre es casi un ser superior. Y un día, más cercano en el tiempo, buscando en
el YouTube discos de cha-cha-cha, no va que me topo con el creador de la
canción, que tan suya la hizo que lo llamaban el Sr. Babalú, o sea don
Miguelito Valdés, cubano indisimulablemente masculino, tan rotundo de voz como
de figura, ya que antes de cantar fue mecánico y boxeador. Dejó Cuba en 1940 y
se instaló en los Estados Unidos donde llegaría a ser ícono del jazz latino y toda
una estrella en los años cincuenta. Murió en Colombia en 1978, a los 66 años,
de un infarto mientras cantaba en un hotel de Bogotá. Se puede decir, sin
faltar el respeto, que murió en su ley, porque como puede verse en el video,
había nacido, no con un pan, sino con un escenario bajo el brazo.
jueves, 30 de junio de 2016
jueves, 23 de junio de 2016
jueves, 16 de junio de 2016
Wa wa wa wa
April Stevens saltó a la fama con esta canción. De tan escandalosa no se pasaba por la radio. Hoy es de un erotismo tan inocente que da ternura. El sexo es eterno, su representación da marchas y contramarchas. Eso sí, la delicia es la misma.
miércoles, 8 de junio de 2016
Ben Vereen
Sabrá Dios en qué preciso momento se conoce la gente
que hará historia y si son conscientes en ese instante casual de que harán algo
que reverberará en el tiempo.
Para cuando Bob Fosse llamó a Ben Vereen para que fuera uno de los tres
bailarines que secundaran a Sammy Davis Jr en 1969 en Sweet Charity (puede vérselo en este video que postée hace unas semanas:
Bob Fosse ya era Bob Fosse y Ben Vereen ya había asomado la cabeza en
Broadway en el reparto original de Hair
en 1968 (en cuyo ensamble estaba también la por entonces desconocida Diane
Keaton).
En 1971, Ben sin que Bob tuviera nada que ver haría de
Judas Iscariote en el estreno en Broadway de Jesucristo Superstar.
En 1972, Bob lo convocaría para darle uno de los
protagónicos de Pippin y Ben se
instalaría como una de las nuevas vacas sagradas de la Great White Way.
Y por fin en 1979, otra vez de la mano de Bob Fosse, entraría a la historia grande del cine con este número icónico: la secuencia de la muerte de Joe Gideon (Roy Scheider), claro alter ego de Bob. Puede que la gran mayoría de la gente no recuerde su nombre o lo asocie a la figura de este magnético presentador que aquí hace, pero donde sea que se encuentre, en el más remoto lugar del mundo, le bastará decir que es él el que despide a Gideon, que es él el que comanda el gran final de All that jazz, para que quien sea a quien se lo diga, desarme su rostro en admiración y le dé las gracias.
jueves, 2 de junio de 2016
Liza tuvo, tiene y tendrá
Los biógrafos de las cantantes con vidas difíciles,
marcadas por matrimonios cruentos, amores ilícitos más terribles aún,
adicciones varias, y elecciones personales incomprensibles, se las veían en
figurillas para narrar los años de cuesta bajo, con actuaciones dominadas por
el alcohol, la droga, la fatiga, el desamor, el desencanto de vivir sin un
palenque donde rascarse, ni un perro que te ladre.
Liza Minnelli es una actriz, cantante, bailarina, show woman con una vida para nada fácil. No tuvo suerte con los maridos, falló en algunas elecciones, su cuerpo no le permitió ser madre ni su psiquis adoptar, sufrió adicciones a drogas de todo tipo y color, el alcohol no le fue ajeno, ni la autodestrucción, curiosas fallas genéticas le desataron lesiones rarísimas que apenas están en algunos, selectos libros de medicina, superó deterioros físicos que hubieran derrotado a más de uno, tuvo como cuarenta carreras y sigue en pie. Gracias a Dios.
Sin embargo, sus biógrafos futuros (ya tuvo varios) hallarán, gracias a YouTube, menos inconvenientes para graficar los años buenos y los malos, la poca, mucha o nula voz para cantar, los excesos de peso, las siluetas intermedias o el peso ideal, las actuaciones bajo alucinógenos conocidos y por conocer, cocaína y sus variantes, tristezas y sus sutilezas, soledades y sus alternativas, anfetaminas y sus ilusiones, neurodepresores y sus bajezas, o el viejo y querido alcohol y sus falsas ilusiones. Todo, gracias a que los vaivenes de su carrera se realizaron en los tiempos con facilidades para el registro visual, que pasó del video de camcorder a los teléfonos con más o menos inteligencia de androides.
En YouTube pueden verse todos los altibajos. Sus años buenos, no tan buenos y malos. Con voz plena y con voz milagrosa, porque su emisión dependía tanto de su inexorable voluntad como de la magia del milagro para dar la nota siguiente, cuando los músicos, expectantes por la incertidumbre de no saber si llegaría al estribillo, estaban más cerca del infarto que de la felicidad del deber cumplido.
Hay un prodigio en común en todas las Lizas posibles, prodigio que nos enseño a ver Bob Fosse en el último número de su Cabaret, el intérprete puede estar destruido por lo que fuera, pero se prende la luz y solo importa la canción, la pequeña historia que une al celebrante con el celebrado, que eso son protagonista y público, ese puente eterno que habla de dichas irrecuperables y alegrías posibles. En eso, Liza nunca falla, aunque esté sin voz, vieja, gorda, drogada, alcoholizada o agotada, no olvida que al público hay que darle lo que espera y más. Ese pequeño rito de la actuación compartida nos libera de la infelicidad y de la muerte, nos hace eternos y sabios. Ella lo sabe y lo comparte.
Ahora, los invito a ver dos versiones de What did I have that I don´t have (¿Qué tuve que ya no tengo?), canción con letra de Alay Jay Lerner y música de Burton Lane para On a clear day you can see forever (En un día claro se ve hasta siempre), que primero fue un musical de Broadway y luego una película que su padre, el impar Vincent Minnelli dirigió en 1970 con Barbra Streisand en el protagónico junto al inolvidable Yves Montand.
La primera es casi con voz, la segunda es con un recuerdo de su voz.
Después, un número de The act, comedia musical de Fred Ebb y John Kander, celebratoria de sus talentos, cuando cantaba, actuaba y bailaba como si Dios la dirigiera en bambalinas. Tiempos en que si alguien había perdido la fe, la recuperaba de inmediato al verla.
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