martes, 26 de febrero de 2013

Disparen sobre Spielberg




Querido Steven,

Parece que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas está empeñada en darte lecciones de humildad. Ante cada buena película tuya (casi todas, a decir verdad), te entregan el dulce en forma de chiquicientas nominaciones y después intentar humillarte públicamente dándote uno o dos Óscares (o ninguno como aquella infausta noche de El color púrpura).

Esta vez ni indirectamente te premiaron por completo, sólo a medias. Vos reconociste a los cuatro vientos que Lincoln se asienta en dos columnas: en el actor protagónico y en el guión. A Daniel Day Lewis sí le dieron su Óscar, bueno, era imposible no reconocerle una de las actuaciones más deslumbrantes de la historia del cine, pero a tu guionista, el gran Tony Kushner lo dejaron con las manos vacías.

Más allá de la apabullante labor del londinense (que tuvo la suerte de enamorar allá lejos y hace tiempo a ¡Isabelle Adjani!), no puedo dejar de preguntarme como hubiera sido la peli con tu primera elección para el protagónico, o sea, Liam Neeson. Neeson me cae mejor y es también un buen actor, aunque, ahora, seamos prácticos y sinceros, toda especulación es inútil porque Danielito se subió al superlativo y a esas alturas no hay piedra que llegue. Day Lewis no me termina de llenar, pero su mamá sí. Cuenta Danielito que a su mamá sus rodajes y sus compañeros de trabajo le importaron siempre un comino, pero que cuando filmó Nine, lo llamaba todos los días para preguntarle cómo era trabajar con Sophia Loren, cómo se comportaba en el set, si llegaba tarde, si tropezaba con sus líneas,  si le molestaban las retomas, si era muy meticulosa con la luz y el maquillaje, si era tan hermosa como se la veía en la pantalla, etc. Curiosidades más que comprensibles, para los que la hemos conocido en su esplendor, la Loren es un mito irrepetible. El otro día aproveché un par de horas libres que tenía mientras esperaba que me llegara una traducción horrible y me puse a rever Una giornata particolare, Mamma mia, ¡qué actriz más bella, por fuera y por dentro!

Retomo, a Danielito lo premiaron, pero a Tony Kushner lo robaron. El guión de Argo es bueno, pero tampoco para tirar manteca al techo. Kushner en Lincoln maneja más de 100 personajes y desarrolla magistralmente la trama y los conflictos. ¿Lo habrán castigado por el supuesto “error histórico” de cambiarle el voto en el pasaje de la enmienda a dos de los representantes de Connecticut? Digo bien “supuesto” porque lo hizo para crear suspenso en la escena y era obvio que lo hacía adrede puesto que les cambió los nombres para alejarlos de toda referencia real. Si fue por eso, es una vergüenza. Como dicen los críticos ingleses cuando empiezan a joder con que las obras de Shakespeare guardan poca fidelidad histórica: Si quieren historia vayan a la biblioteca.

No sé como vivís que te ninguneen en las entregas de premios, espero que con humor. No te lo tomes en serio, por favor. Tu obra tiene más entidad que toda la Academia junta. No quiero dar títulos porque te incomodaría, pero vos y yo sabemos que premiaron cada cosa…

Los premios pasan, pero las obras perduran. El mundo sigue cantando New York, New York y ya nadie se acuerda de que ni siquiera la nominaron para Mejor Canción.

Con toda mi admiración y mi gratitud,
Gustavo

viernes, 22 de febrero de 2013

La otra pornografía


Busco la palabra Pornografía en el Diccionario de la Real Academia Española online y me da como primera acepción: Carácter obsceno de obras literarias o artísticas. No es la definición que esperaba, pero me sirve de todos modos para lo que quiero discutir.

Debe haber muchos tipos de pornografía, pero por ahora me quedaré con dos. Está la Pornografía A que todos conocemos. La de la representación gráfica y explícita de relaciones sexuales, a la que se recurre por morbo o para propiciar catárticas masturbaciones. La pobre se choca siempre con una actitud hipócrita. Se la consume en la intimidad y se la rechaza públicamente. Jamás se le reconoce su efecto liberador e higiénico.

La Pornografía B, en cambio, es aclamada públicamente. Se la ensalza y se la premia. Llamo Pornografía B a la representación morbosa y obscena de los efectos de la enfermedad y la muerte. Amour de Michael Haneke es una de las películas más pornográficas que he tenido la desgracia de ver, en la que se muestra gráfica, explícitamente la decadencia de un ser humano. No escatima nada. Se ve como a la protagonista se la baña, se le cambian los pañales, se le da de comer y beber a la fuerza, como va perdiendo las facultades esenciales para la supervivencia individual. Pero como es Pornografía B, y no A, es elevada a la categoría de obra maestra…

Podría seguir machacando el clavo, pero creo que el punto quedó claro. Nos creemos a años luz de la Edad Media y sin embargo basta que nos desbarnicemos un poquito para comprobar que no estamos tan lejos. Hoy como entonces la obscenidad del sexo debe ser demonizada y la obscenidad de la enfermedad debe ser sacralizada.

Como en tantas otras ocasiones el poeta John Donne viene a mi rescate:

"Ten más modestia, Muerte, aunque se te haya

erróneamente dicho poderosa

y temible; pues esos que has borrado

no mueren, pobre Muerte, incapaz hasta

de aniquilarme a mí. Si el reposo

y el sueño son tan gratos, cuánto más

no debes serlo tú: así se explica

que los mejores antes den contigo

libertad a sus almas y a sus huesos

descanso. Azar, reyes, suicidas,

son tus amos, habitante de pócimas,

enfermedad y guerras. Y más diestros

que tú son los hechizos. Menos humos,

que veremos tu fin; tu muerte, Muerte".

(Traducción sacada de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes)

 

"Death be not proud, though some have called thee

Mighty and dreadful, for thou art not so,

For those whom thou think'st thou dost overthrow,

Die not, poor Death, nor yet canst thou kill me.

From rest and sleep, which but thy pictures be,

Much pleasure: then from thee much more must flow,

And soonest our best men with thee do go,

Rest of their bones, and soul's delivery.

Thou art slave to fate, chance, kings,

and desperate men,

And dost with poison, war, and sickness well;

And poppy or charms can make us sleep as well

And better than thy stroke; why swell'st thou then?

One short sleep past, we wake eternally,

And death shall be no more; Death, thou shalt die".

viernes, 15 de febrero de 2013

Tuxita con Víctor Hugo



Mientras hago la crónica del estreno de Los miserables para el otro blog, se me pasa por la cabeza repasar el argumento de la novela original, a las adaptaciones por lo frecuentes las tengo más que frescas. Al libro lo leí un verano hace como dos siglos atrás y aunque, si no se perdió en un préstamo, anda todavía por algún rincón de la biblioteca, no tengo tiempo, bueno, más bien voluntad para zambullirme otra vez en sus más de 1000 páginas. Como sólo quiero un resumen, me pongo a buscar por internet y me choco en una página para estudiantes secundarios con esta maravilla que firma Tuxita de México. Más allá de los errores ortográficos, de sintaxis, de las contradicciones y confusiones, me deleita por su sinceridad y lo comparto:

“Los miserables” por Tuxita de México

Resumen detallado de la obra

Bueno, los miserables es un libro que comienza hablando de un obispo (todo situado en 1815) que era muy generoso y bueno y que antes de preocuparse por el, se preocupaba por ayudar a los pobres y a todas aquellas personas que estaban en peores situaciones, este obispo, vivía con su hermana (una solterona) y con su sirvienta, vivían en el que antes era un hospital. Y se la pasa describiendo como era su vida de santidad y totalmente apegada a sus creencias religiosas, un hombre modelo para toda la sociedad que varias veces pensando en los demás paso por serios apuros económicos, todo eso se describe en la primera parte del libro llamada Myrel.


En la segunda parte, aparece toda una descripción de Jean Valjean, que es un hombre que quería ser bueno, pero es condenado a la prisión por haber robado un pedazo de pan para sus sobrinos que no habían comido en varios días, y por el simple echo de haber intentado escapar varias veces, su condena se estaba haciendo cada vez mas larga, claro, sale 20 años después, pero el hecho de haber estado tanto tiempo en la cárcel, han cambiado su personalidad y se ha vuelto un hombre frió, al salir de la cárcel, pide refugio en la casa del obispo (que ya es arzobispo) y estando ahí, ve las cosas de plata que este tiene en su muy humilde morada y trata de robárselas, la sirvienta, lo descubre y corre a contarle al arzobispo lo que vio, este siendo un hombre tan bueno regaña a su sirvienta, y a Valjean le regala sus cosas de plata y le ayuda a no volver a pisar la cárcel, lo cual causa cierta confusión en Valjean por que no se explica como es que aun tratando de haberle echo un mal al arzobispo, este aun así se preocupa por el y le ayuda.


En la tercera y cuarta parte, me cuenta la historia de Fantine, que es una muchacha que esta muy enamorada, pero así de repente, su novio la abandona y es cuando ella se da cuenta que esta embarazada, muy triste y desconsolada por su reciente abandono, decide educar de la mejor forma posible a su hija a la que llama Cósete, cuando se da cuenta la madre que no puede seguir manteniendo a su hija ella sola, le pide a una familia (los Thénardier) que se hagan cargo de ella, pero estos maltrataban mucho a la niña y le exigían mucho dinero a su madre para cuidarla, incluso a Cósete la llegan a tratar como su sirvienta.


En la quinta parte, nos habla de un hombre que de repente esta ganando mucho dinero, su nombre, Monsieur Madeleine; este hombre es Jean Valjean quien ha tenido un cambio muy importante en su vida y quien a estado haciendo negocios e invirtiendo y este recoge a Fantine y ella se vuelve su criada.


Aquí hay un hombre (Javert) que cree conocer a Monseieur Madeleine, el reconoce que es Jean Valjean pero no tiene como comprobarlo, entonces arregla un juicio en el que Valjean como ve que no tiene de otra y para de una vez arreglar todo, confiesa su verdadera identidad ante toda la asamblea, por cierto...muere la mama de Cósete, muere esperando tener junto a ella nuevamente a su hija.


En esta parte del libro, nos comienza describiendo la batalla de Waterloo, donde nos menciona nuevos personajes como le Barón Pontmerçy y Thénardier. Algo muy aburrido a mi parecer...


Ahora, el expresidiario Jean Valjean, hace creer a todos que muere ahogado, al aventarse al mar con grilletes y cadenas (aunque estas no estaban amarradas) pero tiene su fortuna enterrada cerca de casa de los Thénardier, donde se topa con Cossette cuando era aun una niña, y decide llevársela para protegerla de sus “cuidadores” y lo pongo entre comillas por que solo explotaban a la pobre niña; ya el teniendo a la niña consigo, se preocupa por ella y la adopta como hija, y viven en los barrios mas pobres en Paris, pero entre ellos se crea un lazo fraternal y cada vez se quieren mas; un día son reconocidos y llevados a un convento, ya ahí en el convento, se la pasa describiendo con lujo de detalles como vestían, sus horarios y cuales eran sus actividades diarias, en fin toda una descripción que nos muestra el por que este libro romántico tiene sus toques realistas.


Ahora, nos vuelven a meter a mas personajes, comenzando por Gavroche, el es un muchacho digno de ejemplo, ya que a pasado por tantas situaciones como hambre, pobreza, pero es tan gentil, generoso y con ideas revolucionarias, el es hijo de los Thénardier, abandonado por cierto.


Luego sale M.Guillenormand que es un señor de 90 años que caso a su hija con un coronel que muere en la batalla de Waterloo dejando con ella a un hijo llamado Mario; Mario tiene una visión totalmente diferente a la que su abuelo le ha pintado, y es por eso que se pone en contacto con grupos revolucionarios. Después de andar dando vueltas, se viene a enterar que su padre no esta muerto, si no que esta viviendo en Normandia y que prefirió renunciar a verlo, para que este no perdiera de una herencia; ya cuando se puede encontrar con su padre, es demasiado tarde, el esta en su lecho y muere pidiéndole a su hijo que se mantenga fuerte en sus convicciones y que no renuncie a lo que el quiera.


Volviendo con Jean Valjean, se va del convento por que Cossette no quería ser monja, y es por esto que rentan una pequeña casa; un día Mario ve a Cossette con el que cree que es su padre, y se enamora perdidamente de ella, ella como buena señorita, se intimida.


Y en esta parte, hay varios acontecimientos que me cuesta comprender, me vengo enterando que hay una fuga en la mansión de los Thénardier, Mario va con su abuelo para pedirle permiso de pedir a Cossette en matrimonio y el abuelo, todo cruel, se burla de el, y también por alguna razón me vengo a enterar que Cossette desaparece, la verdad es que no acabo de comprender esa parte...por como el libro es de detallista, todos estos acontecimientos van muy rápido.


En esta parte, Víctor Hugo nos describe con lujo de detalles como es que el pueblo se levanta contra el General Lamarque y como todos luchan por la revolución, aquí si mis respetos para Víctor Hugo que hasta libro de historia parecía con tanto detalle.


Ahora se describe la muerte de Valjean, donde este rescata a Mario de unas graves heridas y lo lleva a casa de su abuelo, el abuelo así como que se entristece mucho de ver a su nieto en tales condiciones, pero deciden darle su apoyo para curarlo y que se recupere pronto, Valjean le perdona la vida a Javert y este le confiesa que lo ha estado persiguiendo y que no le fue sincero y fiel cuando lo prometió, Valjean le perdona todo, Valjean no quiere que Mario siga visitando a Cossette (aun cuando ya le había dicho quien era el realmente y que no era su verdadero padre) y deciden que las visitas serán mas esporádicas hasta que ya no se haga ninguna visita.


Finalmente, un día en que visitan a Valjean, lo encuentran en su lecho de muerte y Valjean los abraza considerándolos sus hijos y muere abrazado a ellos.

viernes, 8 de febrero de 2013

Con la frente marchita

Así como existe el Centro de Ayuda al Suicida, debería existir el Centro de Ayuda al Volvedor de las Vacaciones. No digo que volver a trabajar sea como suicidarse (aunque hay trabajos que, bueno, son como una muerte lenta del alma). No, en todo caso la comparación sería que las vacaciones son una reafirmación de la vida y trabajar (ay, qué pena) pocas veces lo es.
 


La cuestión es que si existiera tal Centro de Ayuda al Volvedor de las Vacaciones, yo sería uno de sus abonados más fervientes. Tendría que ser una repartición pública, una secretaría tal vez, por qué no un ministerio. Propongo que no sea otro curro privado sino estatal, y por lo tanto, universal y gratuito.
 


Volver a trabajar (sin importar cuán glamoroso y bien pago que sea el oficio) siempre es un trauma. Físico y psíquico. La mente se resiste a abandonar el divague ocioso y bienaventurado para constreñirse otra vez a una problemática laboral rígida y esclavista. El cuerpo, ablandado por el sol, los paisajes de fulgurante belleza y las siestas reparadoras a deshoras, se niega a ser otra vez el mecanismo de un engranaje antinatural y depredador. Porque el estado natural del hombre es el ocio y la felicidad y no el llenado de horas, lúgubres y dolorosas, hasta las próximas vacaciones. Pero siendo el mundo como es, un orden injusto que patentiza la estupidez del hombre, un Centro de Ayuda se necesita para aliviar, en parte, las desventuras de lo que de todas maneras hay que hacer.
 


El Centro proveería ejercicios de llanto hasta que se nos sequen los ojos y la resistencia al regreso se vuelva una abnegación mansa. Más ejercicios de tonificación muscular para que evaporen la resaca dulce de despertarse y saber que el día nos pertenece, que no se trata de lo que debo hacer sino de lo que tengo ganas de hacer. Nos harían limpiar pisos, reparar techos y pelar toneladas de papas hasta que el cuerpo reaprenda que abandonarse en tumbonas con un vaso de vodka o cerveza helada en la mano no es su destino asignado. Y así, cansados y tristes, consideraríamos quizá que el trabajo, después de todo, no sea tan malo y tan gris.
 


Estas estupideces me vienen a la mente porque fui al kiosco de siempre, apostado triunfalmente cerca de una escuela y reabierto después de un receso fotocopiador, y el kiosquero, para sentirse menos solo quizás, después de los saludos de rigor, se le ocurrió decir: Bueno, vos volvés un día de estos, ¿verdad? El retintín de esa ¿verdad? me repiqueteó agorero. Hay preguntas que son las campanas que preceden a una ejecución.

viernes, 1 de febrero de 2013

Nasrudín en el omnibus Plaza

“Muy tarde por la noche Nasrudin se encuentra dando vueltas alrededor de una farola, mirando hacia abajo. Pasa por allí un vecino.
- ¿Qué estás haciendo Nasrudín, has perdido alguna cosa?- le pregunta.
- Sí, estoy buscando mi llave.
El vecino se queda con él para ayudarle a buscar. Después de un rato, pasa una vecina.
-¿Qué estáis haciendo? - les pregunta.
- Estamos buscando la llave de Nasrudín.
Ella también quiere ayudarlos y se pone a buscar.
Luego, otro vecino se une a ellos. Juntos buscan y buscan y buscan. Habiendo buscado durante un largo rato acaban por cansarse. Un vecino pregunta:
- Nasrudín, hemos buscado tu llave durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar?
- No, dice Nasrudín
- ¿Dónde la perdiste, pues?
- Allí, en mi casa.
- Entonces, ¿por qué la estamos buscando aquí?
- Pues porque aquí hay más luz y mi casa está muy oscura.”


Nasreddin, o Nasrudín, es un personaje mítico de la tradición popular sufí, una especie de antihéroe del islam, cuyas historias sirven para ilustrar o introducir las enseñanzas sufíes, se supone vivió en la Península Anatolia en una época indeterminada entre los siglos XIII y XV.

Llevo todo enero sin hacer el trámite que debo. Decido que ha llegado el momento aunque haya alerta amarilla y el calor desaliente a los más valientes. La oficina está abierta desde el mediodía hasta las seis de la tarde. Horario poco veraniego si los hay. Llego a la terminal cerca de las dos y media. Para el Plaza, que va al centro de Buenos Aires y que me deja sólo a unas cuadras de la oficina en que debo hacer el trámite, hay una cola más o menos poblada. Tomo mi lugar y calculo que podré entrar en el primero que venga. Busco en mi mochila la tarjeta SUBE y me bebo de un tirón mitad de la botellita de agua mineral sin gas, la segunda desde que salí de casa. Procuro no pensar en el calor, que igual se siente, aunque no piense en él. Me seco la boca con el dorso del puño, todavía quedan rastros de la colonia de pino que me puse. Tanteo en los bolsillos de la bermuda para ver si no perdí el celular. No. Todavía está allí. Una señora entra en bicicleta a la playa de los colectivos de larga distancia, los cuidadores de la terminal tocan silbatos con demasiado brío para el calor aplastante que se enseñorea triunfal y la hacen volver a la calle. A la fila que me precede, la miro someramente, más que nada para ver si hay un conocido del que quisiera escapar. En eso viene el micro. Calculé bien, no tengo que esperar al siguiente.
 


Ya no hay asientos junto a las ventanillas. Paso la mitad del micro y me siento junto a una mujer joven y delgada. Mientras me ubico se contornea en su asiento como si temiera que alguna parte de mi cuerpo rozara el suyo. No seré Danny Kaye pero tampoco soy un Buda. Me incrusto contra el apoyabrazos que da al pasillo mientras busco mi lugar en el mundo dentro del asiento. Tomo nota mental para preguntarles a mis amigos viajeros si en los Estados Unidos, donde hay mucha gente con sobrepeso, los asientos del famoso Greyhound son tan estrechos como los de aquí. Mi vecina, de ahora en más la contorsionista porque tiene un buen manejo de su cuerpo, se estira, suspira, relaja los músculos del cuello, y apoya la cabeza contra el asiento, casi al borde de la ventanilla. Le deseo la mejor de las suertes, o sea que le garúe finito, sin saber que luego interaccionaríamos. El aire acondicionado está al máximo pero es tal el calor que parece estar al mínimo. Ni unas veteranas, que están sentadas más adelante, hacen amago de ponerse los saquitos que cargaron para las inclemencias de la refrigeración.
 


Salimos, el micro toma la diagonal rumbo a la autopista, no daremos vueltas por 44, 13, etcétera, para recoger más pasajeros. Saco el celular, desenrollo los auriculares, me los pongo, selecciono en el menú la carpeta con los temas que voy a escuchar y aprieto play. Shirley Bassey canta temas de Broadway como si en eso se le fuera la vida. Bah, ella siempre canta como si estuviera bajo amenaza mortal. A las pocas cuadras, se levanta una chica de unos veintidós años, no muy alta, de pelo negro enrulado y largo, de ojos grandes y marrones, labios tentadores y de contundente silueta, no quiero decir que cargue peso de más sino que está más cerca de Sophia Loren que de Twiggy. Enfila por el pasillo con cara de pocos amigos. Supongo que se sentó junto a alguien que la molestó y que busca otro asiento al final del micro. Pongo mi codo en el apoyabrazos para no perturbarla cuando pase, pero no. Se para frente a mí y algo dice. En un principio no la oigo porque no acierto a poner pausa, apagar la música o sacarme los auriculares. No manejo el celular con la pericia de los adolescentes y si me apuran no me sacan bueno. Finalmente lo logro, Shirley se calla y me saco los auriculares sin arrancarme las orejas. La chica sigue hablando pero por más que intento focalizar sus palabras sólo oigo el zumbido de los motores del micro. Le digo que no entendí qué quería, si podía repetírmelo. Ahora sí la escucho, me dice: “Quiero mi billetera, quiero que la busques en tu mochila y me la des.” Respondo a la voz de mando, como en la escuela cuando nos pedían esas cosas. En la parte central no cargo muchas cosas, un pantalón largo por las dudas no quieran atenderme de bermuda en la oficina a la que voy, el libro que debo leer para la reunión mensual del Club del Libro, la botellita de agua, el frasquito con colirio porque a esta edad avanzada se me secan los ojos, y una bolsita de plástico con caramelos de menta y miel. En el bolsillo interno con su cierre de seguridad mi vieja billetera de cuero negro. Estúpidamente se la muestro y ella me dice: “No, no quiero la tuya, quiero la mía, es azul.” Me la quedo en la mano y le doy mi mochila para que la revise ella. “No”, me dice, “no voy a revisar tu mochila, sólo quiero que me des mi billetera azul, vos estabas en la cola detrás mío, así que la tenés vos.” Todavía estupefacto le contesto: “Pero yo no la tengo, no te la saqué.” Ella me dice: “Mi mochila está abierta, vos estabas detrás mío, así que la debes tener vos.” Reacciono un poquito, más por su insistencia que por la recuperación de mis inexistentes reflejos y digo: “Me estoy empezando a enojar.” Si me creen lento de reacciones, no desesperen, puedo superarme. “No quiero que te enojes,” me dice la chica, “quiero mi billetera.” Mi vecina, la contorsionista, abandona su letargo, se cuasi incorpora y dice: “Él parece que no la tiene,” (parece, ¡yegua!), “¿cuándo te diste cuenta de que tu mochila estaba abierta?” “Recién,” dice la chica, “cuando me senté.” “¿Estuviste mucho tiempo en la cola?,” pregunta la contorsionista. “Y… un rato,” dice la chica. “¿Y con qué pagaste el pasaje?,” pregunta la contorsionista. “Con la SUBE,” contesta la chica, “pero la tenía en el bolsillo.” “¿Y no podés haberla dejado en tu casa?,” pregunta la contorsionista. “Sí, quizá, pero estoy segura de que la puse, y él estaba detrás mío en la cola,” insiste por enésima vez la chica. “Por ahí te la robaron antes, ¿usted no vio si alguien se la sacó?,” me pregunta la contorsionista. Mi vecina es un amor, primero tira un “parece que no fue él,” ahora me trata de viejo y cómplice. “No,” contesto indignado, “si hubiera visto que se la sacaba alguien, algo hubiera hecho, no  sé, le hubiera avisado”. La contorsionista da el caso por cerrado y le dice a la chica: “Ojalá la hayas dejado en tu casa.” “La chica dice: “No sé, pero me voy a tener que bajar e ir a fijarme, en mi billetera estaba la plata, las tarjetas, no me queda nada, me voy a tener que bajar,” se da media vuelta y se va. Yo procuro poner a resguardo mi buen nombre y honor y musito algo sobre ser increpado, inculpado. La contorsionista me larga: “Bueno, disculpelá, estaba nerviosa, póngase en su lugar.” Y en el mío quién se pone, pienso, pero a la contorsionista ya no le importa nada, se reacomoda y a los minutos duerme a pata ancha. Veo bajar a la chica en la última parada antes de la autopista y aunque no quiera se me instala una tristeza. Deseo con ansías que la billetera azul no haya sido robada ni perdida y que esté en la casa de la chica. Me calzó otra vez a la Bassey, pero por un largo rato no me parece que canta si no que grita.