Los años lectivos son cada vez más largos. Arrancan el 10 de
febrero y con suerte terminan el 23 de diciembre (sin suerte, después de
Navidad). En cuanto a las condiciones de
trabajo, bueno, no son aterradoras como hace algunos años (hay más trabajo, más
poder adquisitivo, la cacareada distribución de la riqueza se nota: ya no hay
que lidiar con los efectos de las frustraciones económicas de las familias de
los alumnos, ¡eso sí que era bravo!), pero lo pedagógico, lo burocrático y lo
edilicio siguen en coma, de modo que, en resumen amable, distan de ser buenas como yo de ser Daniel Radcliffe. El secreto,
como siempre, está en sobrevivir. A como dé lugar. El problema es que con la
edad, uno no se vuelve sabio, se vuelve intolerante. Las mañas se estratifican,
la paciencia se acorta y la salud, si no la física, sin duda la mental, se
resiente. Yo sobrevivo a través del arte (escénico). Necesito sí o sí que en
diciembre haya algún espectáculo que me avive las endorfinas. Recitales no
valen, son muy ying. Tampoco estrenos de cine, más que nada porque son tan
estimulantes como sacarse los mocos de la nariz (antes en Navidad o en Año
Nuevo había cosas interesantes, New York,
New York, por ejemplo, una de las películas de mi vida, se estrenó en Año
Nuevo; hoy son pura basura pochoclera). La promesa de rever films de Billy
Wilder, John Huston, Bergman o Visconti tampoco vale (son las cosas con las que
sobrevivo semana a semana). A lo que voy es que necesito abrir los ojos y saber
que para el fin o cerca del fin del año lectivo me espera un espectáculo que me
regocije. Eso me hace enfrentar el día si no con alegría, al menos con un poco
más de paciencia. Hasta ahora me las he ingeniado para encontrar uno. En 2008
fue Eva, el gran musical argentino
(que volví a ver en diciembre en el Lola Membrives con Mariel, antes ya había
estado en el estreno en el Argentino); en 2009 fue un Cascanueces del Argentino, en 2010 fue la reposición de Chicago, otra vez en el Lola Membrives;
y en 2011 el delicioso Primeras Damas del
Musical en el Gran Rex.
Este año, cuando leí la programación del teatro Argentino y
vi que en diciembre darían La bella
durmiente, supe que estaba salvado. Pero, claro, Scioli que es taaan buen
administrador se percató tarde y sobre la marcha que el presupuesto no le
alcanzaría y como tampoco le basta con lo que nos roba con la estafa del agua,
empezó con los recortes. El Argentino no fue la excepción: levantaron Zorba y adelantaron La bella durmiente para octubre. Buuu.
No soy precisamente un fanático del ballet clásico, lejos de
ello. A menos que alguna estrella decida reverdecer laureles, las Giselles, las Coppelias, las Sílfides,
las Paquitas, las Raymondas me son indiferentes. Pero la
trilogía Tchaikovsky-Petipa (La bella
durmiente, El lago de los cisnes, El cascanueces) me vuela el moño. Lo de
Petipa es medio diluido porque siempre es Petipa según alguien. (En algún
momento tendré que averiguar porque no hay Petipas en estado puro. Supongo que
tendrá que ver con que en esas épocas no se podían “anotar” todavía las coreografías
y lo que sobrevive debe depender de la “memoria” de los que las bailaron). Aunque
de verdad lo de Petipa (lo siento, maestro) me importa menos. Lo que me importa
es Tchaikovsky. La música de sus ballets me manda a la estratósfera, entro al Nirvana,
recupero el Paraíso que perdió Milton. Me siento en la butaca y la orquesta me
envuelve, me arropa, me arrulla, me acaricia. Y hay momentos, impensados,
inesperados, es que se me caen gruesos y pacíficos lagrimones, lo que escucho
me parece de tan indecible belleza que rozo lo divino. Que se le va a hacer,
todos tenemos nuestro punto G espiritual.
En fin, si la Bella no se duerme en diciembre, que ronque en
octubre entonces. Mierda, apenas cuatro funciones y todas en el mismo fin de
semana. Sólo se puede despertarla del jueves que pasó hasta este domingo. El jueves
hubo traducción así que ni en pedo. El viernes, bañado, cambiado y con el perro
paseado, aceché la computadora hasta las 7 y media. Gracias a Dios y todos los
Santos del Cielo, nada, ningún trabajo urgente que requiriera traducción
inmediata. A las 7 y 31, apagué la computadora y huí más rápido que Melquíades.
En la boletería puse cara de soy yo solito y estoy tan solo en la vida que una
buena localidad podría compensar en algo mi melancolía, tenga por favor piedad
de mí. Yes!!! Había nada más ni nada menos que un hueco en la primera fila de
la platea alta. Ni soñado.
Me siento y miro el mundo desde mi sitial de
privilegio, pero, ¡oh, dioses del Olimpo!, a mi lado se sienta un matrimonio ¡con
una nena chiquita de entre el jardín maternal y el jardín común! Pensé: se va a
poner a llorar y va a joder toda la fucking velada. Cada función tiene sus
vaivenes irrepetibles. Ésta comenzó con un retraso de 20 minutos, el director
de orquesta estaba en la gatera y no se había oído el aviso de apaguen los
celulares, que se oyó al fin por la mitad, se anunció un cambio en el elenco
que fue bien recibido por los que conocían a los bailarines, y después una voz
nos pidió que les diéramos la bienvenida a gente de Lincoln que nos visitaban
por un plan de Mi pueblo al Argentino o algo así; les dimos una cálida
bienvenida, en su mayoría eran chicos que salvo algunos aplausos a destiempo se
portaron como duques rusos; y por fin empezó. Después hubo un minuto de
desconcierto porque las luces de sala se prendieron antes de que terminara el
primer acto, se anunció un entreacto y hubo dos, pero el show lo dio la nena.
Se sentaba alternativamente en las faldas de su padre y su
madre. Hablaba bajito y en el Prólogo, la fiesta de bautismo de Aurora, en la
que el hada no invitada, Carabosse, echa la maldición, le preocupaba por donde
andaba el bulto que se suponía era la bebé. Cuando comenzó el Primer Acto, se
acercó adonde yo estaba para ver mejor a la bebé y preguntó cuándo aparecería. Le
saqué la palabra de la boca a la madre y le dije que la bebé había crecido y
que ahora tenía 15 años y era esa bailarina que entraba a escena. Me sonrió y
me dijo: Bueno. Se apoyó en la baranda y buscó con que entretenerse ya que la
bebé no estaba. Entonces dijo: Ese bailarín de allá hace una cosa diferente. Y
sí, el señor no tenía muy segura la coreografía. Más tarde agregó: La bailarina
de allá levanta la patita después de las otras. Y sí, la señorita andaba a
destiempo. La frutilla del postre fue: Mamá, la música terminó antes que la
chica ¿eso está bien? No sé, dijo la mamá. Mientras el público aplaudía, la
nena me miró y dijo: Hum. La amé. No volvieron después del intervalo para el
Segundo Acto y la extrañé, tuve que darme cuenta solo de las imperfecciones,
que fueron pocas, a decir verdad, porque fue una buena función. Aurora era una
delicia y el Príncipe fue medio celeste al principio, pero se fue poniendo Azul
y se volvió el ideal de toda Princesa. La orquesta, que no es tonta, disfruta
de Tchaikovsky y lo vierte con fidelidad y orgullo. Y yo, por un ratito, fui
dichoso. Me queda encontrar otra zanahoria de diciembre que me alivie el yugo.
Siempre es delicioso e instructivo leerte. Y además, estoy de acuerdo: Tchaikovsky -todo Tchaikovsky- es una experiencia a la que debe volverse cada tanto, o muy seguido, ségual. Me solidarizo, también porque el ballet no me gusta mucho porque no le encuentro términos medios: si es bueno, es maravilloso; si no es tan bueno, me resulta insoportable. Y en general, acá nos resulta medio difícil encontrar ballet bueno.
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