viernes, 26 de octubre de 2012

Uggie


Desde que vi El artista, Uggie, el perro estrella de la película, se convirtió en una de mis obsesiones favoritas. No soy el único fanático del simpatiquísimo can. Uggie anda en gira europea presentando su libro de memorias. En la foto se lo ve en una librería de París. Como toda superestrella que se precie, satisface la curiosidad de sus seguidores con una autobiografía. Yo ya estoy reservando un ejemplar.

Lo que no fue


Como ya confesé en este mismo blog, Tchaikovsky y su música para ballet me vuela la cabeza. El martes el Cinema City anunciaba que exhibiría en directo desde Londres El lago de los cisnes. La idea me seducía por dos motivos. El ya mencionadoTchaikovsky y participar de una trasmisión en directo, porque se dice que en un futuro cercano es así como veremos las películas. Parece que para evitar la piratería, los yanquis planean transmitir via satélite a todo el mundo los estrenos cinematográficos. 

Como soy desconfiado, entré a la página web de la Royal Opera House para ver si era verdad que el espectáculo se transmitiría en vivo. Y sí, era verdad. 

Con la debida anticipación llegué al cine. Para mi desilusión y la de muchos la función había sido suspendida "por problemas técnicos". 

Hoy en la página web del Royal Ballet, espectadores de todo el mundo comentan la experiencia. Nosotros, "por problemas técnicos" nos quedamos afuera. Sin comentarios...

lunes, 22 de octubre de 2012

¡Oh, Soraya!

Hay cosas a las que llego tarde, pero ¡mejor llegar tarde que nunca! Esta escena es lo más. La posteo porque debo tenerla a mano, ¡es adictiva! Al margen de lo obvio, dos detalles me matan: a Nandito lo hieren en el brazo, pero el actor actúa ¡como si le hubieran perforado el hígado! Y la de la cartera en vez de hacer algo, ¡ se toma una pastilla!

¡Al que me denuncie, que se prepare!

¡Gracias, Horacio, por contarme que existe esta maravilla! (Me fascina, me fascina, ¡me fascina!)

martes, 16 de octubre de 2012

Felices rejóvenes 87 años, Angela




Hoy es el cumpleaños de la inmensamente maravillosa Angela Lansbury. Se la ve aquí en Sweeney Todd, que estrenó. Hace su primera canción en la obra: "Los peores pasteles de Londres". Si son amables y se toman la molestia de ver este magistral despliegue de histrionismo más de una vez, podrán notar ¡todas las cosas que hace y expresa! Sondheim pocas veces estuvo mejor interpretado.

sábado, 6 de octubre de 2012

Tchaikovsky



Los años lectivos son cada vez más largos. Arrancan el 10 de febrero y con suerte terminan el 23 de diciembre (sin suerte, después de Navidad).  En cuanto a las condiciones de trabajo, bueno, no son aterradoras como hace algunos años (hay más trabajo, más poder adquisitivo, la cacareada distribución de la riqueza se nota: ya no hay que lidiar con los efectos de las frustraciones económicas de las familias de los alumnos, ¡eso sí que era bravo!), pero lo pedagógico, lo burocrático y lo edilicio siguen en coma, de modo que, en resumen amable, distan de ser buenas  como yo de ser Daniel Radcliffe. El secreto, como siempre, está en sobrevivir. A como dé lugar. El problema es que con la edad, uno no se vuelve sabio, se vuelve intolerante. Las mañas se estratifican, la paciencia se acorta y la salud, si no la física, sin duda la mental, se resiente. Yo sobrevivo a través del arte (escénico). Necesito sí o sí que en diciembre haya algún espectáculo que me avive las endorfinas. Recitales no valen, son muy ying. Tampoco estrenos de cine, más que nada porque son tan estimulantes como sacarse los mocos de la nariz (antes en Navidad o en Año Nuevo había cosas interesantes, New York, New York, por ejemplo, una de las películas de mi vida, se estrenó en Año Nuevo; hoy son pura basura pochoclera). La promesa de rever films de Billy Wilder, John Huston, Bergman o Visconti tampoco vale (son las cosas con las que sobrevivo semana a semana). A lo que voy es que necesito abrir los ojos y saber que para el fin o cerca del fin del año lectivo me espera un espectáculo que me regocije. Eso me hace enfrentar el día si no con alegría, al menos con un poco más de paciencia. Hasta ahora me las he ingeniado para encontrar uno. En 2008 fue Eva, el gran musical argentino (que volví a ver en diciembre en el Lola Membrives con Mariel, antes ya había estado en el estreno en el Argentino); en 2009 fue un Cascanueces del Argentino, en 2010 fue la reposición de Chicago, otra vez en el Lola Membrives; y en 2011 el delicioso Primeras Damas del Musical en el Gran Rex.

Este año, cuando leí la programación del teatro Argentino y vi que en diciembre darían La bella durmiente, supe que estaba salvado. Pero, claro, Scioli que es taaan buen administrador se percató tarde y sobre la marcha que el presupuesto no le alcanzaría y como tampoco le basta con lo que nos roba con la estafa del agua, empezó con los recortes. El Argentino no fue la excepción: levantaron Zorba y adelantaron La bella durmiente para octubre. Buuu.

No soy precisamente un fanático del ballet clásico, lejos de ello. A menos que alguna estrella decida reverdecer laureles, las Giselles, las Coppelias, las Sílfides, las Paquitas, las Raymondas me son indiferentes. Pero la trilogía Tchaikovsky-Petipa (La bella durmiente, El lago de los cisnes, El cascanueces) me vuela el moño. Lo de Petipa es medio diluido porque siempre es Petipa según alguien. (En algún momento tendré que averiguar porque no hay Petipas en estado puro. Supongo que tendrá que ver con que en esas épocas no se podían “anotar” todavía las coreografías y lo que sobrevive debe depender de la “memoria” de los que las bailaron). Aunque de verdad lo de Petipa (lo siento, maestro) me importa menos. Lo que me importa es Tchaikovsky. La música de sus ballets me manda a la estratósfera, entro al Nirvana, recupero el Paraíso que perdió Milton. Me siento en la butaca y la orquesta me envuelve, me arropa, me arrulla, me acaricia. Y hay momentos, impensados, inesperados, es que se me caen gruesos y pacíficos lagrimones, lo que escucho me parece de tan indecible belleza que rozo lo divino. Que se le va a hacer, todos tenemos nuestro punto G espiritual.

En fin, si la Bella no se duerme en diciembre, que ronque en octubre entonces. Mierda, apenas cuatro funciones y todas en el mismo fin de semana. Sólo se puede despertarla del jueves que pasó hasta este domingo. El jueves hubo traducción así que ni en pedo. El viernes, bañado, cambiado y con el perro paseado, aceché la computadora hasta las 7 y media. Gracias a Dios y todos los Santos del Cielo, nada, ningún trabajo urgente que requiriera traducción inmediata. A las 7 y 31, apagué la computadora y huí más rápido que Melquíades. En la boletería puse cara de soy yo solito y estoy tan solo en la vida que una buena localidad podría compensar en algo mi melancolía, tenga por favor piedad de mí. Yes!!! Había nada más ni nada menos que un hueco en la primera fila de la platea alta. Ni soñado.

Me siento y miro el mundo desde mi sitial de privilegio, pero, ¡oh, dioses del Olimpo!, a mi lado se sienta un matrimonio ¡con una nena chiquita de entre el jardín maternal y el jardín común! Pensé: se va a poner a llorar y va a joder toda la fucking velada. Cada función tiene sus vaivenes irrepetibles. Ésta comenzó con un retraso de 20 minutos, el director de orquesta estaba en la gatera y no se había oído el aviso de apaguen los celulares, que se oyó al fin por la mitad, se anunció un cambio en el elenco que fue bien recibido por los que conocían a los bailarines, y después una voz nos pidió que les diéramos la bienvenida a gente de Lincoln que nos visitaban por un plan de Mi pueblo al Argentino o algo así; les dimos una cálida bienvenida, en su mayoría eran chicos que salvo algunos aplausos a destiempo se portaron como duques rusos; y por fin empezó. Después hubo un minuto de desconcierto porque las luces de sala se prendieron antes de que terminara el primer acto, se anunció un entreacto y hubo dos, pero el show lo dio la nena.

Se sentaba alternativamente en las faldas de su padre y su madre. Hablaba bajito y en el Prólogo, la fiesta de bautismo de Aurora, en la que el hada no invitada, Carabosse, echa la maldición, le preocupaba por donde andaba el bulto que se suponía era la bebé. Cuando comenzó el Primer Acto, se acercó adonde yo estaba para ver mejor a la bebé y preguntó cuándo aparecería. Le saqué la palabra de la boca a la madre y le dije que la bebé había crecido y que ahora tenía 15 años y era esa bailarina que entraba a escena. Me sonrió y me dijo: Bueno. Se apoyó en la baranda y buscó con que entretenerse ya que la bebé no estaba. Entonces dijo: Ese bailarín de allá hace una cosa diferente. Y sí, el señor no tenía muy segura la coreografía. Más tarde agregó: La bailarina de allá levanta la patita después de las otras. Y sí, la señorita andaba a destiempo. La frutilla del postre fue: Mamá, la música terminó antes que la chica ¿eso está bien? No sé, dijo la mamá. Mientras el público aplaudía, la nena me miró y dijo: Hum. La amé. No volvieron después del intervalo para el Segundo Acto y la extrañé, tuve que darme cuenta solo de las imperfecciones, que fueron pocas, a decir verdad, porque fue una buena función. Aurora era una delicia y el Príncipe fue medio celeste al principio, pero se fue poniendo Azul y se volvió el ideal de toda Princesa. La orquesta, que no es tonta, disfruta de Tchaikovsky y lo vierte con fidelidad y orgullo. Y yo, por un ratito, fui dichoso. Me queda encontrar otra zanahoria de diciembre que me alivie el yugo.

jueves, 4 de octubre de 2012

La Hija de Dios en La Plata


Desde que me enteré de su existencia, quise verlo. Aunque cuando iba a Buenos Aires terminaba viendo otro espectáculo que me urgía más, principalmente porque bajaba de cartel. Cuando supe que venía a La Plata, me apresuré a sacar la entrada. En la boletería me anoticié de una ventaja y de un inconveniente. La ventaja era que la entrada costaba muy poco ya que era a beneficio de un comedor y el inconveniente era que las localidades no venían con ubicación, de modo que el día fijado para la función había que ir con antelación a hacer cola si uno quería no estar muy lejos del escenario.

Terminé una traducción cortona y me puse a rezar que no entrara ningún mamotreto. Si mientras estaba afuera, venía algún trabajo que se robara mi tiempo, ya sabría lidiar con él. Al menos disfrutaría del espectáculo como si fuera dueño de mi tiempo. Cargué caramelos para endulzar la espera, puse en el teléfono un musical de Cy Coleman que quería escuchar, paseé el perro y me fui.

Llegué al teatro a las 7 y media. Ya había cola. Calculé que al menos me sentaría en la platea. Mis esperanzas de encontrar un buen lugar pronto se vieron opacadas. Como suele ocurrir en estos casos, los integrantes de la fila no son los que son, si no representantes de grupos mayores que van llegando y van engrosando la cola. Había una familia particularmente sociable que incorporaba a  sus huestes a cuanto conocido circulara por las vecindades. A punto estuve de decirles que exageraban, pero me contuve, no quise quedar como lo que soy, un jetón andropáusico.

A las 8 y cuarto nos hicieron entrar. Las acomodadoras, más amables que nunca, vigilaban para que no quedaran blancos en las hileras de butacas. Me senté la punta de banco de la fila 7. En el escenario reinaba en el centro una gran pantalla de video flanqueada por unas tupidas alfombras blancas sobre las que se asentaban una especie de escritorio alto a la derecha del público y una banqueta alta cromada con forma de copa a la izquierda. A las 8 y 30, la hora anunciada, con puntualidad prusiana, se oyó el aviso de que apagáramos los celulares y se nos advirtió que se prohibía sacar fotos (restricción que no se cumplió dado el fervoroso entusiasmo de los espectadores). En ese instante hicieron su entrada al palco, que daba frente a la fila en la que estaba, las autoridades y Claudia Villafañe. Unas señoras se pusieron de pie y la fotografiaron. Claudia sonrió comprensiva. De ser más ducho en el manejo de la cámara de mi celular y menos tímido, también le hubiera sacado una foto, Claudia es una persona por la que siento una  profunda admiración. Mi timidez, enmascarada en civilizados deseos de no molestar, me hizo clausurar el celular.

Las luces de sala se apagaron, se encendieron las del escenario y entraron por lados opuestos, Dalma, acompañada por el actor Mariano Bicain, que representa al maradoniano irreductible. Después de un atronador aplauso de bienvenida, Dalma dio comienzo a una especie de conferencia en la que dilucida qué y cómo es ser hija de Diego. Arranca con datos pelados que se van recubriendo de carnalidad, significancia y argentinidad encendida. Maradona es un mito argentino y (andá a discutírmelo) un regalo prodigioso de Dios que ya se sabe es argentino. La narración se vertebra en la dicotomía de la protagonista respecto de su padre  (para los demás es “el” Diego, para ella no es nada más ni nada menos que “papá”). El texto, concebido por Dalma junto a la dramaturga y directora, Erika Halvorsen, es fluido, elocuente y mojonado por buenos chistes. La interacción con el “maradoniano” es una buena idea que fructifica. Y los videos que se exhiben son un privilegio. Son videos caseros, pero no cualquieras, si no los de la intimidad de la familia Maradona. La emoción, como en los buenos espectáculos, no se persigue, pero se cuela por todos lados. Revivimos un pedazo de nuestra historia, la mejor, la de la alegría, la de los logros. Lo celebramos al Diego una vez más, a través de la historia de su hija ahora, y en el fondo nos celebramos a nosotros mismos, porque el Diego es tan nuestro que somos un poquito él. Las bellas palabras con las que se cierra el espectáculo ratifican en cierto modo esta idea, la de la celebración de la vida a través de un mito que nos contiene.

Dalma, como actriz, luce segura, desenvuelta, histriónica, con buen timing para el humor, y sincera en el manejo de la emoción. Su comodidad en escena nos desarma y establece de movida un ida y vuelta que se potencia a medida que transcurre la función.

Un espectáculo único e irrepetible, esta vez más que nunca por la singularidad de lo que se cuenta, que por la calidez, la sinceridad y la destreza de su ejecución se vuelve inolvidable.

Ah, el espectáculo se llama “Hija de Dios” y lo vimos en el Coliseo Podestá