jueves, 23 de febrero de 2017

De fotos, amores y de lo que pudo haber sido


Si Yul Brynner, Gregory Peck, Charlton Heston, Stephen Boyd o Rock Hudson hubieran aceptado participar de la película, Yves Montand no hubiera estado, esto no hubiera pasado. Otras cosas habrían pasado, pero no lo que pasó. O tal como pasó.


El título provisorio del proyecto fue Billonario, porque trataba de un multimillonario que se infiltraba en los ensayos de un musical que lo ridiculizaba. Terminó por llamarse Let’s make love (Hagamos el amor), aunque por lo que pasó Let´s fall in love (Enamorémonos)  habría sido más apropiado. Era el año 1960. (Ah, aquí se lo conoció como La adorable pecadora)


Se filmó en Los Ángeles y se les alquiló a sus estrellas dos bungalows adyacentes para que se instalaran con comodidad. Él, Yves Montand, llego acompañado de su esposa, la célebre actriz francesa Simone Signoret. Ella, Marilyn Monroe, vino con su esposo, el no menos célebre dramaturgo Arthur Miller. Los cuatro congeniaron muy bien. Los franceses sin duda deben haber hablado con el dramaturgo de la película que hicieron en 1957 sobre su famosísima obra, Les sorcières de Salem, donde él había hecho de John Proctor y ella de Elizabeth, su esposa (la pérfida Abigail le había tocado en suerte a Mylène Demongeot), deben haber discutido las razones por las cuales el resto del mundo no respetó el título en inglés de la obra, The crucible (El crisol) y prefirió el más vendedor de Las brujas de Salem. No sé de qué hablarían con Marilyn. De la fama, supongo. De las desventajas de vivir en las tapas de los diarios, en el interior de las revistas, en las bocas de los escandalosos y escandalizables.


La filmación comenzó durante los primeros días de enero. Simone fue requerida en el viejo continente. Tenía que filmar Adua e le compagne del promisorio maestro Antonio Pietrangeli, que moriría demasiado pronto y no podría erigirse como maestro a secas. La película, entrañable como solo suelen serlo las películas italianas, trataba de cuatro prostitutas que deciden poner un restaurante cuando el prostíbulo donde trabajaban cierra, cosa que no será fácil porque a algunas personas no se les perdona el pasado.


Cuando Simone llegó a Roma, un periodista le preguntó qué opinaría si Marilyn se enamoraba de su Montand, a lo que ella alegremente respondió que revelaría tener el mismo e impecable buen gusto para los hombres que ella, que no en vano se había casado con él. ¿La alertó la tonta e ineludible pregunta? ¿Vio venir lo que sucedería? ¿O se concentró por completo en el trabajo? Un director, Lumet, creo, aunque pudo haber sido otro, dijo que Simone es tan concentrada y susceptible que si se la pone en una bañera vacía y se le dice que se está ahogando, a los minutos hay que llamar a una ambulancia. Como sea, según puede comprobarse en el resultado final de Ada y sus amigas, nada pareció apartarla de su personaje.


Mientras tanto en Los Ángeles, se producía otra despedida, Arthur Miller era requerido en Nueva York y debía dejar sola a su glamorosa esposa. Se fue con la certeza de que no lo extrañaría, el film era un musical, así que a las escenas de texto, que tanta inseguridad le daban a Marilyn, había que sumar los ensayos de canto y baile, que curiosamente le daban menos temor, además esta vez habría, sin dudas, menos tardanzas en aparecer por el set, menos berrinches ante cada coma que saliera mal, ni tragos secretos detrás de la escenografía, por dos razones muy importantes, la primera, público y crítica la habían aclamado por su trabajo anterior, hasta le habían dado un Globo de Oro como mejor actriz (bueno, no era para menos, hablamos de Some like it hot / Una Eva y dos Adanes) y segundo, la película que iniciaría era dirigida nada más ni nada menos que por George Cukor, famoso por lograr que sus actrices no solo se sintieran muy cómodas sino que lograran grandes actuaciones, tan instalado estaba este concepto, que le decían el director de actrices.


¿Cómo nace el amor? ¿Cuándo? ¿En qué preciso momento? ¿Por qué? Si lo supiera me haría rico. No solo habría develado uno de los grandes misterios que persiguen al hombre desde que dejó de ser simio, sino que al precisarlo, podría transformarlo en fórmula, en receta. Enamórese en cuatro pasos. Elucubraciones al margen, Marilyn Monreo e Yves Montand se enamoraron.


Y fue amor, no solo sexo y ternura, eso que se le dice romance, eso con lo que se disimula la lujuria calenturienta que se desfoga incontenible, no, fue amor. Y hay pruebas, hay un documental de la RAI, sabrá Dios por qué existe ese metraje, ¿formará parte del material publicitario de Adua e le compagne?, sea por lo que sea, se ve pasear a Simone e Yves, acompañados por Marilyn, alrededor de una inmensa pileta de natación, según parece se trataba de una pausa que se tomaba Simone de su film para visitar a su famoso marido, y no va que atestigua que se muere de amor por otra. Se ve a Simone e Yves charlar, Marilyn está en silencio, pero el cuerpo de Yves está pendiente del cuerpo de Marilyn. Si se quiere mostrar en una clase de psicología, de sociología, cómo puede verse el amor en acción, cómo se evidencia, qué cosas le hace a las personas, deberían pasar ese metraje. Si lo ven, no lo dudan, lo aseguran, lo aseveran, lo señalan con el dedo, dicen esos dos están enamorados y no lo pueden evitar, y la tercera persona lo sabe, o porque su marido se lo ha dicho, o porque se ha dado cuenta sola, que esas cosas, si no se es celoso o paranoico,  se adivinan, se registran. Simone, que era Aries, se debe haber dicho, lo que deba pasar, pasará, y se volvió a Italia. Le gustase como no, su marido se había enamorado de la mujer más soñada del mundo, ¿por un ratito?, ¿para siempre jamás?, mejor no hacer nada, no sea cosa que por este reclamo, este dolor, este despecho, logre que la moneda caiga del otro lado, del que no me beneficia.


Simone corría con ventaja. Su matrimonio con Yves era sólido de toda solidez, no solo compartían trabajos sino ideales, eran zurdos de toda zurdez, con viaje a la Unión Soviética incluido, su pasión política no los cegaría, sin embargo, criticarían los excesos, la tortura y la muerte, pero eso vendría después, ahora, entre lo que también compartían estaba la responsabilidad de ser padres de la hija que ella le había dado a su anterior marido, el director Yves Allégret, Catherine, la llamaron y había nacido en el 46, de modo que en el 60 desandaba los recovecos de la adolescencia, algo que nunca es fácil. Claro, nada de esto le daba la seguridad de que Yves volviera con ella, pero eran fundamentos firmes que le permitían decirse que quizá lo haría, más que sí que no.


Marilyn, se sabe, era enamoradiza. Muy. Ahora sabemos qué pasó la semana que escapó de la filmación de El príncipe y la corista en 1957. Por esa historia, y por otra, sabemos también que era la reina de los afecto-carenciados. No, la reina, perdón, la suprema emperatriz. Con Tony Curtis había sido otra cosa, una travesura, de repente, como quien no quiere la cosa, le excitó hacer el amor con un hombre disfrazado de mujer. No era culpa suya, era culpa del argumento o del director Billy Wilder. Yves era otra cosa,  casi su ideal. Inteligente, culto, como Miller, pero no tan frío, tan denso, tan complejo. Como sea, por lo que fuera, se había enamorado del francés y fantaseaba con quedarse con él.


La película se interrumpió entre el 7 de marzo y el 18 de abril por una huelga del sindicato de actores. Tiempo que Yves y Marilyn aprovecharon para retozar y jugar a que estaban casados y que el lindo y alquilado bungalow era el hogar.


Terminada la huelga, todo se aceleró, debían recuperar el tiempo perdido, en el vértigo de las cosas por hacer, él no cumplió con lo que ella le había pedido, se fue. No podía decirse que era una promesa rota, porque él nunca había dicho que se quedaría. No se encogió de hombros, aunque tampoco lloró un tanque de agua, algunos hombres se le iban. El que vendría a buscarla, el gran Miller, en algún momento también había sido su amor, el matrimonio que sostenían era más una sombra que un hecho, pero en algún momento también había significado mucho, ¿por qué no defenderlo? Aunque más no sea porque había escrito el guión de la película que haría a continuación, John Huston, quien la dirigiría, decía que le había armado un personaje hermoso, estaría con una leyenda del cine como Clark Gable  y habría también alguien tan o más conflictuado que ella, Montgomery Clift. Nadie sabría que sería la última película que completaría, porque habría otra, sí, pero de la que quedarían solo unas escenas. Pero no asistamos al velorio de Marilyn, todavía, que le queda mucho por vivir. (Sería sí, la última película de Clark Gable, tan profesional hasta el final, que tendría el ataque al corazón del que ya no saldría, el día siguiente de terminada la filmación, imposible superar ese profesionalismo, un auténtico soldado del cine)


Pero no demos por terminado un rodaje que aún no empezó. Volvamos, digamos que ido Yves, Marilyn se entregó por completo a la pre-producción de The Misfits / Los inadaptados. Y de la salida de una de las pruebas de vestuario son estas fotos que salieron a la luz y que cuentan otra historia, bah, las consecuencias de la historia que se conocía, la del amor con Montand que se supo siempre, no se ocultó, no fue como la de Tony Curtis, que se suponía entre sonrisas, pero no se sabía a ciencia cierta si había o no pasado, hasta que Tony confesó, cuando ya no tenía importancia, cuando ya no desvelaba a nadie.


Estas fotos se tomaron el 8 de julio de 1960. Las tomó Frieda Hull, una fanática, una groupie, más bien, porque la seguía a todos lados, junto con otras cinco, que por eso se denominaban The Monroe Six, bueno, en fin, Frieda alega que ella en particular llegó a ser amiga de Marilyn, y que por eso puede asegurar lo que asegura, que Marilyn, como puede verse con claridad en las fotos, estaba embarazada, y no de Miller, con quien prácticamente ya no tenía sexo, sino del francés, de Yves Montand.


Frieda Hull ya no está, para jurar que es cierto lo que se dice que dijo, no, murió la pobre, el que cuenta es Tony Michaels, el que compró las fotos de entre toda la colección de recuerdos de Hull, que fue vecino, amigo y compañero de tragos de Frieda, y las compró baratas, porque no dijo que revelaban un embarazo secreto, del que supo por Frieda.


Pero volvamos al pasado, otro ratito, que tenemos que dar cuenta de un hecho muy conocido, que puede ahora reinterpretarse.


El 6 de agosto de 1960, casi un mes después de que fueran tomadas estas fotos, Marilyn, que estaba en plena filmación de The Misfits, fue internada de urgencia y se temió por su vida. De la producción adujeron agotamiento, las revistas sensacionalistas hablaron de ingesta de pastillas para dormir, tranquilizarse o bajar de peso, no faltó quien dijo sobredosis de drogas, sea lo que fuere, el cuadro clínico jamás se divulgó, y el motivo por el que fue hospitalizada se perdió en los pantanos de las suposiciones. Ahora hay que agregar también entre las causas probables, un aborto. ¿Se interrumpió naturalmente como otros que tuvo o lo provocó para dar una última oportunidad a su matrimonio con Miller?


Entre los aspectos de su leyenda figura que siempre anheló tener hijos y no pudo. También se teme a lo que se anhela. ¿Acaso al ver que el embarazo progresaba con fuerza, se asustó y se hizo un aborto clandestino que casi le cuesta la vida? De haber nacido, este hubiera sido también el primero de Yves Montand, quien como dijimos no tuvo hijos con Simone Signoret, que lo dejaría solo en esta vida por mudarse a la eternidad en 1985, después, él, buscando descendencia o no, voluntariamente digo, en 1988 tendría a Valentín con su asistente Carole Amiel. Montand moriría en 1991. Desenterrarían su cuerpo el 11 de marzo de 1998 por la demanda de una mujer, que aseguraba que su hija tenía a Montand de padre, la prueba de ADN demostraría lo contrario.


Todo muere, el tiempo todo lo sepulta, menos las historias de amor.

Gustavo Monteros

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