Voy a darme el gusto de decir lo que nadie
dirá. Va a ser muy difícil volver a las escuelas porque el alejamiento por la
cuarentena desnudó la verdad que ocultamos cuando íbamos con continuidad: a muy
pocos (¿casi nadie?) le gusta ir.
Para empezar son lugares horribles (salvo
honrosas y cada vez más pocas excepciones). Las lavadas de pintura (en sus
deprimentes versiones de blanco, crema, marfil o amarillito) hacen poco para
disfrazar manchas de humedad, cielos rasos descascarados o rajados en sus
sustitutos de telgopor, paredes heridas de tantos clavos o perforaciones para
tubos de luz o gas. Vidrios eternamente sucios, pisos a los que nunca les
vendría mal otro balde de agua, luces permanente opacas y malamente lechosas,
muebles a punto de desvencijarse con solo mirarlos, pizarrones de negrura o
verdor tristes desesperados por tragarse consignas que ya eran viejas hace tres
siglos y el pupitre más desolado de todos, el del docente, que alberga tres o
cuatro veces por turno los bolsos, las mochilas, los portafolios, las carteras
del huésped cambiante y bienvenidamente fugitivo.
Desde siempre la derecha (casualmente la más
urgida al regreso escolar) ha erigido la escuela como el templo de quitarle la
fe al niño de que alguna vez será feliz o completo, de que deberá a
acostumbrarse a hacer durante toda su vida cosas que no le gustan en un
ambiente hostil, rodeado por gente que lo detesta, lo maltrata, lo desprecia.
Y como hay que sobrevivir, el chico se hará
de una solidaridad escuálida que le permita seguir hasta el día siguiente.
Cuando entrás a un salón, casi nadie te mira,
los ojos fijos en los útiles o en el celular, talismanes de un mundo mejor al
que refugiarse cuando el timbre final nos dice que la tortura terminó hasta el
día siguiente o si se tiene suerte y es viernes hasta dentro de dos días o si
se tiene más suerte, tres.
¿Quién está bien dentro de una escuela? El
desesperado que viene de un hogar más feo y lúgubre y deshecho y hostil que
este páramo estéril, que rescatarás, cuando te hayas ido, como un lugar no tan
feo después de todo, para no reconocer que lo hacés porque no te quedó otra,
que tu vida y las de los otros hubiera sido infinitamente mejor si nunca
hubieras tenido que ir.
Hoy, le guste a quien le guste, por la
pandemia, el alumno ha probado otra cosa, ¿querrá dejarla?
Como siempre, no le va a quedar otra, pero va
a resistirse, va a resistirse. (Continuará)
Gustavo Monteros