Ayer, 29 de octubre de 2019, le di el punto
final a la primera versión de lo que resultó un opus magnum de 91 capítulos,
más un prólogo y un epílogo: la novela Mi
vida con Bergman.
Y lo que siento está expresado en algún lugar
intermedio entre una de las líneas más tristes de un poema de Alejandra
Pizarnik (“has terminado sola / lo que nadie comenzó”) y una de las líneas más
exultantes de Walt Whitman (“Me celebro y me canto”). Para evitar el femenino
de la línea de Pizarnik, que me tira para el lado de las divas solitarias
estilo Greta Garbo, tomaré la línea segunda de ese poema que ilustra la misma
idea: “has emplumado tus pájaros”.
Por qué algunos proyectos llegan a su final,
mientras que otros mueren antes de empezar o perecen por la mitad es un
misterio. La decisión de emprender un proyecto es “emplumar los propios
pájaros”, o sea una de las decisiones más solitarias que experimenta humano
alguno (sobre todo nosotros que no somos perseguidos precisamente por una
pléyade de admiradores o por la insistencia de desesperados editores ansiosos
de hacer una fortuna con nuestro trabajo, lejos de ellos…por desgracia).
Pero estos pájaros debían ser emplumados por
la sencilla razón de que la pasión Bergman es una de las vertientes de mi vida,
y sin duda el proyecto llegaría a algún destino, porque necesitaba una aventura
de largo aliento para sobrevivir a lo que suponía (con razón, gracias a Dios)
los últimos dos años del régimen macrista.
Aprovecharía mi disciplina de publicar
semanalmente en blogs y en uno de ellos, compartiría lo que iba produciendo.
Y así entre enero de 2018 y octubre de 2019,
todos los jueves publiqué un nuevo capítulo de esta vida con Bergman. Solo me
salteé un jueves, el jueves santo de 2018 y no porque no tuviera un capítulo listo
sino porque creía que me convenía hacer acopio por si alguna semana venía floja
y no tuviera material para publicar. Por suerte, tal cosa no pasó y no fue
necesario repetir el escamoteo de un capítulo.
Como suele suceder, fui descubriendo qué
quería y cómo hacerlo a medida que iba escribiendo. Varias decisiones iniciales
fueron cuestionadas, y en el proceso más de una crisis me desveló.
En un principio me sumergí como una
voluptuosa Isabel Sarli en la catarata de datos que publicó la página oficial
sueca sobre Bergman. Me maravilló la profusión y saboreé con gula, hasta el
empacho, los links que se multiplicaban. No tardé en desilusionarme porque me
di cuenta de que en realidad reclasificaban por año, lo que el magnífico libro
de Birgitta Steene (Ingmar Bergman – A reference
file) clasifica por disciplinas. Este compendio es prácticamente una
enciclopedia exhaustiva de todas las cosas Bergman, lo que no está allí,
simplemente no existe. Agradecí, eso sí, hasta el final que esta página web
tuviera más fotos que el libro.
Tanto dato me mareó, tuve que escapar a la
tentación de la erudición, mi libro no era un análisis de toda la obra de
Bergman, sino mi relación con ella.
Otra decisión temprana, después cuestionada
fue la de contar con detalles las primeras películas, para que quien me leyera,
no tuviera la necesidad de verlas. No tardé en recordar que en las novelas en
las que se cuentan películas (varias de Manuel Puig o en Un hombre en la oscuridad de Paul Auster), estas narraciones no
solo progresan la acción sino que describen por implicancia el personajes que
las cuenta. Yo no hacía ni una cosa ni la otra. Mi narración supuestamente
objetiva agregaba poco y nada, no tenía mucho humor y engrosaba el volumen
caprichosamente. Estas películas adquirían una importancia que no tenían, tan
solo porque yo había tardado en poder verlas. En dos líneas, despiertan la
curiosidad del Bergmaniano adepto, pero para el público general estas películas
son tempranas, torpes y pretenciosas, y francamente dejan entrever poco y nada
al genio en ciernes. Además la mayoría son piezas de encargo, y por lo tanto
anodinas y reflejan poco los intereses que lo harían Bergman. Decidí que había
que tratarlas someramente y con mucho humor.
A punto estuve de detenerme y comenzar con la
reescritura de inmediato. Pero recordé aquel lugar común de los westerns, eso de
que no se cambia montura a mitad del río. Ya tendría otros descubrimientos a
medida que avanzara y no me convenía volver atrás ante cada revelación, mejor
seguir adelante y corregir después.
Además, la publicación semanal, si bien le
daba aires de folletín, me permitía compartimentar y especular sobre el todo
después.
Más adelante comprendí que si bien la obra
teatral y radiofónica a mí me apasionaban, era difícil que desatara igual
interés en el lector. Bergman es un dios del cine y de su cine esperarían que
se hable, por el título digo. Los interesados en sus otras carreras podrían
dirigirse a títulos específicos que las abarcan.
Otra crisis se desató cuando comprobé que
había más “Bergman” que aspectos de “mi vida”. Ya había dejado de lado la
erudición inútil, o en todo caso ajena, pero seguía habiendo más Bergman que
otra cosa, y la novela no era la novela de Ingmar sino mi relación con él, o
cómo fue “mi vida” con “Bergman”.
Esto fue más fácil de subsanar sobre la
marcha y fue menos fuerte la tentación de sentarme a reescribir, ya lo haría
cuando supiera todo sobre este libro, o al menos lo necesario para un planteo
final.
Entre lo más placentero de la aventura figura,
claro, la revisión cronológica de su obra cinematográfica (y en algunos casos,
también de su carrera televisiva y de los registros grabados de su carrera teatral).
Por televisiva no me refiero a los títulos como Escenas de la vida conyugal que escaparon al destino originario en su
distribución mundial y fueron consideradas como películas, sino a versiones
televisivas de obras de, entre otros autores, Augusto Strindberg, La tormenta, por ejemplo.
Reverdecí a cada paso mi amor y mi pasión por
todas las cosas Bergman. Ahora descansaré un tiempo y me pondré a editar la
versión final. Agradezco a todos los que me siguieron semanalmente, con el
tiempo podrán considerar estos 91 capítulos como el detrás de escena, el work
in progress, y atestiguarán si las decisiones tomadas lo beneficiaron o lo
perjudicaron. A ellos toda mi eterna gratitud.
Gustavo Monteros
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