Me pongo a ver cuanta biopic (película biográfica) encuentro en Netflix para
darme la razón de que poco y nada tienen que ver con el cine que aprendimos a apreciar. Me atiborro con:
Cantinflas (Sebastián del Amo, 2014) o de cómo Cantinflas (Óscar
Jaenada) llegó a trabajar con Mike Todd (Michael Imperioli) en La vuelta al mundo en 80 días.
Allende en su laberinto (Manuel Littin, 2014) o las últimas horas de Allende (Daniel
Muñoz) aquel fatídico 11 de septiembre, mientras bombardean El palacio de la
Moneda.
Papa Hemingway en Cuba (Bob Yari, 2015) o de cómo un periodista Ed Myers, en realidad Denne Bart Petitclerc (Giovani
Ribisi) llega a convivir con un escritor, Hemingway (Adrian Sparks) que ya no puede escribir, ante
los ojos de su sufrida esposa, Mary (Joely Richardson)
Grace de Mónaco (Olivier Dahan, 2014) con Nicole Kidman como Grace
Kelly y Tim Roth como el Príncipe
Rainiero o recíbase de princesa en medio de una crisis.
Race: El triunfo del espíritu (Stephen Hopkins, 2016) con Stephan James como Jesse
Owens, o la gesta de ser negro y ganar carreras en las Olimpíadas Nazis.
Manos de piedra (Jonathan Jakubowicz, 2016) con Edgar Ramírez como el
boxeador Roberto Durán y Robert De Niro como su entrenador Ray Arcel, o las luces y sombras de otro gran luchador.
Genius (Michael Grandage, 2016) con Jude Law como el
escritor Thomas Wolfe y Colin Firth como el editor Max Perkins o cómo un gran
editor lidia con un escritor de genio.
Antes y después de este festín biográfico, llegué a
odiar las biopics. Bah, no el género en sí, sino como la conciben los
productores contemporáneos, que creen que por colgarle el cartelito de “se basa
en hechos reales” pueden aburrirnos a más no poder. En cualquier película, sea
del género que sea, hay que presentar y desarrollar a los personajes, verlos en
qué ambientes se desempeñan, cuáles son sus relaciones básicas, los conflictos
que los envuelven, esas cosas. Nada de eso parece importar en una película
biográfica contemporánea, parece que basta con introducir a un actor/actriz
disfrazadx del personaje en cuestión para crear el verosímil, y en consecuencia
todos tenemos que hacer cómo que nos creemos lo que nos darán por cierto. Ya ni
siquiera se toman el trabajo de respetar los pasos narrativos básicos para
procurar despertar nuestra atención, ni se preocupan por trabajar sobre la
verosimilitud de algunas situaciones, no, se deben decir: esto fue cierto y que
lo acepten. Sí, pero casi nunca la verdad y la forma de representarla son
equivalentes. No, algo pudo haber sido cierto, pero debo presentarlo de manera
creíble, según los usos y costumbres de la narración. Estoy diciendo una
absoluta tontería, una obviedad, que sin embargo, las biopics pasan por alto.
Ya andan dando vuelta más biopics que estrellas en el
cielo y para colmo se anuncian más y más cada día. Una vez que una tendencia se
fija en las mentes de los productores, no se la sacan más de la cabeza, a menos
que inauguren otra tendencia, con la que nos sopapearán hasta que muramos en el
intento de decirles basta.
Está bien, está bien, varias de las más grandes
películas del cine fueron o están emparentadas con las biopics: El ciudadano, Lawrence de Arabia, El toro
salvaje, Ed Woods y esas cosas.
Pero rebosaban de tanta audacia y creatividad que bien pudieron haber sido
producciones originales para el cine y no “basada en”.
De todo el menú con el que me saturé, oh, sorpresa, la
única más o menos potable como relato fue Grace
de Mónaco. Nunca di dos mangos por Grace Kelly, me resultó siempre una
chica bonita, pero más fría que ministro neoliberal. Tuvo la suerte de
arrebatarle el Óscar a Judy Garland y su Nace
una estrella con una sobreactuación, con la que podrían darse clases de lo
que no hay que hacer jamás cuando se actúa. Ese horror se llamó The country girl, por aquí rebautizado
como La que volvió por su amor. Está
bien, está bien, está en un par de atendibles Hitchcocks y en el clásico de
Fred Zinnemann, A la hora señalada,
buenas películas que ella no hizo más decentes por estar allí. Yo ya la conocí
de princesa, y como las princesas me despiertan inmensas furias anarquistas,
por salud la ignoré todo lo que pude. De modo que me importaban tres cominos y
cuatro pepinos una biopic sobre su persona. La vi por respeto y cariño a Nicole
Kidman, aunque la puteaba por lo bajo por aceptar semejante estupidez. Pero,
como ya dije, me llevé una sorpresa. El film trata de cuando se recibió de
princesa, abandonando para siempre la esperanza de volver al cine, y
contribuyendo a que Mónaco ganara una puja con Francia sobre impuestos. Está
bien, está bien, no es precisamente la más noble de las luchas, pero cuando se
es princesa de un terruño de hoteles y casinos tampoco se va a andar lidiando
con grandes causas. La cuestión es que se desarrollan personajes, hay una
intriga, se crea suspenso y se llega a un desenlace no exento de apoteosis.
Algo así como una película, bah.
Gustavo Monteros