Si
uno ante la idea de ver una película, prefiere copiar La guerra y la paz sin saltearse una palabra, preparar empanadas
para 3500 personas o limpiar entera una catedral con un cepillo de dientes, es
que ha llegado la hora de tomar unas vacaciones del cine.
¡Nada
cansa más que la temporada de premios estadounidense! Durante el año, Hollywood
hace su negocio con mucho o poco arte (bah, cada vez con menos arte), pero a
partir de noviembre nos condena a las películas que quieren sean reconocidas en
las distintas premiaciones. Comienza entonces la sucesión de golpes arteros,
solemnes, tediosos e irremediablemente mediocres que ellos creen o esperan vender
como obras perdurables.
Verlas
una tras otra, procurando rescatarles algo o entrever qué puede llegar a hacerlas
merecedoras de alguna distinción, según el buen sentir de tal o cual
productor, es una tarea titánica que
podría desalentar al mejor plantado de los mortales.
Tomemos
el más renombrado de los premios hollywoodenses, o sea el mítico y cada vez más
devaluado, Óscar; leamos la lista de las nominadas a Mejor Película y supongamos
que hay que verlas una a continuación de la siguiente. Descartamos de movida El gran hotel Budapest de Wes Anderson,
porque ya la vimos allá por abril y porque perduró hasta las premiaciones más
por prepotencia de talento que por la nula especulación de sus productores.
También tendríamos que descartar Boyhood
(Momentos de una vida) de Richard Linklater, que también ya fue estrenada,
más cercana a la temporada de premios porque se especuló con que algún que otro
premio obtendría. No demos vueltas, digámoslo de frente, en nuestra modesta
opinión es una de las películas más pretenciosas, vacías, tontas y aburridas
con que nos hayamos topado. Linklater es un buen director que con Boyhood nos demuestra que tiene un gran
problema de narcisismo, solo un incurable narcisismo megalomaníaco explica que
semejante engendro bodrioso pase por película. ¿Y por qué llegó a los premios?
Porque la estupidez es contagiosa y en la decadencia, la pretenciosidad también
cotiza.
Nos
queda entonces ver en sucesión: El
francotirador de Clint Eastwood, Birdman
o (La inesperada virtud de la ignorancia) de Alejandro González Iñárritu, The Imitation Game (Descifrando Enigma)
de Morten Tyldum, Selma de Ava DuVernay,
La teoría del todo de James Marsh y Whiplash de Damien Chazelle.
Birdman y Whiplash son hasta casi saludables,
exudan auténtico talento y pueden llegar a disfrutarse. Las otras son un dolor
de cabeza, una pesadilla recurrente, un ataque de hemorroides que cuando se
calma se trastoca en dolor de huevos. El machismo imperialista de El francotirador es agotador y enojoso
por lo retrógrado. Descifrando Enigma
(liberados de descubrirle alguna virtud) es más aburrido que vigilar una
tortuga renga y con parálisis cerebral. La
teoría del todo es ¡OTRO! elocuente canto a la superación de OTRA
enfermedad terrible. Selma es tan
insufriblemente mala que preocupa. ¿Hay acaso quienes confunden corrección
política con logros?
Estos
últimos cuatro bodrios tienen en común que se basan en personajes y hechos
reales. Señores productores de Hollywood, se los pido de corazón, tengan piedad
de nosotros ¡BASTA DE BIOPICS! Basarse en personajes y hechos reales no da
automático prestigio, NO. Lawrence de
Arabia hubiera sido una buena película aunque se basara en una NOVELA.
Hablando de lo cual, hay en el mundo cuentos y novelas, salgan de los anaqueles
de las biografías, créase o no, LA FICCIÓN ES BUENA. ¡BUENA!
Perdida,
por ejemplo, es 10, 100, 1000 veces mejor película que esas cuatro y la dejaron
al margen, ¿por qué?, quizá porque no era pretenciosa y sí, muy pero muy
entretenida. Hollywood siempre será la señora que en la intimidad solo oye
Armando Manzanero, pero que cuando le preguntan por su músico favorito
responde… Verdi. Nada de malo hay en Manzanero y a veces hasta supera a Verdi.
En el juego pre-coito sin ir más lejos.
Ver
películas malas es el riesgo de amar el cine, pero verlas todas juntas, a la
vez que se procura reconocerles virtudes que no tienen, no solo es
descorazonador, es agobiante. Dan ganas de no ver una película más en toda la
vida.
La
decadencia del cine de Hollywood es innegable de tan tangible. Es un alud que
pretende llevarnos puestos. ¿Cómo salvarse? Fácil. NO TOLEREMOS MÁS BODRIOS.
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