No hace
mucho, una noche, veníamos de Buenos Aires con una amiga en su auto. Habíamos llegado
al tramo de la autopista que están ensanchando, el tráfico no iba a paso de
hombre sino más bien, como diría otra amiga, la poeta, venía con hipo,
avanzábamos y nos deteníamos con intermitencia. Regresábamos de ver una obra de
teatro, la charla sobre lo que habíamos visto se había agotado hace rato y la
conversación era tan aleatoria como nuestro avance. De repente ella dijo: “Lo
que no me voy a olvidar nunca es de cuando vi por primera vez a las madres o
las abuelas de Plaza de Mayo, de cuando las vi en persona o de cuando me enteré,
no como un dato sino como una presencia. “ Y me contó que de chica había ido con la escuela
a no me acuerdo qué paseo e inesperadamente allí estaban ellas, ineludibles. Claro,
la cuestión tenía su contundencia porque uno no se enteraba de esas cosas por
los diarios o la tele, porque eran tiempos en que esas cosas no se hablaban en
los medios, y si sí, era mejor que no. Yo, a mi vez me puse a desmalezar en mi
memoria para remontarme a mi primera vez. Debió de ser el año 78 o 79. Yo
andaba por la facultad de Humanidades y había ido a Buenos Aires a comprar
libros en inglés en la librería Rodríguez que quedaba o queda en la calle Sarmiento, ahí
en el microcentro. Supongo que más tarde había decidido ir al cine y tenía que
hacer tiempo, como sea, terminé en Plaza de Mayo y allí estaban, con sus
pañuelos blancos y no sé si con pancartas, (las pancartas pudieron haberse
impreso en mi memoria por imágenes posteriores), me debe haber llamado la
atención de que manifestaran por algo, en esos tiempos nadie manifestaba por
nada, y debí tener cara de extrañeza, por joven y por pavo, porque alguien que
pasaba me dijo: Piden por sus hijos. No necesité saber más, como era de La
Plata, algunas cosas no requerían mayor aclaración. No sé si tuve el dato de
sus marchas antes, pero después de esa vez, fueron una presencia, ineludible.
Ayer,
una de las historias más largas y más tristes, a pesar de la templanza de su
protagonista más pública, Estela, llega a un desenlace feliz. Y sí, desde ayer
somos una sociedad mejor. Cruzo los dedos y rezo para que el olvido nunca se
instale y el horror no vuelva. Más.
Que el horror no vuelva "Nunca mas" y que esas madres coraje, que con indignación escuche llamar "viejas locas", tantas veces como vueltas dieron a la plaza, recuperen a sus nietos antes que la muerte, que tanto les arrebato, alcance a arrebatarles ese tan merecido y esperado abrazo.Es mi deseo de todo corazón...
ResponderEliminarMargarita.