Corre
el año 1848. Estamos en Nueva York. Llega un carruaje con una jovencísima
Leslie Caron a la dirección acordada. De la mansión correspondiente sale
volando una silla por una ventana. ¡No puede ser el hogar del abuelo Thevenet
(Louis Calhern) del prometido de Leslie! La jovencísima Leslie resuelve
preguntar en la taberna de la esquina. Entra; los parroquianos la piropean; el
cantinero Flagerty (Jim Backus) le asegura que no hay error, que aquella es la
casa de Thevenet; y un hombre de capa, Dupin (Joseph Cotten) la reconforta con
un café. Leslie vuelve a la casa en cuestión, es mal atendida por el mayordomo
Martin (Joe De Santis) que, como se dirá después, parece más un campeón de
lucha libre. Leslie insistirá en entrar y será interceptada por una nada amable
ama de llaves, Lorna Bounty (Barbara Stanwyck). Leslie trae desde París una
carta de su novio presentándola y pidiéndole al abuelo dinero para luchar por
la República, a pesar de que el abuelo es bonapartista. El problema es que
Leslie está abriendo el horno antes de tiempo y les está desinflando el
bizcochuelo a Lorna, Martin y a la mucama, Emma (Margaret Wycherly) que están
esperando a que el viejo Thevenet se muera para quedarse con su dinero. ¿Esperando
o algo más? Demás está decir que para enderezar el entuerto, Leslie contará con
la ayuda de Dupin, el hombre de la capa del título y de la mascota de Thevenet,
el cuervo Villon, llamado así por el poeta. (Por eso la película se conoce
alternativamente en español como El
hombre de la capa o La casa del
cuervo)
Corre
el año 1951. Estamos en los estudios de la Metro Goldwyn Mayer. Leslie Caron,
recién salida de su película debut, esa maravilla que se llamó Un americano en París (¡Vincent Minnelli!),
es enviada a este Hombre de la capa (The
man with a cloak), que se basa en un cuento de John Dickson Carr, The gentleman from Paris. El director es
Fletcher Markle, que viene y volverá a la televisión. Markle quería a Lionel
Barrymore en vez de a Louis Calhern para
el papel de Thevenet, pero Barrymore estaba muy enfermo, y a Marlene Dietrich en
vez de Barbara Stanwyck para el papel de Lorna Bounty, pero a Marlena el rol no
le movió ni una de sus largas pestañas. En lo personal, no era el mejor momento
de Stanwyck, por entonces se divorciaba sangrientamente de Robert Taylor. Y Jim
Backus opinaba que el proyecto era “una pretenciosa merde”. El film fue
recibido con tibieza por público y crítica, y se olvidó casi por completo.
Corre
el año 2014. Estamos en La Plata. La película reaparece con insistencia en los
foros de los amantes de las películas viejas. Decido verla y compruebo que no
es para nada mala, más bien tirando a muy atendible. Dos aspectos sobresalen,
el excelente guión lleno de réplicas felices de Frank Fenton, que en 54 tendría
su mejor año firmando para Almas perdidas o River
of no return de Otto Preminger y Jardín
del mal de Henry Hathaway, y la innovadora banda musical de David Raksin,
que entre otras cosas compondría para Cautivos
del mal (The bad and the beatiful,
Vincent Minnelli, 1952), Mesas separadas
(Delbert Mann, 1958) y Dos semanas en
otra ciudad (Minnelli, 1962). Stanwyck, Cotten, Calhern, como de costumbre, están magníficos. Los
secundarios están impecables, también como se acostumbraba en el viejo Hollywood.
Y Leslie… Leslie está deliciosamente fresca. Por suerte, después vendrían las
Lilys, las Gigis, las Gabys, y todas esas cosas que nos harían amarla con
fidelidad que no cesa. La atmósfera está muy lograda y hay una pelea
coreografiada con maestría. Quizá en manos de otro director, más experimentado
y menos desdeñoso de su elenco, o en otro año de producción, en que estos
mismos actores, en vez de poner su inoxidable profesionalismo, hubieran exhibido su arte incomparable, estaríamos ante
una obra indiscutible. Tal como está, no es desdeñable.
Una nueva corroboración de que el cine
norteamericano clásico, incluso el menor, es infinitamente mejor del que se
produce en la actualidad. Claro, en aquellos tiempos Hollywood era Hollywood y
no Pochocloland.
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