Se me pega una tristeza que espanta hasta a Perrito. Conozco la cura perfecta: un programa doble de Belmondó. No tengo tiempo para dos, tendrá que ser una. No importa, una bastará. Bebel fue una superestrella mundial porque trasmitía, entre muchas otras virtudes, la secreta certeza de que la vida merecía ser vivida. Nos pasaba la certeza porque él conocía el secreto. Elijo L'alpagueur (El cazador), película del 76 de Philippe Labro, ejemplo pertinente de la etapa más popular de Jean-Paul. Ya averiguaré quién fue el primer director en armar el molde de lo que sería una típica película belmondiana, o sea justiciero héroe solitario, fotografía estilizada y música machacona que se repite hasta que la aprendemos de memoria. Molde que rompería todas las taquillas del mundo con El profesional, la menciono para que sepan de qué hablo, porque sin duda la han visto. L'alpagueur es un cazador de delincuentes, protegido por el Ministerio de Justicia, pero que actúa al margen de la ley. La disfruto a lo grande, tiene sabor a maní con chocolate de matiné de sábado y a historieta de El Tony, deletreada mientras se junta coraje para salir de la cama. Termina rápido, como todo lo bueno. Pero el café sabe y huele mejor después de un Belmondó. No juraría que tengo ganas de trabajar, aunque ahora la condena pesa menos. Perrito me ratifica que la tristeza se fue, se acerca y se acuesta a mis pies.
En la foto se lo ve escapar en un camión cisterna que transporta vino.
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