jueves, 13 de octubre de 2016

Un tal Yves Montand

En mis años tiernos, Yves Montand era una figura cercana, quizá no tanto como Paul Newman u Omar Sharif, pero casi. Supongo que la primera película que vi con él fue en televisión. Debió tratarse de una de las dos en las que hacía de galán para estrellas estadounidenses, o Let’s make love (La adorable pecadora, George Cukor, 1960) frente a Marilyn Monroe o My Geisha (Mi dulce geisha, Jack Cardiff, 1962) frente a Shirley McLaine. O quizá se trato de Goodbye, again (¿Le gusta Brahms?, Anatole Litvak, 1961)  en la que el joven Anthony Perkins se interponía en la relación que mantenía con una madura (por entonces ella tenía 46, que para los parámetros de la época eran como 100) Ingrid Bergman.


En cine debo haberlo visto por primera vez en alguna matinée de Grand Prix (John Frankenheimer, 1966) película de carreras, como su título lo indica, muy frecuentada por entonces; en ese film andaban también otro de mis favoritos de toda la vida, James Garner, la blonda Eva Marie Saint y el súper astro japonés, Toshiro Mifune.


En el 70 o en el 71 vi su película más popular por estos pagos Z (Costa Gavras, 1969) era casi de visión obligatoria. Por esa fecha lo vi en otro film, que quizá no fue tan exitoso, pero que para mí fue un hito: En un día claro se ve hasta siempre (Vincent Minnelli, 1970) un musical tan raro como bello, una historia de amor, entre un psicólogo (Montand, of course) y una paciente (Barbra Streisand) que se realizará recién en el futuro, y con canciones muy, pero muy hermosas, entre las de él, mi favorita es Melinda.


Al ratito nomás estrenaron su segunda colaboración con  Costa Gavras: La confesión (1970). Su tercera colaboración a decir verdad porque en el lejano 1965 habían hecho Los crímenes del coche cama (Compartiment tuers). Y a cada rato en los cines de cruce daban Vivir por vivir (Claude Lelouch, 1967) en la que estaba con Annie Girardot y Candice Berger, aunque yo no la vi, porque Lelouch en ese entonces no me interesaba mucho, una noche que la dio canal 13 vi la última media hora y concluí que no me había perdido mucho.


En un ciclo del Círculo de Periodistas pesqué La guerra ha terminado (Alain Resnais, 1966) en la que compartía cartel con Ingrid Thulin y Genevieve Bujold, mucho no entendí porque me faltaba contexto político para captarla por entero, y me intrigó más que me gustó, bah, por ahí no era en el Círculo de Periodistas sino en la Alianza Francesa porque estaba medio prohibida, en esa época se prohibía casi todo.


En algún ciclo también vi El salario del miedo (Henri-Georges Clouzot, 1953) que me pareció muy superior a la remake con Roy Scheider que hizo William Friedkin en 1977.


A principios de los setenta fue muy popular también la que hizo con Louis de Funes, Delirios de grandeza (Gérard Oury, 1971).


En el 72 se enamoró de Romy Shneider, en la pantalla al menos, bajo batuta de Claude Sautet: César y Rosalie, la escena en la que se cambia los zapatos a pedido de ella es un inolvidable acto de amor que se me fijó en la memoria.


En el 72, vuelta al cine político de Costa-Gavras: Estado de sitio, relato cercano geográficamente porque contaba hechos ocurridos en Uruguay.


En el 74, de nuevo bajo las órdenes de Claude Sautet hizo Tres amigos, sus mujeres y los otros (Vincent, François, Paul… et les autres. (Por esos tiempos veíamos otro Sautet hasta el hartazgo: Las cosas de la vida con Michel Piccoli, Romy Schneider y Lea Massari en la que un accidente dejaba a la luz unas cuantas cosas secretas).


En el 75 se fue al sol de Caracas en El salvaje (Jean-Paul Rappeneau) para seducir con reciedumbre a la indomable Catherine Deneuve.


En el 76 lo vimos en un policial Police Python 357 (Alain Corneau) en el que también estaba Simone Signoret.


Ah, me había olvidado, pequeño olvido, mirá, en el 70 estuvo en un grandioso Jean-Pierre Melville: El círculo rojo junto a Alain Delon, Bourvil, Gian Maria Volonté, recuerdo que me impresionó sobremanera la escena de su delirium tremens, más por Melville que por él, a decir verdad, un rincón de la habitación estaba lleno y apilado de batracios y ofidios.


En el 79 aparecería en dos películas que su polvadera levantaron, primero en un Costa-Gavras que se olvidaba de la política para concentrarse en el amor: Claro de mujer, la mujer es cuestión era nada más ni nada menos que Romy Schneider, que le hacía perder el sueño y el hambre a más de uno. Y después en un thriller político apropiadamente paranoico I como Ícaro (Henri Verneuil).


En el 81 volvió con otro policial La elección de las armas (Alain Corneau) en la que compartía cartel con Catherine Deneuve y Gérard Depardieu.


En el 82 fue el padre de Isabelle Adjani Puro fuego Pura llama, otro Rappeneau. Coprotagonizaba Lauren Hutton.


En el 86 lo veríamos en el díptico de Claude Berri sobre las novelas de Marcel Pagnol: Jean de Florette y Manón del manantial junto a Gérard Depardieu, Daniel Auteuil y una despampanante Emmanuelle Béart. Para nosotros fue su canto del cisne, porque si bien filmó tres películas más: Trois places pour le 26 (un musical de 1988 de Jacques Demy armado en torno a su figura), Netchaïev est de retour (una de espías de 1991 de Jacques Deray junto al por entonces incipiente Vincent Lindon) y IP5: L'île aux pachydermes (una road movie de Jean-Jacques Beineix de 1992) no las veríamos en cine.



Aunque este recuento parezca exhaustivo, no lo es, dejé afuera unas cuantas películas o que no vi o que no termino de acordarme. Como sea, es solo un pequeño homenaje para decirle que no lo olvidé y que todavía lo extraño.

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