Decir que el cine
yanqui domina el mercado cinematográfico mundial ya es una obviedad. El mundo
baila al son que tocan y vemos las películas que ellos quieren que veamos
cuando se les da la gana de que las veamos.
Y así, entre septiembre y principios de marzo, asistimos
a su temporada de premios, que empieza con el Festival Internacional de Cine de
Toronto y termina en los Óscars. Toronto es un tanteo, allí se muestran las
producciones que por méritos y características destinaron como carne de
premiaciones. Según la reacción de los críticos y del público, de ese pelotón
se seleccionan los soldados que pasarán a la vanguardia, mientras que los
filmes restantes son dados de baja y pasan a una distribución sin tanta
publicidad ni bambolla.
Después comienzan las
nominaciones, los Globos de Oro, los Critics Awards, los SAG, los BAFTA
(ingleses, claro) y así, hasta llegar a los inoxidables Óscars, pasando por la
Medallita del Acomodador Simpático o el Premio Mayor del Boletero Apurado.
A lo que voy es que
entre septiembre y marzo, hay filmes que se llenan de cucardas, ¿se las
merecen?, sí, en líneas generales sí.
O sea, en estos meses vemos buenas películas, en tanto que concluida la temporada de premios, nos atiborran con tanques pochocleros, que tienen de cine el hecho de que se exhiben en un lugar que se llama así, cine, o con películas de la Épica Marvel, ya más que un género una categoría de cine con sus reglas y lenguaje, tan populares como cerrados (si alguien que entró en coma en los setenta, se despertara ahora y lo llevaran a ver una típica película Marvel no entendería ni la trama, ni los personajes ni cómo está contada, y no es una exageración, nosotros no nos damos cuenta de la evolución porque acompañamos el desarrollo, pero la categoría Épica Marvel ha llevado la glorificación del cine pochoclo de la mano de superhéroes a un nivel de sofisticación y cerrazón estilística, que reíte del Culteranismo de Góngora, la poesía metafísica de Donne, el Barroco, el Rococó o cuanto engorro se te ocurra. )
Volviendo a nuestro
tema, entre marzo y el próximo septiembre dependés del buen cine que se
presente en los festivales de Cannes, Berlín o Venecia, entre otros, eso si
esas películas se distribuyen o se hacen asequibles en internet.
Es definitiva, según
los distribuidores de cine hay dos temporadas, la de los premios y la del
pochoclo y a pesar de las excepciones, no las flexibilizan ni aunque vengan
degollando.
No te dan en la
temporada pochoclo una película premiable ni de pedo y viceversa, pero el
pochoclo de tan común se extraña menos que el buen cine.
Pero como dijimos hay
excepciones, entra las últimas más notorias está Argo, que no fue seleccionada para premios, la dieron entre la
tanda de tanques pochocleros y cuando llegaron las premiaciones fue rescatada y
se alzó con el ambicionado Óscar.
Sin embargo por más
excepciones que haya, el cine industrial es regido por marquetineros
especialistas con sus rutinas de acero. Si hay dos temporadas, hay dos
temporadas, y punto.
Entonces ahora
estamos a una dieta apabullante de una buena película tras otra. El problema es
que mucho de lo mismo empacha, empalaga, y dejamos de disfrutar las sutilezas
de los distintos sabores. Los lugares comunes son una bosta, pero por algo son
comunes, llevan un algo o un mucho de verdad, que no en vano se dice: En la
variedad está el gusto. O en este caso, para ser más precisos, en la
alternancia está el gusto.
Gustavo Monteros