jueves, 7 de noviembre de 2019

Mi vida con Bergman - Un prólogo, quizá


Ayer, 29 de octubre de 2019, le di el punto final a la primera versión de lo que resultó un opus magnum de 91 capítulos, más un prólogo y un epílogo: la novela Mi vida con Bergman.


Y lo que siento está expresado en algún lugar intermedio entre una de las líneas más tristes de un poema de Alejandra Pizarnik (“has terminado sola / lo que nadie comenzó”) y una de las líneas más exultantes de Walt Whitman (“Me celebro y me canto”). Para evitar el femenino de la línea de Pizarnik, que me tira para el lado de las divas solitarias estilo Greta Garbo, tomaré la línea segunda de ese poema que ilustra la misma idea: “has emplumado tus pájaros”.


Por qué algunos proyectos llegan a su final, mientras que otros mueren antes de empezar o perecen por la mitad es un misterio. La decisión de emprender un proyecto es “emplumar los propios pájaros”, o sea una de las decisiones más solitarias que experimenta humano alguno (sobre todo nosotros que no somos perseguidos precisamente por una pléyade de admiradores o por la insistencia de desesperados editores ansiosos de hacer una fortuna con nuestro trabajo, lejos de ellos…por desgracia).


Pero estos pájaros debían ser emplumados por la sencilla razón de que la pasión Bergman es una de las vertientes de mi vida, y sin duda el proyecto llegaría a algún destino, porque necesitaba una aventura de largo aliento para sobrevivir a lo que suponía (con razón, gracias a Dios) los últimos dos años del régimen macrista.


Aprovecharía mi disciplina de publicar semanalmente en blogs y en uno de ellos, compartiría lo que iba produciendo.


Y así entre enero de 2018 y octubre de 2019, todos los jueves publiqué un nuevo capítulo de esta vida con Bergman. Solo me salteé un jueves, el jueves santo de 2018 y no porque no tuviera un capítulo listo sino porque creía que me convenía hacer acopio por si alguna semana venía floja y no tuviera material para publicar. Por suerte, tal cosa no pasó y no fue necesario repetir el escamoteo de un capítulo.


Como suele suceder, fui descubriendo qué quería y cómo hacerlo a medida que iba escribiendo. Varias decisiones iniciales fueron cuestionadas, y en el proceso más de una crisis me desveló.


En un principio me sumergí como una voluptuosa Isabel Sarli en la catarata de datos que publicó la página oficial sueca sobre Bergman. Me maravilló la profusión y saboreé con gula, hasta el empacho, los links que se multiplicaban. No tardé en desilusionarme porque me di cuenta de que en realidad reclasificaban por año, lo que el magnífico libro de Birgitta Steene (Ingmar Bergman – A reference file) clasifica por disciplinas. Este compendio es prácticamente una enciclopedia exhaustiva de todas las cosas Bergman, lo que no está allí, simplemente no existe. Agradecí, eso sí, hasta el final que esta página web tuviera más fotos que el libro.


Tanto dato me mareó, tuve que escapar a la tentación de la erudición, mi libro no era un análisis de toda la obra de Bergman, sino mi relación con ella.


Otra decisión temprana, después cuestionada fue la de contar con detalles las primeras películas, para que quien me leyera, no tuviera la necesidad de verlas. No tardé en recordar que en las novelas en las que se cuentan películas (varias de Manuel Puig o en Un hombre en la oscuridad de Paul Auster), estas narraciones no solo progresan la acción sino que describen por implicancia el personajes que las cuenta. Yo no hacía ni una cosa ni la otra. Mi narración supuestamente objetiva agregaba poco y nada, no tenía mucho humor y engrosaba el volumen caprichosamente. Estas películas adquirían una importancia que no tenían, tan solo porque yo había tardado en poder verlas. En dos líneas, despiertan la curiosidad del Bergmaniano adepto, pero para el público general estas películas son tempranas, torpes y pretenciosas, y francamente dejan entrever poco y nada al genio en ciernes. Además la mayoría son piezas de encargo, y por lo tanto anodinas y reflejan poco los intereses que lo harían Bergman. Decidí que había que tratarlas someramente y con mucho humor.


A punto estuve de detenerme y comenzar con la reescritura de inmediato. Pero recordé aquel lugar común de los westerns, eso de que no se cambia montura a mitad del río. Ya tendría otros descubrimientos a medida que avanzara y no me convenía volver atrás ante cada revelación, mejor seguir adelante y corregir después.


Además, la publicación semanal, si bien le daba aires de folletín, me permitía compartimentar y especular sobre el todo después.


Más adelante comprendí que si bien la obra teatral y radiofónica a mí me apasionaban, era difícil que desatara igual interés en el lector. Bergman es un dios del cine y de su cine esperarían que se hable, por el título digo. Los interesados en sus otras carreras podrían dirigirse a títulos específicos que las abarcan.


Otra crisis se desató cuando comprobé que había más “Bergman” que aspectos de “mi vida”. Ya había dejado de lado la erudición inútil, o en todo caso ajena, pero seguía habiendo más Bergman que otra cosa, y la novela no era la novela de Ingmar sino mi relación con él, o cómo fue “mi vida” con “Bergman”.


Esto fue más fácil de subsanar sobre la marcha y fue menos fuerte la tentación de sentarme a reescribir, ya lo haría cuando supiera todo sobre este libro, o al menos lo necesario para un planteo final.


Entre lo más placentero de la aventura figura, claro, la revisión cronológica de su obra cinematográfica (y en algunos casos, también de su carrera televisiva y de los registros grabados de su carrera teatral). Por televisiva no me refiero a los títulos como Escenas de la vida conyugal que escaparon al destino originario en su distribución mundial y fueron consideradas como películas, sino a versiones televisivas de obras de, entre otros autores, Augusto Strindberg, La tormenta, por ejemplo.


Reverdecí a cada paso mi amor y mi pasión por todas las cosas Bergman. Ahora descansaré un tiempo y me pondré a editar la versión final. Agradezco a todos los que me siguieron semanalmente, con el tiempo podrán considerar estos 91 capítulos como el detrás de escena, el work in progress, y atestiguarán si las decisiones tomadas lo beneficiaron o lo perjudicaron. A ellos toda mi eterna gratitud.

Gustavo Monteros


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