jueves, 2 de diciembre de 2021

Apartment Zero


 

El cinéfilo siempre tiene algo para ver. Aquel film que al final no llegó a ver. Aquel otro que siempre lo elude. Aquel que le falta para completar la filmografía de tal o cual director que le interesa en particular.

 

O como en mi caso, aquel film que cree que no ha visto y en realidad sí. Nada más caprichoso que la memoria que hace sus malabares a su antojo y que deja caer los objetos que tiene en el aire cuando menos se espera. En esto de no recordar cosas que se han visto, contribuye también y no poco la obsesión. Para el no cinéfilo no haber visto el cuarto Fellini, lo tiene muy sin cuidado, sigue su vida sin alteraciones y si despierta en medio de la noche, el recuerdo de no haber visto el cuarto Fellini no figura ni remotamente en lo que puede desvelarlo. Pero el cinéfilo es un desequilibrado y cualquier ocasión es buena para pasar revista de lo que le falta ver. A veces las hadas del azar lo premian y ponen el cuarto Fellini en su camino. El cinéfilo que soy lo ve, pero no le hace mella porque es un film menor que se olvida fácil (Esto del cuarto Fellini es a título de ejemplo, recalco porque en realidad el cuarto Fellini es un episodio de Amor en la ciudad (L’amore in città, 1953) titulado Agenzia matrimoniale, en este film ómnibus, hay también cortos o medio metrajes de Michelangelo Antonioni, Alberto Lattuada, Carlo Lizzari, Francesco Maselli, Dino Risi y Cesare Zavattini y ¡no recuerdo haberlo visto!) Retomo, a lo que voy es que el cinéfilo, yo en este caso, he visto el cuarto Fellini, pero no hay registro indeleble en la memoria. De ahí que pasado el tiempo e innumerables filmes después, a la primera noche desvelada vuelva a aparecer en la lista de los filmes no vistos, el bendito cuarto Fellini. La obsesión se impone porque es más dulce recordar no haberlo visto que rememorar el desencanto que significó.

 

En los tiempos del auge del videocassette vi Apartment zero (Martin Donovan, 1988) y por motivos que no me conviene indagar o profundizar lo olvidé. Aquí se la rebautizó Conviviendo con la muerte y fue duramente criticada en el momento de su estreno. Sin embargo, espectadores fieles (o más fieles que yo al menos) no la olvidaron y lograron vencer al tiempo y la desmemoria abrevando en sus particularidades y no en sus supuestos despropósitos. La crítica corta todo con la misma tijera, y a menos que el film que ve lo tome del cuello y lo obligue a reconocer sus particularidades, el pobre crítico miope semanal emite su juicio según los principios predeterminados que maneja.

 

En el caso de Apartment Zero, un thriller de autor, primera curiosidad, se lo desestimó por no cumplir con las puntos básicos de lo que debe ser un thriller. La acción transcurre en Buenos Aires en 1986 u 87. Adrian LeDuc (un jovencísimo Colin Firth, el hombre nació en 1960) es un cinéfilo (¡!) que regentea un cine arte de barrio o periférico por lo que se ve (otra curiosidad a tener en cuenta). No es su principal fuente de ingresos, menos mal porque los espectadores de cada función se cuentan con los dedos de una mano. Es dueño también de un edificio señorial en franco deterioro. Un ex palacio o petit hotel transformado en casa de departamentos. En la planta baja, quizá portería, está una pareja mayor, el señor Palma (Miguel Ligero) y la Sra. Treniev (Cipe Lincovsky) que uno sospecha que es ex actriz porque siempre va vestida como para el escenario. En los pisos superiores se reparten dos ancianas inglesas náufragas, las hermanas McKinney, Margaret (Dora Bryan) y Mary Louise (Liz Smith), una vino a casarse, la otra a acompañarla, la casamentera se casó, pero enviudó al poco tiempo y por motivos que no se develan, ya no regresaron a su patria de origen. Un matrimonio italiano, a pesar de su apellido (Warpachowsky) Laura (Mirella D’Angelo) y Alberto (Juan Vitali). La ambigua Vanessa (James Telfer). Y last but not least, un argentino de pura cepa, Carlos Sánchez Verne, interpretado por el italianísmo Fabrizio Bentivoglio de unos treinta años por entonces, en pleno apogeo de su galanura, el hombre se convertiría en un actor de fuste con los años y la pérdida consecuente de su donosura. A este personaje le gustan las mujeres tanto como respirar, pero si le son esquivas, no anda con pruritos si otro hombre se ofrece a poblar por una noche su amplia cama.

 

Adrian (el joven Colin Firth, que por convertirse después en superestrella contribuyó a que este film fuera de culto) es lo que llamamos brutalmente un “aparato”. Tiene solo una amiga, Claudia (Francesca d’Aloja) víctima directa o indirecta, no queda del todo claro, de la dictadura militar que asoló la Argentina entre 1976 y 1983 y su madre (Elvia Andreoli, que debió haberlo tenido en otra vida, porque la señora había nacido en 1950) está internada en una clínica psiquiátrica con lo que parece un Alzheimer incipiente que se vuelve pronto galopante. Por los gastos que la internación le ocasiona y para fortalecer sus ingresos y de paso mitigar su aislamiento, Adrian decide alquilar el cuarto que su madre dejó libre.

 

De entre los singulares aspirantes que se presentan opta por Jack Carney (Hart Bochner) por dos motivos principales, es yanqui (a Adrian le gusta hablar en inglés a pesar de ser argentino porque se crió y estudió en Inglaterra mientras vivió su padre, un diplomático de carrera) y porque es más de buen ver que las cataratas del Uguazú y Adrian, aunque no lo sepa o no lo quera admitir, es más gay que el David de Buonarotti.

 

Jack usufructuará la latente homosexualidad de Adrian y se congraciará de un modo u otro con todos los otros inquilinos del joven. Detrás, en el trasfondo primero, más en primer plano después, hay un asesino en serie que acumula víctimas de ambos sexos. ¿Se tratará del misterioso Jack o del reprimido Adrian?

 

El director Martin Donovan es argentino. Su verdadero nombre es Carlos Enrique Varela y Peralta Ramos y sí, su tatarabuelo fue Patricio Peralta Ramos, el fundador de Mar del Plata. De adolescente viajó a Europa y ya no volvió. Trabajo como asistente de Luchino Visconti e integró una compañía teatral en Inglaterra y en cine colaboró también con los directores Peter Brook, John Schelesinger y Vittorio De Sica.

 

Apartment Zero es su segunda película y hasta la fecha la más destacada de su carrera como director. Se rodó por completo en la ciudad de Buenos Aires y su resolución dialoga con La historia oficial (Luis Puenzo, 1985). En ambos filmes la dictadura es un pasado ominoso que repercute trágicamente en el presente, ojo la película de Donovan ni por asomo se acerca a las honduras de la de Puenzo, en realidad su referencia a lo que se llamó la “mano de obra desocupada” la acerca más a En retirada (Juan Carlos Desanzo, 1984)

 

Este Apartment Zero que como dijimos fue vilipendiado en su estreno al ser redescubierta fue emparentada con trabajos de Joseph Losey (por ejemplo, The servant / El sirviente, 1963) o de Roman Polasnki (en especial Repulsión, 1965, o Le locataire / El inquilino, 1976) Pero para nosotros por esto de encierros en ambientes señoriales decadentes que circundan un despeñamiento en la locura nos remite a algunos títulos emblemáticos de la dupla Beatriz Guido (guionista) Leopoldo Torre Nilsson (director) en especial La casa del ángel, 1957, La caída, 1959, La mano en la trampa, 1961 o Piedra libre, 1976.

 

En el elenco completo se hallan nombres que alcanzarían fama, están en pequeños roles que van de ser prácticamente extras (Germán Palacios, Luis Romero, Inés Estévez) a personajes de alguna relevancia (Max Berliner, Gabriel Corrado, Federico D’Elía) Y se agradece la inclusión de Marikena Monti que en buena forma hace un Cambalache destacable.

 

La siguiente película que hará Colin Firth (Valmont, Milos Forman, 1989) será el primer sólido peldaño que cimentará su proyección mundial.

 

Quién sabe si Apartment Zero hubiera sido rescatada sin su participación en el protagónico, aunque dicen que es sin duda el mejor trabajo de su coprotagonista, Hart Bochner, galán fotogénico al que según parece, no lo conozco mucho, nunca le pidieron más que su apostura y profesionalidad.

 

Ahora bien, ¿por qué esta película fue rescatada? Porque tiene un código propio, una extrañeza inherente, todos los personajes y las situaciones en las que están inmersos están corridos de lo que se considera “real” o “creíble”, sin embargo las caracterizaciones y sus accionares van adquiriendo una “lógica” que remite a lo que aceptamos como thrillers psicológicos sin serlo del todo. Esa “rareza” hace que el film respire en sus propios términos, acercándose a géneros catalogados sin arraigarse o posicionarse del todo.

 

El director Donovan coescribió el guión con David Koepp. Ambos algunos pocos años después habrían de escribir el guión de Death becomes her / La muerte le sienta bien (Robert Zemeckis, 1992), reaseguro de ganarse un lugar en la historia del cine. Si no se los da Apartment Zero, el film de Zemeckis con Meryl, Bruce y Goldie se los garantiza con firmeza.

Gustavo Monteros

Apartment Zero puede verse en YouTube

jueves, 22 de abril de 2021

Two Distant Strangers - Feeling Through



 

Dejé de ver las entregas de premios porque me aburrían. Las películas nominadas puede que me gustaran, pero no me apasionaban. La mayoría de ellas, para darme la razón, resisten mal el paso del tiempo.

 

Este año quizá revea la voluntad de no ver la entrega de los Óscars, más que nada porque será atípica con cuatro sedes en tres ciudades (Los Ángeles, Londres y París). La pandemia ha convulsionado hasta estas tradiciones conservadoras. Tal vez este esfuerzo de logística haga la entrega más rígida que otras veces o tal vez no, quien sabe quizá surjan errores involuntarios o inesperados que se vuelven gags.

 

Como sea, estoy casi decidido a verla. Cuando las veía, cuando todavía conservaban algún atractivo para mí, la entrega que más me intrigaba era la de los premios laterales, sobre los que no sabía nada o muy poco: documentales, los mediometrajes, y a veces los cortos de animación.

 

Prestaba especial atención a la presentación de estos premios y algunos me atraían lo suficiente como para buscar donde poder verlos o bajarlos. Muchas veces la búsqueda se volvía infructuosa y el interés se perdía en el olvido.

 

Esto ha cambiado, con tanta plataforma de streaming, a casi todos los títulos nominados se los halla con facilidad. Incluso a los cortometrajes.

 

En Netflix puede verse Two Distant Strangers y en YouTube, Feeling Through.

 

En los viejos tiempos cuando presentaban esta categoría, lo que me llamaba la atención es que fueran casi siempre sobre experiencias humanas ejemplares, no en el sentido de “a imitar”, sino en el de “sacar una lección, un aprendizaje o una moraleja”.

 

La ficción puede cargar con esa intención, aunque se distingue más, gracias a Dios, por divertir o entretener (cuando viene para el lado de la emoción, puede incurrir en querer asentarnos una lección de vida, un sermón o un mantra de autoayuda.)

 

Si alguien me lee con atención, podría estar analizando hallarse ante una contradicción. Si me disgusta que me den lecciones, como puedo estar añorando piezas que se dedican precisamente a eso. Yo no veo contradicción, por la sinceridad de las intenciones.

 

Si uno va a misa, habrá un sermón. Es parte de la ceremonia, y ya que uno está ahí, no queda más remedio que escucharlo y uno puede hallarlo desde abominable hasta iluminador, de acuerdo a cómo se haga y nuestra predisposición a no aprovechar para dormirnos.

 

En cambio cuando uno ve una película, espera muchas cosas, pero un sermón, una lección de vida, no está entre las primeras.

 

Feeling through es una advertencia sobre las conveniencias de la solidaridad. Dar es mejor que no dar, nos hace sentir mejor y si prestamos atención surge con más naturalidad que resistirse a ayudar.

 

Un adolescente negro va a jugar con flippers y otras antiguallas con unos amigos, arregla una cita por mensajes con una amiga, novia o amigovia y cuando está con el teléfono es interrumpido por un cieguito que le pide una moneda.

 

Se lo saca de encima con vehemencia y al ratito se topa con alguien que lleva un cartel y que obviamente necesita ayuda. Es un sordo mudo también ciego al que le cuelga un cartel que explica su condición y cuál es la mejor manera de comunicarse con él y que en las manos lleva un anotador que tiene atada una lapicera con los que hace pedidos inmediatos, ahora pide por ejemplo que le indiquen la parada más cercana a un bus que lo lleve a tal dirección.

 

Obviamente, nuestro adolescente negro ayudará a este hombre impedido (detalles en los que no ahondaré, porque son el nudo y la razón de ser del corto) y el chico cuando se vuelva a cruzar con el cieguito del principio le dejará más que una moneda.

 

La nominación no es injustificada, la cosa está resuelta con eficiencia y sensibilidad y no sorprende que entre los que integran la producción esté Marlee Matlin.

 

Feeling Through (2020) fue escrita y dirigida por Doug Roland con los protagónicos de Steven Prescod y Robert Tarango.

 

Two Distant Strangers (2020) también se centra en dos protagonistas masculinos, pero aquí la sinrazón es el eje.

 

De un lado un joven negro triunfador, del otro un policía de gatillo fácil y en el medio algo más que el fantasma de George Floyd y su trágico destino.

 

Es una pieza didáctica altamente entretenida. Es como que El día de la marmota se codea con Bertold Brecht.

 

Y no cuento más para la disfruten descubriendo sus secretos, porque por más pedagógica y con moraleja que venga, no baja línea, no subraya, no resalta con marcador, sino que deja que uno recapacite o que piense por su cuenta.

 

El final es debidamente conmovedor. Se puede ver en Netflix y dura apenas media hora. No se lo pierdan.

Two Distant Strangers fue dirigida por Trevor Free y Martin Desmond Roe con guión del primero y los protagónicos de Joey Bada$$, Andrew Howard y Zaria.

Gustavo Monteros