En febrero de 1948,
Ingmar Bergman le vende a Svensk Filmindustri una “novela cinematográfica”
llamada “El trompetista y Nuestro Señor” con la promesa de convertirla en un
guión en la primavera siguiente, o sea para marzo o abril de dicho año.
Circunstancias de distinta índole lo impidieron y la tarea recayó en Gösta
Stevens y Gustaf Molander. Y el 27 de mayo de 1948, Gustaf Molander comenzó a
dirigirlo, casualmente el mismo día en que Bergman iniciaba la dirección de Puerto. El rodaje de Eva se extendería casi un mes más, el de
Puerto terminó el 17 de julio,
mientras que el que de Eva concluyó
el 6 de agosto del mismo año.
Pasa algo curioso. Eva es la tercera idea puramente
bergmaniana que llega al cine, antes Alf Sjöberg había hecho Hets (El sádico, entre otros títulos que recibió en español) en el 44 y
Molander había dirigido Una mujer sin
rostro (Kvinna utan ansikte) en
el 47 y ahora se aprestaba a internarse en Eva.
O sea que por un lado a Bergman le comisionaban argumentos ajenos,
principalmente obras de teatro (Puerto
sería su primer film basado en prosa ficcional) mientras que por otro le
compraban argumentos para que otros lo dirigieran. ¿Acaso tenían algo que ver
algunas críticas adversas que había recibido en el teatro a propósito del
estreno de sus piezas, que se consideraban obras promisorias a las que el
director (él mismo) no les hacía justicia? Se lo reconocía como a un director
teatral talentoso, lleno de ideas y recursos, pero no se lo terminaba de
aceptar como un dramaturgo importante. ¿Sería ese el motivo por el que por
ahora se separaba al director del autor?
Como sea, hay más de
Bergman en Eva que en Puerto, más allá de que la última fuera
dirigida por él, en tanto que de la primera solo llevaban su firma, la idea y
el primer bosquejo. Justifica esta presunción el hecho de que Eva narra la peripecia con tintes
alegóricos de un joven que aprende a amigarse con la idea de la muerte,
mientras que Puerto es el drama en
clave neorrealista de una joven que por amor supera su pasado. También se dice
de Eva, al igual que antes de Hets, que son películas, ante todo y por sobre todo, más de Bergman que de Alf Sjöberg o de Gustaf
Molander respectivamente. Parece ser que la fidelidad que mantuvieron con los
guiones los hiciera invisibles, algo injusto por donde se lo mire.
Eva se
abre con Bo, un marinero que regresa en tren a casa después de dos años en la
armada. Le confiesa a su compañero de viaje que se fue con placer de su pueblo,
y que regresa con el mismo placer, lo esperan su padre, su madre y su hermana.
Sin embargo algo enturbia los recuerdos, un flashback nos dirá qué es. Vemos a
Bo de 12 años, un maquinista le enseña a manejar una locomotora vieja, algo
lógico ya que el padre de Bo es jefe de estación. En el almuerzo, el
aprendizaje del manejo de la locomotora, una pelea con la hermana y unas malas
contestaciones hará que padre e hijo se peleen. Bo huirá con su perra, Kay, de
la casa, viaja de polizonte en un tren de carga y conoce a unos músicos, uno de
ellos es padre de Marthe, una chica ciega de unos 10 años de la que Bo quedará
prendado. Para presumir Bo la llevará a dar un paseo en locomotora, por
desgracia por la vía por donde va está siendo reparada, y al no poder frenar a
tiempo, descarrilará y matará a la niña y a su perra. Una culpa que arrastra y
que no puede olvidar. Ya en su casa, después de las bienvenidas, se irá a
visitar a una muchacha que lo atrae, Eva, cuyo abuelo está muriendo de una
neumonía, y como Bo es trompetista le tocará una canción para que duerma. A
solas con Eva, Bo confesará que hay algo que se llama “proximidad de la muerte”
a la que le teme, Eva le dice que no lo haga, que no es nada terrible, el
pregunta si cree en algo y Bo dice que en nada, que no siempre fue así, pero
que después del accidente es un descreído, odia la muerte y le teme, ella le
dice que lo superará algún día, Bo le confiesa que jamás estuvo con una mujer y
Eva antepondrá Eros a Tánatos y se entregará a él y le enseñará los placeres de
la carne. No veremos más que un beso, todo se sugerirá con cielos luminosos y
músicas que explotan en trémolos triunfales. El abuelo de Eva morirá
pacíficamente y Bo se irá. Ya en la ciudad, lo vemos que comparte un
departamento con Göram y su esposa Susanne. El pobre Bo será tentado al crimen
y a la lujuria por Susanne, que le propondrá que maten a Göran para ser libres
de desatar la pasión que sienten por el otro. Sellarán el pacto quemando el
retrato de Eva. Cuando Göran se caiga de borracho, lo encerrarán en la cocina y
como hay una importante pérdida de gas,
dirán después que se trató de un accidente. Así lo hacen. Bo se despierta
desesperado, pero para su sorpresa Göran está vivito y coleando, cree que se
trató de una pesadilla, pero no, el retrato de Eva está quemado. Suena el
timbre, es Eva que viene a rescatarlo. Pasa algún tiempo, Eva y Bo ya están
casados y viven en una isla solitaria en medio del mar Báltico. El otro único
habitante de la isla es un pescador maduro y viudo. Como estamos en medio de la
Segunda Guerra, a la playa llegan cadáveres de las víctimas de la contienda. Un
día Bo y el pescador rescatan el cadáver de un alemán y lo esconden en el
cobertizo del bote para que Eva no lo vea y se perturbe porque está embarazada,
pero Eva va y lo ve igual. Queda consternada ante la crueldad de la guerra, se
pregunta por la utilidad de traer un hijo a un mundo tan injusto y concluye con
que Dios ha muerto y que todo sigue su curso hasta que se llegue al fin y todo
termine. Devastada por sus tristes pensamientos, rompe bolsa. Bo y el pescador
la llevan en bote a tierra firme para que dé a luz, pero en medio del mar
arrecian los vientos y hasta tienen un problema técnico con el motor del
pequeño barco. Parece que habrá un final desgraciado, pero los hombres sortean
los problemas técnicos y meteorológicos y llegan a tiempo para que Eva pueda
parir bien. Se trata de un varón y Bo decide bautizarlo con el nombre del
pescador, Mikael. Bo siente que la vida al fin tiene sentido y ya no le teme a
la muerte, porque ve que solo es una parte de la vida.
Esta Eva de Molander sorprende por su
fidelidad al ideario de Bergman y por la pasión con la que narra sus tres
etapas hacia la iluminación (el racconto con el accidente en la niñez, el
devaneo con el asesinato y la confrontación espiritual en la isla) se asemeja a
esas películas de los noventa que eran tres o cuatro en una, por ejemplo: una
comedia amable de costumbres que derivaba en un tenso y sangriento thriller que
se decantaba para el erotismo casi pornográfico y terminaba en una negra
comedia cínica en la que el crimen pagaba porque los culpables se salían con la
suya, o eran una de guerra que iba para el lado de las de supervivencia en un
campo de concentración, derivaba en una de juicio en la barraca y culminaba con
una fuga en medio de un ataque aéreo, o sea que volvíamos a la de guerra. Aquí
también, están tan sanguíneamente tratados sus tres momentos que parecen tres
películas, la conclusión mística da la razón para este tratamiento formal,
cuando más profunda es la zanja en el barro, más alta y noble es la elevación que
se alcanza por haber pasado lo que nos tocó con determinación y sin sacar el
cuerpo. O sea la vieja y querida
salvación más plena, a la que se ha llegado por caer en la tentación, sucumbir
al encanto del pecado, o padecer la ignominia del vicio. La superación no del
bueno en mejor, sino la del que chapoteó en la crueldad, la maldad y el
salvajismo y vivió para contarla.
Por supuesto, no es
casual que la mujer superadora que inicia al hombre en el amor y el sexo, que
da por sentada la muerte de Dios ante la crueldad que tal vez le arrebate el
hijo en plena juventud en el futuro y que igual dé la vida al heredero que
justifica la existencia, se llame… Eva.
Película de
superación y regocijo, ideal para las celebraciones navideñas, se estrenó el 26
de diciembre de 1948, con buena repercusión de crítica y público.
Continuará
Gustavo Monteros
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