jueves, 7 de septiembre de 2017

De padres e hijos

Si alguna vez se inaugura el nicho de Películas para el Día del Padre en el cable, en ciclos de cine o en reediciones especiales de DVDs y Blu-Rays, este film figuraría entre los infaltables. Por los nombres involucrados en el proyecto y porque pocas películas tienen en su epicentro la relación padre-hijo con tanta precisión y claridad. Dado que más allá de la trama policial, el film se centra en cómo ser padre o en cómo ser hijo, que no hay una cosa sin la otra.


Jessie (Sean Connery) es un irlandés que, terminada la Segunda Guerra Mundial, se instala con una esposa napolitana en la siempre mítica New York. Comenzará rompiéndose el lomo, pero como astucia y calle no le faltan, se entregará después a una vida de delincuencia, en la que no habrá robo ni estafa que le quedarán por probar. Iniciará en esta vida a su hijo, Vito (Dustin Hoffman) quien, tras ser atrapados y pasar un tiempo en la cárcel, decidirá abandonarla para siempre. Vito se casará, se convertirá al judaísmo, pondrá un negocio “honesto” y luchará para que su hijo, Adam (Matthew Broderick) sea “recto”. Pero Adam tiene más sangre de su abuelo que de su padre, y después de abandonar un futuro universitario brillante traerá a la familia un ardid con robo “que no puede fallar”. Pero en las tramas de robo, el diablo, la casualidad o el destino meten baza, y los planes no siempre salen según lo acordado.


El maestro Sidney Lumet sabía tomarle el pulso a los tiempos. En los cincuenta, cuando comenzó su carrera, hubiera tratado este material como un gran drama y no hubiera parado hasta acercarlo a la tragedia, pero como estamos en 1989 decide tratarlo con ligereza, con la filosofía que la historia le adjudica al personaje de Connery, o sea, las cosas son como son, hay buenas y malas, la vida fluye y la muerte es solo un paso, y sobre todo: No cometás el delito si no estás dispuesto a pagar años de prisión si te agarran.


Connery y Broderick están deliciosos en clave menor y contrastan armoniosamente con la intensidad de Hoffman. Lumet era también magistral dirigiendo actores y se le nota dicha sabiduría al incluirlo a Hoffman en este personaje. Hoffman es muy competitivo, trata de quedarse siempre con la escena, desplazar de la luz a sus compañeros, y cuánto más estelares son, más ganas de relegarlos le agarran. Es como si no pudiera evitarlo. Al igual que los viejos divos teatrales no tiene paz hasta que no opacar a quienes están en escena con él. Aquí elige la intensidad, cuando más leves son sus compañeros, más reconcentrado se pone Dustin. Pero Lumet le ha dado el personaje ideal para hacer eso y no quedar expuesto. Y de paso conmover mucho.


Porque el personaje de Hoffman se equivoca permanentemente. No sabe ser padre, no sabe ser hijo. Su error trágico es haber olvidado los valores del hampa y haberlos reemplazados por los de la clase media. Otro irlandés, el genial George Bernard Shaw, en más de una extraordinaria obra de teatro, expuso la siguiente contradicción ética. La clase media confunde valores con prejuicios, y contribuye a la vida social con más hipocresías que las otras clases, más atentas a sus necesidades y a cómo defenderlas.


En esta etapa de su carrera, Lumet llamaba a compositores de Broadway para las bandas sonoras, en este caso a Cy Coleman (Sweet Charity entre otros hitos del teatro musical) quien entrega temas muy “show”, muy teatrales que ironizan trama y personajes y dan un original respiro a tanto violín lloroso.


Los velatorios que jalonan la trama de tan irlandeses casi hasta dan ganas de morirse para tener uno así.


Negocios de Familia / Family Business cuenta con guión de Vincent Patrick, sobre su propia novela, y se halla en la plataforma de contenidos Netflix. Entre tanta oferta puede pasar desapercibida, no lo merece.


Gustavo Monteros

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