viernes, 7 de junio de 2013

Placeres culposos




Como tengo media tarde libre, decido ir al cine. Aunque me sé la cartelera de memoria, entro en la página web de los cines y finjo elegir qué ver. La decisión está tomada de antemano, sólo corroboro el horario. Me digo que la veré porque trabaja Morgan Freeman. Mentira. Tengo ganas de que me aturdan con una banda de sonido estentórea, que todo vuele por los aires cada tres minutos, que haya más balazos que chinos en China, que el argumento sea tan endeble que pueda seguirse incluso en coma cuatro, que los personajes sean tan sustanciosos como un té aguado dos veces. En fin, quiero una película pochoclo, pochoclo. Tan industrial como una cocina en serie, tan impersonal como una bufanda gris, tan sustituible como el próximo estreno pochoclo de las próximas mil semanas de los próximos cien años.

 
El esquicio de película (de algún modo hay que llamarlo) lleva por título Ataque a la Casa Blanca y comienza a las 14:20. Llego a tiempo de pavear un poco y ver los afiches de los estrenos que vendrán. Entro, el control, un chico tan joven que ni debe haber votado todavía, me corta la entrada y dice la última sala del pasillo. No hay nadie en la sala. Me siento en la última fila al centro. Procedo a desvestirme porque hace un calor de sauna. En verano hay que rogar para que te prendan la refrigeración, en invierno hay que suplicar para que te apaguen la calefacción, de donde se deduce que el cine es cosa de viejos. Pasan los minutos y parece que darán la película sólo para mí, qué honor, una función privada. Casi, entra una señora, abrigada como para el polo, con cara de no haberse equivocado, se le nota que tiene ganas de que la aturdan y de que vuele todo cada tres minutos, me cae bien de inmediato, prefiero a las señoras de gusto de pochoclo de acción a las señoras de gusto de pochoclo de drama o romance. La señora se sienta un par de filas adelante y, apabullada por el sofocón reinante, procede a un obligado strip-tease. Las luces se apagan y nos someten a los ineludibles tráileres, esas cosas que llamábamos colas cuando nos gustaba usar el español. Aparece primero Francella hundido en un auto hablando por un celular, después se baja y resulta que no estaba hundido sino que era un enano, le habla a la cámara y nos invita a ver en agosto esta película cuyo título se me escapa. A continuación Darín pierde un par de hijos en edad de primaria y con consabidas mochilas en una escalera mientras él baja por el ascensor, ¿secuestrados?, ¿abducidos por extraterrestres?, no sé, me pinta más de policial, que de ciencia ficción, así que opto por secuestro por venganza. Después Johnny Depp transpira su maquillaje de indio Toro en el próximo Llanero Solitario. Creo que hubo muchos más tráileres, pero se me perdieron, peligros de la sobreabundancia.

Y cuando ya desesperábamos, comienzan por fin a atacar a la Casa Blanca. El trámite se desarrolla según lo esperado, música ensordecedora, efectos a granel, balaceras perennes. La señora y yo disfrutamos como cerditos en chiquero nuevo. De repente, cuando íbamos como a 45 minutos de haber empezado, la pantalla se pone negra, no se ve nada aunque el sonido sigue atronándonos los oídos. La película era en 2 D digital de modo que no se exhibe por proyectores y rollos sino por una computadora con su correspondiente Windows. Dejo pasar un par de minutos y como nada pasa, me paro, abro las puertas de entrada de par en par y procuro llamar la atención del control, no me oye por el batifondo de todas las salas y porque está inmerso en su celular. Me acerco y le digo estamos en la última sala, la pantalla se puso negra, no se ve nada. Se incorpora, manotea un teléfono que está en la pared y me dice no se preocupe, ya lo solucionamos. Vuelvo a la sala, se encienden las luces y la señora me dice nos perdimos un buen rato, ¿nos darán esa parte otra vez? No sé, digo, esperemos que sí. Aprovecho y voy al baño, me comunica. Asiento con la cabeza como si le diera permiso. Vuelve y nada pasó. ¿Y? me pregunta. No sé, ya volverá, le digo. Se sienta en la fila anterior a la mía. La interrupción nos ha acercado. La pantalla se enciende y aparece otra vez Francella. La señora se desespera, ¿qué, nos van a dar todo de nuevo?, me dice y esta vez es ella la que se para y le increpa al control desde el fondo del pasillo, ¡che, pibe!, ¿van a dar todo de nuevo? No, dice el control acercándose, de proyección me dijeron que iban para atrás unos 5 minutos y largaban otra vez. Pero largaron desde un principio, dice la señora, está Francella. Salgo a apoyar a la señora y desde la puerta, le ratifico al control, sí, está Francella. ¿Francella?, dice el pibe, ¡pero si no es con Francella! Lo dice medio divertido, medio sorprendido, como quién piensa ¿qué carajo están fumando?, no sean agarrados, conviden. Lo insto a que se acerque, mirá, mirá, es Francella. El pibe asoma la cabeza y dice, sí, ¡es Francella! Vuelve corriendo al teléfono de pared, farfulla algo y después nos grita, fíjense si a esa altura está bien. Desde la puerta miramos la pantalla y aceptamos, sí, está bien, le gritamos. Vemos otra vez como hacen moco el obelisco de Washington y nos sentamos. Sí, estamos a cinco minutos de donde la pantalla se puso negra, pero es la parte que más disfrutamos, cuando destruyen casi toda la Casa Blanca y medio Washington. Después se pone medio aburrida, una vez tomada la Casa, los yanquis deben recuperarla. Y es la hora de pagar por el placer inicial. No sólo la recuperan a todo heroísmo sino que encima nos propinan un discurso patriotero de podrán golpearnos pero nunca vencernos y esas cosas. Con la señora volvemos a vestirnos para enfrentar la calle. La primera hora estuvo buena, dice la señora, la segunda parte no estuvo mal pero no fue tan entretenida. No puedo coincidir más con la dama. Nos despedimos. La función siguiente se demoró por nuestra culpa y una cola ansiosa de señoras procura saber si ya pueden entrar. Verán otra película, porque a la Casa Blanca recién la vuelven a atacar a las 8 de la noche. Hay películas que son como masturbarse en la ducha, nos divierte la idea en un principio y nos cascamos nomás, pero después mientras nos secamos nos parece que hicimos una pelotudez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario