viernes, 14 de junio de 2013

Padres de película



Gracias a Dios tuve un buen padre. Entre muchas otras cosas, me legó el amor por el cine y los libros, que no harán de mi vida un paraíso aunque, claro, la mejoran. La historia del cine registra unos cuantos padres inolvidables. En este instante, mi vapuleada memoria me recuerda el de Gregory Peck en Matar a un ruiseñor, y más aquí en el tiempo, el de Steve Martin en Todo en la familia y el deliciosamente delirante de Jim Carrey en Mentiroso, mentiroso. Aunque en el cine más o menos reciente, el mejor padre de todos es el Gary Lewis. El hombre no es nada más ni nada menos que el padre de Billy Elliot.

Este padre me conmueve hasta lo indecible. Deja de lado todas sus convicciones y se transforma en lo que considera la peor escoria de la Tierra, un rompehuelgas, para que su hijo tenga una oportunidad en una disciplina artística que por formación y gusto jamás comprenderá: el ballet. La escena en que entra a la mina en el ómnibus de los rompehuelgas y es visto por su hijo mayor puede que sea una cumbre del melodrama, pero da con elocuencia la magnitud de su sacrificio. Y el posterior y parco viaje a Londres es de una seca ternura pocas veces alcanzada en el cine.
Billy Elliot es una historia inolvidable que no sería tal sin semejante padre.

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