viernes, 26 de abril de 2013

Arturito Puig



Cuando expreso mi admiración por él, a veces, cada vez menos, aunque el hecho persiste, me encuentro con las enarcadas cejas de la incredulidad. No es que le desconozcan méritos, pero mi reacción les parece ditirámbica. Pobres, se quedaron detenidos en sus hitos míticos televisivos. Los teatreros sabemos más. Sabemos, por ejemplo, que es uno de los protagonistas más exquisitos, versátiles y de registro más amplio de la escena contemporánea. De la comedia no le queda secreto por descifrar, por el drama anda sutil, apasionado, sensible. Además el hombre puede cantar y si lo apurás hasta te baila y cuando es necesario apela a la seducción de su pasado de galán. Yo lo conocí, gracias a mi afición a las comedias musicales, como coprotagonista de las que aquellas que hizo Susana Giménez: La mujer del año y Sugar. Por mi respeto incondicional a Arthur Miller, no lo perdí en Cristales rotos que él estrenó. Nos dejó boquiabiertos. Decir que su personaje era complejo es un eufemismo ingenuo y él expresaba cada matiz, cada doblez. Dijimos: Alcón, Solá, Darín, Martínez, Carnaghi, Brandoni hagan lugar que aquí viene el rey Arturo. Algún escéptico quedaba como la señora que para contradecir al marido que a la salida de Cristales rotos había dicho el coso éste es un capo, le contestó con hay que ver si puede repetir la hazaña. Y no sólo la repitió, sino que si te descuidás hasta la acrecentó. Vinieron Rompiendo códigos de Hugh Whitemore, Panorama desde el puente de Arthur Miller, ¿Quien le teme a Virginia Wolf? de Edward Albee, La vuelta al hogar de Harold Pinter, El precio de Arthur Miller. Como verdadero grande es modesto, aunque me deja la duda de si sabe lo grande que es. El hombre no es zonzo, sabe qué vale, pero no sé si asume que tiene madera de reyes.

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